DÍA DE LA BATALLA DE JUNÍN
SUEÑO
Y UTOPÍA
DE AMÉRICA
1. Todo
relumbra
Junín es haber subido a luchar en la cima
del mundo. Más arriba ya solo quedan las estrellas. Un paso más y ya es caer al
infinito.
Aquí hemos venido a forjar con nuestro
brazo la visión de una patria luminosa como una espada ante el sol. En esta
frontera y límite con la quimera, donde el aire nos torna luz primigenia.
Donde todo es translúcido. Donde
respiramos metal y el metal es aire transparente. Donde no sabemos si las
espadas son las que antes de ser blandidas cuelgan de nuestros cinturones, o si
son las ráfagas del viento helado. Donde
no sabemos si son las que lucen desenvainadas y blandidas hacia el cielo azul en
nuestras manos, o si espadas son las bocanadas de aire que respiramos.
O si espada es la luz y el aire juntos en
nuestros corazones. O si espada es el aire abierto en esta planicie inacabable.
O si espada es el reflejo del sol en el agua de la laguna que espejea. O si
espada es el viento que bate las espigas de la paja brava de los pajonales.
Aquí el aire que se respira son bocanadas
de luceros que parecen iluminar por dentro nuestra sangre, la misma que será
ofrendada en aras de nuestros sueños.
Lago de Junín
2. Incierto
cada paso
Aquí es donde todo se esclarece, donde
todo se enciende y alumbra. Donde hasta la muerte es transparente. Y todo
misterio deja de serlo aquí, porque se lo ve de una a otra orilla por dentro,
en su centro y de uno a otro de sus bordes.
Pero, ¿cómo es que estamos aquí? ¿De qué
manera hemos llegado? ¿Hoy día 6 de agosto nos tocará morir? ¿Quién propuso y
empezó aquí esta batalla sencillamente delirante?
Ocurrió que al avizorar la polvareda del
Ejército del Rey empezamos a trotar en nuestras cabalgaduras a seguirlos. ¡Oh
caprichos y hechos alucinantes! Y luego a perseguirlos como impulsados por no
dejar que nuestros anhelos se esfumaran ni desvanecieran ni se convirtieran en
escarcha como esta que trizamos con las herraduras de nuestras cabalgaduras.
Hacia el costado derecho teniendo el lago
de Chincaicocha espejeando como una lámpara de plata encendida en plena luz del
día para celebrar algo.
Donde el terreno en cualquier momento se
hunde y nuestras cabalgaduras se atollan en la tierra negra. Y donde es
incierto cada paso para volver a pisar terreno sólido al siguiente.
Esto lo ha calculado bien Canterac, quien ha pasado momentos antes por estos mismos parajes, quien está jugando al gato y al ratón con millares de hombres y caballos. Y ha considerado providencial la oportunidad de atacarnos con su poderosa escuadra de caballería.
José de Canterac
3. Los primeros
estertores
Y es que él es un sabueso de la guerra que
todo lo sopesa al instante y al milímetro. Con él nada queda desprevenido y
nada tiene pérdida.
Por eso, es él quien ha empezado sus
maniobras. Y sabe a ciencia cierta que hoy va a destrozarnos, hasta el punto de
hacernos añicos. Nos ha traído siguiendo un señuelo, a dónde él quiere. En eso
es un demonio.
Tan seguro está de su victoria que un
cuerpo de artillería que tenía apostado detrás de su caballería al mirarnos
despreciativo lo ha despachado para que avance junto al resto de su ejército de
a pie, siguiendo su camino, mientras él ha quedado en compás de espera para
aniquilarnos.
Canterac está calculando no dejar ni un
solo hombre vivo. Para eso ha medido la velocidad de nuestra marcha, el terreno
por el cual atravesamos, la distancia en tiempo que media entre su caballería y
la nuestra, los minutos en que le tardará llegar con sus primeros lanceros a
las primeras filas de nuestra tropa, eso lo sé a ciencia cierta. ¡Que Dios nos
salve de sus cuchillos!
Se ha figurado incluso las primeras muecas
de triunfo y los primeros estertores de nuestros palafrenes. Y todo se viene
cumpliendo, así como él lo ha previsto con espantoso detalle.
4. Exquisita
genialidad
La caballería nuestra ingresa a una
encrucijada por el flanco izquierdo del lago, entre un puñado de rocas
escarpadas y el pantano insondable e impávido de la ribera.
Y en el minuto preciso y en el espacio
cabal da la consigna exacta, cual es ordenar a sus escuadrones de ir avanzando
el de retroceder.
A quienes huían volver grupas
sorpresivamente hacia nosotros.
Y así en carrera vertiginosa de sus
corceles, con furia y demoledor impacto nos ha asestado un primer golpe feroz y
contundente.
Ya Junín a esta hora parece una bella
alborada ensangrentada por miles de sables, lanzas, espadas y lancetas.
Nosotros corremos agitados, embriagados
por la sangre, el sudor y el jadear de los caballos.
El ataque frontal que Canterac nos ha
infligido, antes que nuestros escuadrones pudieran salir de la encrucijada de
las rocas y el pantano, es de una exquisita genialidad.
Húsares del Perú
5. Los Húsares
del Perú
El ataque ha sido sorpresivo y devastador,
con un cálculo asombroso entre las distancias, tiempo, terreno del suelo y
condiciones de los caballos para llegar en el momento oportuno.
Además, su orden ha sido concluyente:
– ¡Ataque total, a fondo y a muerte!
Y no le han cabido dudas de una victoria
plena y absoluta, como en realidad se está produciendo en estos momentos.
Se lucha a 4,100 metros sobre el nivel del
mar. Mil jinetes de las fuerzas patriotas están envueltos entre las rocas, el
pantano y los aceros afilados de nuestros enemigos.
Son 1,300 jinetes realistas que se baten,
ordenados en nueve escuadrones, que hace más de mil años no conocen lo que es
una derrota.
Solo dos escuadrones de los nuestros han
podido desplegarse. Y los demás se apretujan sin ninguna capacidad de maniobra.
Poco a poco la caballería del Rey de España ha ido ganando la batalla y ya varios escuadrones de los nuestros han iniciado la fuga.
José Andrés Rázuri
6. Nunca
antes
Es en esta circunstancia que ha ocurrido
la consulta y luego el ingreso a batalla de los Húsares del Perú.
Y en apenas veinte minutos están
revirtiendo la contienda. Necochea estaba herido y hecho prisionero y acaba de
ser rescatado. Miller huía y ha vuelto. Y en estos momentos contraataca,
encerrando a la caballería enemiga entre dos frentes.
Bolívar no sabemos dónde está, solo se
dice que emprendió la fuga, que ha escapado cuando veía todo perdido. También se
dice, con aliento entrecortado, que era para apurar a la infantería, y ver si
con ella algo aún se puede salvar.
Pero, en estos momentos, más bien se
persiguen a las escuadras realistas. Y Canterac deja el campo de batalla, sin
creer lo que sus ojos están viendo.
Y es que nunca antes la caballería
española había sido abatida de ese modo. Nunca antes había sido tan
horrendamente acuchillados y atravesados los jinetes españoles por las lanzas
enemigas, aún antes de la Reconquista de España y la expulsión de los moros en
la península de donde han venido.
Pueblo de Junín y el lago al fondo
7. Las galaxias
asombradas
345 cuerpos de jinetes del ejército
realista han quedado regados en el campo de batalla, a medio hundir en el lodo
frígido de donde resaltan solo sus polainas y galones. 400 caballos ensillados
con todos sus aparejos pasan a manos del ejército patriota. 17 jefes y
oficiales del Ejército del Rey yacen muertos en la pampa. 80 prisioneros
realistas, tiene pasmada la mirada de tanto grito y silencio, de tanto rechinar
de dientes, entre jefes y soldados, quienes sin explicarse lo sucedido restañan
sus heridas.
No ha habido un solo disparo, ninguna
explosión que produjera humo, ninguna detonación ha denigrado ni contaminado la
pureza de esta piedra talar, o de este altar de gloria y sacrificio. Una ley
sacrosanta ha querido que este sea un rito y una gesta heroica, sin que se
dispare una sola bala y sin que se produzca un solo retumbo de un cañón. Ha
sido brazo y músculo y sueño puro.
No lo ha mancillado el humo de ninguna
detonación ni la pólvora de ninguna cobardía. Todo ha sido zumbido de espadas y
arengas. Todo, fuerza del espíritu, del coraje y el aliento de nuestras almas. Ha
sido una contienda épica, como nunca viera la historia en un lugar tan alto, en
donde las únicas testigos son los cuerpos celestes que rebrillan aquí más
espléndidamente que nunca; donde las galaxias asombradas hacen titilar sus
luces desde el insondable firmamento. En una altura en que el aire se enrarece;
donde la tierra está escarchada y crece aquella paja brava que es el ichu,
entre el sueño y la utopía de América.
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