domingo, 9 de agosto de 2020

9 de agosto. Día de los pueblos indígenas. / Haciendo los andenes nuevos.

9 DE AGOSTO

DÍA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS

 

HACIENDO

LOS ANDENES

NUEVOS

 

Danilo Sánchez Lihón






1. Cantando

y bailando

 

En el Perú pertenecemos a una cultura que alcanzó a concretar aquí la utopía social de que no hubiera seres marginados, expulsados ni desheredados de los bienes terrenales. Porque se construyó aquí un orden social de ayuda mutua, de reciprocidad y fraternidad humana.

Porque no hubo aquí un solo ser que un solo día del año se quedara de hambre, o sufriera abandono. O que no estuviera integrado al grupo social que producía bienes a través de la siembra y la cosecha mancomunada de alimentos y otros productos indispensables para el bienestar en general.

O que no se ocuparan en la construcción de templos y casas comunales de manera colectiva. Así como era de ese modo que se construían caminos, puentes y andenes.

Y todo se hacía con regocijo, cantando y bailando, adorando a la tierra y a la naturaleza, con limpidez de cuerpo y de alma. Y se paliaron enfermedades y hasta la muerte adquirió otro sentido para ser parte del proceso de creación.

 


2. La solidaridad

humana

 


Pero, así como los andenes que transformaron un territorio abrupto en vergeles de cultivos, hicimos las macamacas o chacras hundidas. Las sojjas o chacras cercadas.

Las colcas o depósitos de alimentos. Los reaccas o acequias de riego y filtración en los terrenos propicios. Los occonales o bofedales.

Y aquí también hicimos los muya, o jardines de flores para contento y alegría de los sentidos, como los ojos y el olfato, como para fines alimenticios.

Construimos en determinados espacios los waruwarus o camellones, para obtener y lograr allí productos de otras latitudes.

Y, sobre todo, forjamos entre todos la solidaridad humana. Por eso, entre nosotros no hay rencor, insidia, mala intención.

Desechamos el individualismo, la complacencia en el ocio y el desafecto. Concurrimos a todo sitio con ofrendas, a dar, a obsequiar. Somos tiernos, generosos, delicados.


 


3. ¿Dónde

están? 

 

Y construimos los andenes como maravillas tecnológicas, pero más como un portento cultural, porque es la expresión máxima de nuestra cohesión comunal.

Pero cualquiera que ahora viene aquí y ve lo desolado de nuestro suelo dice con toda razón: si era la característica principal de una organización como del Tahuantinsuyo, ¿dónde están?

¿Dónde están los andenes, o los caminos del inca, o los tambos en donde se guardaban los alimentos?

– Han desaparecido. Solo quedan algunos vestigios en zonas muy alejadas.

– Y ¿cómo así han desaparecido?

– Se destruyeron ya por desidia. Pero más porque eran obras a las cuales los nativos y originarios del lugar rendían culto y consecuentemente los invasores lo llamaban idolatrías y entonces había que destruirlas.

 


4. de trecho

en trecho

 

Así, les contaré lo que a mí me ha ocurrido y que deja en claro mucho de lo que yo mismo antes no me era posible entender ni me alcanzaba totalmente a explicar.

Hace poco viajaba de Moquegua a Puno, con dirección a la ciudad de Desaguadero, para luego ingresar a Bolivia en donde tenía que concurrir a un certamen académico en Cochabamba.

Después de recorrer el breve valle de Moquegua la carretera poco a poco empieza a ascender por terrenos adustos, áridos e inclementes, en donde no se registra ningún signo de vida.

Las desérticas estridencias de esas cadenas de cerros se suceden interminables, opacas por estar cubiertas de cascajo, de polvo y piedras esparcidas y diseminadas que parece un castigo de Dios o de la naturaleza. Un panorama inerte y desolador.

Sin embargo, de trecho en trecho diviso unos letreros de fondo blanco escritos sobre una pared de ladrillo enlucido seguramente para soportar los rigores del ambiente, con letras muy bien hechas, pintadas de color azul, rojo y negro, donde se anuncia el nombre del lugar y luego en grandes caracteres muy visibles el aviso que dice: ZONA ARQUEOLÓGICA.

 


5. ¿Dónde

un fruto?

 

Sin embargo, no hay ningún signo de vida. Pasamos por lugares yermos que oprimen el corazón, pero por donde continúan los anuncios de que estas son zonas arqueológicas. Si es así, pienso entonces que a la vuelta de cada uno de estos cerros y colinas seguramente vamos a encontrar poblados.

O bien, cañadas y lugares donde corre el agua, que por aquí estarán los lugares fértiles, vivibles y amenos, de campos verdecidos y bosques. Pero, ¡nada! ¡No hay nada! Entonces, ¿por qué dice: ZONA ARQUEOLÓGICA? ¿Dónde y cómo vivían, sin agua ni alimentos la gente que antes habitaba estos parajes?

Por todo el contorno por donde se extendemos nuestra mirada todo son páramos ariscos, resecos y pedregosos. Tierra parda, seca y baldía. Entonces, me pregunto, ya más explícitamente: Si no hay nada por aquí que pudiera dar lugar a constituir grupos humanos, ¿dónde pudieron florecer aquellas poblaciones para que estos sean sitios arqueológicos? ¿Acaso son cementerios? Pero, ¿tantos cementerios para ninguna vida?

¿Quiénes eran los que antes aquí vivían? ¿Marcianos? ¿Máquinas? ¡Robots? ¿Gente que no comía ni tomaba agua? ¿De qué se alimentaban? ¿Por dónde podía correr el agua que aplaque su sed? ¿Dónde un fruto que alivie su hambre? Andaba en estas cavilaciones cuando otra vez, otro anuncio de ser esta ZONA ARQUEOLÓGICA.

 

6. Permanecí

extasiado

 

Me enderecé entonces en el asiento para descubrir algún vestigio, o donde pudiera ver volar un ave o impulsarse un saltamontes, o cruzar siquiera hurgando para ver una lagartija. Nada. Ya inquieto por mi propia pregunta, me dije: ¿pero de repente algo distinga en este desierto.

Ya con esta ansiedad en el alma empecé a rastrear con la mirada lo cerca y lo lejos, tratando de distinguir siquiera alguna ruma de piedras. O siquiera viendo la huella de un camino.

En eso distingo, en los cerros de al frente unas hileras borrosas. Eran como renglones en algunos sitios, o como peldaños de una escalera que se sucedía desde lo hondo de la cañada hasta las cumbres de los cerros.

¿Serían andenes? O, ¿qué eran esos renglones deshechos! ¡Sí! ¡Eran viejos andenes! Mi exaltación en silencio no tuvo límites. Fue como si volviera a sintonizar con la vida después de muchos siglos.

Permanecí extasiado y mirando un largo tiempo. Y cada vez descubría más y más vestigios. Ya no me cabían dudas. Sólo me faltaba una comprobación definitiva. Si había vestigios de andenes al frente, y por todos lados, indudablemente lo habría también aquí, en el cerro por el cual la carretera ascendía y que atravesábamos en ese momento.


 


7. Un pueblo

henchido

 

Le pedí entonces al conductor que se detenga un breve momento. Por la forma en que lo dije pensó que algo me pasaba. Y lo hizo. Y yo así podría comprobar en el mismo sitio si eran andenes esas hileras desmayadas de piedras de al frente.

Se detuvo el auto. Bajé y corrí ladera abajo un buen trecho, para tener una buena perspectiva. Manifiestamente, aunque erosionados, pero ahí estaba la construcción de los andenes, en este paisaje de muerte, de abandono y de miseria.

Eran andenes antes de la conquista española, que pude reconocer entre estas cárcavas, montículos y despojos inclementes. E imaginé en vez del espectáculo polvoriento y devastado de ahora, vergeles de cultivos de diferentes matices que habría antes, y en aquel tiempo.

Y una explosión de vida invadió mi ánima estrujada. Escuché los cánticos de hombres y mujeres, pude oír trinos de aves, rumor de cascadas, voces familiares, de vida feliz y exultante.

Imaginé un pueblo henchido, alegre, jubiloso, compartiendo las experiencias diarias del mundo cotidiano, del trabajo, la procreación y de la vida.

 


8. Lo

restituiremos

 

Imaginé un paisaje inabarcable, tal y cual lo estaban viendo mis ojos, pero en vez del páramo gris, obscuro y cruel por lo inhóspito y desalmado, imaginé el colorido de las flores, los aromas de las plantas, la armonía de los sonidos que la vida natural e inocente nos regala cuando somos leales a la tierra y a los dones que ella nos prodiga. Lo que tenía ahora eran los tinglados de líneas que se extendían en el horizonte ya casi imposible de descubrir y hasta difícil de reconocer como tales; y que en este caso la erosión milagrosamente todavía no había culminado de borrar totalmente.

Imaginé cómo todo era antes, un mundo fraternal y solidario. Donde todo era cordial, amable y tierno. Imaginé los cariños, los afectos, la exaltación del alma. Imaginé, imaginé e imaginé. Solo que esta imaginación no era de algo futuro, de algo que todavía no es, sino de lo que fue aquel mundo ideal y que parece soñado.

De allí que Capulí, Vallejo y su Tierra luzca en su letrero y como lema la reconstrucción de la utopía andina, utopía no como algo irreal o imposible, pero que aquí se hizo. Utopía no como lo que recién haremos, sino como aquello que hemos sido, recuperando lo esencial de nuestro hermoso pasado. En cinco siglos y más de abandono todo aquello se ha secado. Se ha vuelto grava y desierto, montes pelados y escombros. Pero todo aquello, entre todos juntos, ¡lo restituiremos!




Todas las fotos de:

Jaime Sánchez Lihón

 

 

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