Alfredo Torero, el amigo entrañable de José
María Arguedas, trabajaba junto con él en la Universidad Nacional Agraria La
Molina, y quien cuenta que el 28 de noviembre del año 1969 fue llamado por José
María a su oficina, aproximadamente a las 6 de la tarde, en donde le entregó
unas cartas, para su esposa, para algunos amigos, para el rector de la
universidad, para su editor y algunas otras personas.
Alfredo presintió lo peor, que eran cartas de
despedida. Pero por respeto, por cariño y por reverencia al amigo, o al
hermano, no se atrevió a preguntar. Además, era obvio, él se estaba
despidiendo. Había luchado contra todos los ríos profundos, de corriente negra
y caudalosa y solo, como lo confesó, de una bala en su sien era el único fuego
que sería capaz de encender.
Consideró que era un momento supremo en donde
no cabían consejos, pareceres ni opiniones. ¿Qué iba a hacer, sino perturbar
con palabras lo que ya hacía semanas era un silencio devastador? No lo había
llamado para discutir el hecho de la vida y de la muerte. Lo había llamado para
encargarle unas cartas.
2.
Acudió
presuroso
Cuenta que esas cartas, con ser unas hojas
leves de papel, pesaban horrores, como si cargara montañas, como es la caída a
una fosa o a un abismo.
Regresó luego a su oficina y después de arreglar
algunas cosas y documentos en sus estantes y en su escritorio, fue a tomar su
auto compungido como estaba, y ya para venirse al centro de Lima.
Allí encontró con sorpresa una nota de José
María prendida a la plumilla de la luna delantera de su vehículo.
Fue para él una ráfaga de esperanza. Pensó que
algo podía haber cambiado en cuanto a su determinación.
Acudió presuroso y hasta feliz, pensando que
su amigo quizá había desistido de su propósito, e iba a solicitarle que le
devuelva las cartas.
– José María, aquí estoy. –Le dijo con ilusa expectativa.
José Carlos Mariátegui
3.
Se empinó
gigantesco
– Alfredo. –Le preguntó con serenidad–. ¡Alfredo!
–Repitió–. ¿Tú crees que entre los estudiantes habrá un José Carlos Mariátegui?
Alfredo Torero repuesto de la sorpresa y
mirándolo profundamente a los ojos, solo alcanzó a decirle:
– Sí. Creo que sí, José María.
Vio entonces cómo aquel hombre que se iba a
matar apenas unos minutos después, levantó los hombros, se empinó gigantesco.
Sonrió feliz, luminoso y henchido:
– Gracias, Alfredo. –Le dijo. Y lo abrazó.
Minutos más tarde se descerrajaba dos tiros de
revolver en la cabeza.
Aunque su agonía duró cinco días murió feliz y
con la esperanza de que entre nosotros nazca un nuevo José Carlos Mariátegui.
El mundo andino y sus lenguas
4.
Abre
el
camino
Alfredo Torero fue antropólogo y lingüista, quien
ha contribuido con aportes fundamentales en estas materias; nacido en Huacho,
al norte de Lima, Perú, el 10 de septiembre de 1930, y cuto deceso ocurrió en Valencia,
España, en el año 2004.
Estudió la educación primaria en el colegio
San José de los Hermanos Maristas de su ciudad natal y fue estudiante interno
del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima, donde descubrió la
gran diversidad de lenguas que traían sus compañeros de estudios provenientes
de las diversas regiones del país.
Desde esa época datan sus primeros apuntes
sobre las lenguas andinas del Perú profundo, y ya en aquel tiempo nace su
enorme vocación por profundizar en sus apreciaciones sobre esta materia efervescente,
el hablar de la gente del ande, a partir de lo cual reconstruye la vida, la
historia, la economía y la sociedad del Perú milenario.
Este ámbito y esta proyección le abre el camino para ser el fundador de la Lingüística Andina, como de lo reconoce ya internacionalmente, perspectiva que la plasma en diversos estudios, principalmente a partir de su artículo “Los dialectos quechuas, publicado el año 1964.
5.
Enalteciendo
la
vida
Para ello sus estudios superiores los hizo en
la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, graduándose a inicios de la década del 60. Y prosiguió estudios de
doctorado en la Universidad de París, en Francia, que los culminó el año 1965
bajo la dirección del lingüista André Martinet, y para lo cual sustenta su
tesis titulada: “El puquina, la tercera lengua general del Perú”.
De regreso al país fue docente en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, llegando a ocupar el cargo de
Vicerrector. Por sus contactos con las comunidades nativas del ande y de la
Amazonía, y el asumir la defensa de sus derechos, fue acusado de terrorista, encarcelado
y torturado. Gracias a la campaña de la comunidad universitaria se logró su
exilio en Europa.
Fue asilado político en Holanda, para
finalmente fijar su residencia en Valencia, España, dictando cursos para las
universidades de esa ciudad, como para la de Salamanca y Valladolid. En sus
últimos años de vida solicitó al gobierno del Perú venir a pasar sus últimos
días en su país de origen. Se hizo una campaña nacional apoyando esta
solicitud, la misma que fue denegada. Murió en Valencia, seguramente pronunciando
los nombres de José María Arguedas, de José Carlos Mariátegui y del vocablo que
en lengua puquina significa semilla, que se siembra en tierra, se torna en espiga
y se carga de frutos que enaltecen la vida.
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Mi estimado Danilo, disculpa la excesiva confianza. No tiene importancia si me recuerdas. Pero para mi es importante tenerte presente. Tener en honor de haber conversado contigo brevemente algunos temas. Disculpa la osadía, quiero pedirte me hagas el honor de permitirme publicar en mi Blogger LA ESQUINA DE PERCY ANTONIO, todos tus artículos, con todos tus créditos. Siempre tu admirador.
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