9 DE AGOSTO
DÍA DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
HACIENDO
LOS ANDENES
NUEVOS
Danilo Sánchez Lihón
1. Cantando
y bailando
En el Perú pertenecemos a una cultura que alcanzó a concretar aquí la utopía social de que no hubiera seres marginados, expulsados ni desheredados de los bienes terrenales. Porque se construyó aquí un orden social de ayuda mutua, de reciprocidad y fraternidad humana.
Porque
no hubo aquí un solo ser que un solo día del año se quedara de hambre, o
sufriera abandono. O que no estuviera integrado al grupo social que producía
bienes a través de la siembra y la cosecha mancomunada de alimentos y otros
productos indispensables para el bienestar en general.
O
que no se ocuparan en la construcción de templos y casas comunales de manera
colectiva. Así como era de ese modo que se construían caminos, puentes y
andenes.
Y todo se hacía con regocijo, cantando y bailando, adorando a la tierra y a la naturaleza, con limpidez de cuerpo y de alma. Y se paliaron enfermedades y hasta la muerte adquirió otro sentido para ser parte del proceso de creación.
2. La solidaridad
humana
Pero,
así como los andenes que transformaron un territorio abrupto en vergeles de cultivos,
hicimos las macamacas o chacras hundidas. Las sojjas o chacras cercadas.
Las
colcas o depósitos de alimentos. Los reaccas o acequias de riego y filtración
en los terrenos propicios. Los occonales o bofedales.
Y
aquí también hicimos los muya, o jardines de flores para contento y alegría de
los sentidos, como los ojos y el olfato, como para fines alimenticios.
Construimos
en determinados espacios los waruwarus o camellones, para obtener y lograr allí
productos de otras latitudes.
Y,
sobre todo, forjamos entre todos la solidaridad humana. Por eso, entre nosotros
no hay rencor, insidia, mala intención.
Desechamos el individualismo, la complacencia en el ocio y el desafecto. Concurrimos a todo sitio con ofrendas, a dar, a obsequiar. Somos tiernos, generosos, delicados.
3. ¿Dónde
están?
Y construimos los andenes como maravillas tecnológicas, pero más como un portento cultural, porque es la expresión máxima de nuestra cohesión comunal.
Pero
cualquiera que ahora viene aquí y ve lo desolado de nuestro suelo dice con toda
razón: si era la característica principal de una organización como del
Tahuantinsuyo, ¿dónde están?
¿Dónde
están los andenes, o los caminos del inca, o los tambos en donde se guardaban los
alimentos?
–
Han desaparecido. Solo quedan algunos vestigios en zonas muy alejadas.
–
Y ¿cómo así han desaparecido?
–
Se destruyeron ya por desidia. Pero más porque eran obras a las cuales los
nativos y originarios del lugar rendían culto y consecuentemente los invasores
lo llamaban idolatrías y entonces había que destruirlas.
4. de trecho
en trecho
Así,
les contaré lo que a mí me ha ocurrido y que deja en claro mucho de lo que yo
mismo antes no me era posible entender ni me alcanzaba totalmente a explicar.
Hace
poco viajaba de Moquegua a Puno, con dirección a la ciudad de Desaguadero, para
luego ingresar a Bolivia en donde tenía que concurrir a un certamen académico
en Cochabamba.
Después
de recorrer el breve valle de Moquegua la carretera poco a poco empieza a
ascender por terrenos adustos, áridos e inclementes, en donde no se registra
ningún signo de vida.
Las
desérticas estridencias de esas cadenas de cerros se suceden interminables,
opacas por estar cubiertas de cascajo, de polvo y piedras esparcidas y
diseminadas que parece un castigo de Dios o de la naturaleza. Un panorama
inerte y desolador.
Sin
embargo, de trecho en trecho diviso unos letreros de fondo blanco escritos sobre
una pared de ladrillo enlucido seguramente para soportar los rigores del
ambiente, con letras muy bien hechas, pintadas de color azul, rojo y negro,
donde se anuncia el nombre del lugar y luego en grandes caracteres muy visibles
el aviso que dice: ZONA ARQUEOLÓGICA.
5. ¿Dónde
un fruto?
Sin
embargo, no hay ningún signo de vida. Pasamos por lugares yermos que oprimen el
corazón, pero por donde continúan los anuncios de que estas son zonas
arqueológicas. Si es así, pienso entonces que a la vuelta de cada uno de estos
cerros y colinas seguramente vamos a encontrar poblados.
O
bien, cañadas y lugares donde corre el agua, que por aquí estarán los lugares
fértiles, vivibles y amenos, de campos verdecidos y bosques. Pero, ¡nada! ¡No
hay nada! Entonces, ¿por qué dice: ZONA ARQUEOLÓGICA? ¿Dónde y cómo vivían, sin
agua ni alimentos la gente que antes habitaba estos parajes?
Por
todo el contorno por donde se extendemos nuestra mirada todo son páramos
ariscos, resecos y pedregosos. Tierra parda, seca y baldía. Entonces, me
pregunto, ya más explícitamente: Si no hay nada por aquí que pudiera dar lugar
a constituir grupos humanos, ¿dónde pudieron florecer aquellas poblaciones para
que estos sean sitios arqueológicos? ¿Acaso son cementerios? Pero, ¿tantos
cementerios para ninguna vida?
¿Quiénes
eran los que antes aquí vivían? ¿Marcianos? ¿Máquinas? ¡Robots? ¿Gente que no
comía ni tomaba agua? ¿De qué se alimentaban? ¿Por dónde podía correr el agua
que aplaque su sed? ¿Dónde un fruto que alivie su hambre? Andaba en estas
cavilaciones cuando otra vez, otro anuncio de ser esta ZONA ARQUEOLÓGICA.
6. Permanecí
extasiado
Me
enderecé entonces en el asiento para descubrir algún vestigio, o donde pudiera
ver volar un ave o impulsarse un saltamontes, o cruzar siquiera hurgando para
ver una lagartija. Nada. Ya inquieto por mi propia pregunta, me dije: ¿pero de
repente algo distinga en este desierto.
Ya
con esta ansiedad en el alma empecé a rastrear con la mirada lo cerca y lo
lejos, tratando de distinguir siquiera alguna ruma de piedras. O siquiera
viendo la huella de un camino.
En
eso distingo, en los cerros de al frente unas hileras borrosas. Eran como
renglones en algunos sitios, o como peldaños de una escalera que se sucedía
desde lo hondo de la cañada hasta las cumbres de los cerros.
¿Serían
andenes? O, ¿qué eran esos renglones deshechos! ¡Sí! ¡Eran viejos andenes! Mi
exaltación en silencio no tuvo límites. Fue como si volviera a sintonizar con
la vida después de muchos siglos.
Permanecí
extasiado y mirando un largo tiempo. Y cada vez descubría más y más vestigios.
Ya no me cabían dudas. Sólo me faltaba una comprobación definitiva. Si había
vestigios de andenes al frente, y por todos lados, indudablemente lo habría
también aquí, en el cerro por el cual la carretera ascendía y que atravesábamos
en ese momento.
7. Un pueblo
henchido
Le
pedí entonces al conductor que se detenga un breve momento. Por la forma en que
lo dije pensó que algo me pasaba. Y lo hizo. Y yo así podría comprobar en el
mismo sitio si eran andenes esas hileras desmayadas de piedras de al frente.
Se
detuvo el auto. Bajé y corrí ladera abajo un buen trecho, para tener una buena
perspectiva. Manifiestamente, aunque erosionados, pero ahí estaba la
construcción de los andenes, en este paisaje de muerte, de abandono y de
miseria.
Eran
andenes antes de la conquista española, que pude reconocer entre estas
cárcavas, montículos y despojos inclementes. E imaginé en vez del espectáculo
polvoriento y devastado de ahora, vergeles de cultivos de diferentes matices
que habría antes, y en aquel tiempo.
Y
una explosión de vida invadió mi ánima estrujada. Escuché los cánticos de
hombres y mujeres, pude oír trinos de aves, rumor de cascadas, voces
familiares, de vida feliz y exultante.
Imaginé
un pueblo henchido, alegre, jubiloso, compartiendo las experiencias diarias del
mundo cotidiano, del trabajo, la procreación y de la vida.
8. Lo
restituiremos
Imaginé
un paisaje inabarcable, tal y cual lo estaban viendo mis ojos, pero en vez del
páramo gris, obscuro y cruel por lo inhóspito y desalmado, imaginé el colorido
de las flores, los aromas de las plantas, la armonía de los sonidos que la vida
natural e inocente nos regala cuando somos leales a la tierra y a los dones que
ella nos prodiga. Lo que tenía ahora eran los tinglados de líneas que se
extendían en el horizonte ya casi imposible de descubrir y hasta difícil de
reconocer como tales; y que en este caso la erosión milagrosamente todavía no
había culminado de borrar totalmente.
Imaginé
cómo todo era antes, un mundo fraternal y solidario. Donde todo era cordial,
amable y tierno. Imaginé los cariños, los afectos, la exaltación del alma.
Imaginé, imaginé e imaginé. Solo que esta imaginación no era de algo futuro, de
algo que todavía no es, sino de lo que fue aquel mundo ideal y que parece soñado.
De
allí que Capulí, Vallejo y su Tierra luzca en su letrero y como lema la
reconstrucción de la utopía andina, utopía no como algo irreal o imposible, pero
que aquí se hizo. Utopía no como lo que recién haremos, sino como aquello que
hemos sido, recuperando lo esencial de nuestro hermoso pasado. En cinco siglos y
más de abandono todo aquello se ha secado. Se ha vuelto grava y desierto,
montes pelados y escombros. Pero todo aquello, entre todos juntos, ¡lo restituiremos!
Todas las fotos de:
Jaime Sánchez Lihón
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