SE CREA LA REGIÓN LORETO
¡OH, PRODIGIO
ES
LA AMAZONÍA!
Contamana, a orillas del Ucayali, donde yo viví
1. Preso
en sus aguas
Viví nueve meses, de abril a diciembre del
año 1968, a orillas del río Ucayali como profesor en el Colegio Nacional Genaro
Herrera de Contamana. Pero, en realidad, fue como si viviera no un año sino milenios
e infinitamente; lo suficiente como para llevar a esa región clavada en el alma
y para toda la vida.
Fue a tal punto su vórtice, su captura y su
impacto, que luego yo viví muchos años embrujado y cautivo de su prodigio,
maravilla y transparencia. Y considero que aún sigo atrapado en su encanto y
sortilegio, como si fuera un prisionero atado y cargado de grilletes y cadenas
bajo el hechizo de su magia, y de su cábala y sus cantos de sirena. Porque es
un mundo absolutamente mágico.
O bien sigo siendo un pez habitando al
fondo de su légamo y de sus aguas fantasmales, sumergido en sus palacios
subacuáticos. Alguien que por haber bebido el agua de sus manantiales
hechiceros nunca más va a ser capaz de desprenderme de su encantamiento ni hacer
el camino de regreso desde el momento en que llegué a sus orillas. Y al
contrario cada vez siento que me voy sumergiendo más al fondo de su turbidez o transparencia,
confundido con el ensueño del agua, de los árboles y del cielo que en su fondo
se desliza y apenas se refleja.
Sumergido en su turbidez o transparencia
2. Su fondo
mítico
Y aún ahora me duermo o me despierto
sumergido en su vaho sagrado, y lo primero que escucho son las voces del
mercado, en uno de cuyos altillos amanecí un día, porque llegué de noche, y
tomé el alojamiento más cercano que había del malecón. Y desperté con un
bullicio endemoniado que me costó identificar en dónde estaba, yo quién era, y
qué había pasado con mi vida.
Y que constituye una de las tantas noches
en que sucumbí a su bebedizo, y dejé que la Amazonía me inundara apacible por
dentro y por fuera, el cuerpo y el alma. Dejé que deslizara tranquila las aguas
de sus ríos y sus anillos de ofidio, como sus pócimas, que bebí consciente y
convencido. Y dejé que ellas inundaran por todo mi ser, para así poder seguir
viviendo. De ese modo la Amazonía se quedó para siempre impregnada y extasiada en
mi alma, y yo sumergido en su fondo mítico y en su entraña alucinada.
Fue a tal punto su embeleso que permanecí
muchos años subyugado y avasallado por su maleficio, sin poder pensar en nada
que no fuera ella, atrapado en su profundidad fantasmagórica. Huía para
librarme de sus recuerdos, de su ensalmo y de su honda fragancia, recorriendo y
habitando urbes y ciudades opuestas y disímiles a fin de escapar de su
sojuzgamiento. Y nunca pude ya jamás librarme de ese cautiverio.
Extasiada se quedó en el alma
3. Coger
y salvar
También porque me resultó imposible
encontrar alguna región mejor o siquiera igual de portentosa en donde
refugiarme. Y en el momento menos pensado volvía a evocarla y a deambular por
en medio de sus bosques, lagunas y ríos. Y volvía a hundirme preso en sus entrañas.
Tanto fue así que quince años después de
haber estado allí, cruzando en cierta oportunidad por el centro de la Plaza San
Martín, en Lima, al atravesar por en medio de la gente que camina presurosa y
agitada, una señora que ya había pasado varios pasos en su caminar regresó y me
detuvo.
Era como si me hubiera hallado. Primero viniendo detrás mío me cogió fuertemente,
como si algo ella tuviera que atajar, coger y salvar.
Y me retuvo, entre la multitud que por allí transita.
– ¡Usted ha estado en la selva del Perú!, ¿no
es cierto? –Me dijo, cogiéndome de los hombros, como queriendo salvarme de las
aguas turbulentas que ella sentía en esos momentos que me tenían atrapado para
seguramente ahogarme.
Y después de atajarme como a un cuerpo que
flota y que la corriente arrastra por el río, quiso indagarme sobre mi destino,
con curiosidad, pero más con angustia y desesperación.
Plaza San Martín, en Lima
4. Por
su mirada
– Sí. –Confesé yo, como un reo a quien
descubren in fraganti–. Estuve casi un año en Contamana, en el río Ucayali.
– Ya ve. Ya ve. –Oí que decía–. ¡Igualito
le pasó a mi marido! ¡Dónde estará el pobre! ¡Lo atrapó la boa negra!
De esta forma me impetró. Y fue para mí como
si algo hubiera puesto en evidencia. Y ya estuviera delatado mi crimen. Ante mi
anonadamiento y sintiendo que se acababan para mí los fingimientos, mirándome
de frente a los ojos con su rostro expectante, continuó.
– ¡Y aún sigue atrapado en esa selva!
– Sí, señora.
– ¡Sálvese!
– Pero, ¿cómo sabe que allí estuve?
– Lo sé por su mirada. Porque con esa
mirada volvió mi marido para después irse y desaparecer definitivamente. Tiene
la misma mirada con que regresó mi esposo después de servir en un puesto
policial de la selva. Regresó con esa mirada que usted tiene y nunca más lo
pude atajar.
Lo sé por su mirada
5. Más
pudo la selva
–
¡Ah! –Dije yo.
Y
como evocando, perdida en sus recuerdos, añadió:
–
¡Nunca más pude retenerlo! Tuvo que dejarme. A mí y a sus hijos. Y él volverse
a ese infierno verde que no conozco, pero sí sé que es un remolino ¡que atrapa
y devora a la gente!
–
Como una boa.
–
Sí, joven. Porque mi esposo era un ser leal, cariñoso y apegado a su familia;
que adoraba a sus hijos. Por quienes él se desvivía. Y regresó embrujado, loco,
enajenado. Se fue, lo tragó la selva. ¡Con quién y cómo estará el pobrecito!
Y
antes que ella se echara a llorar yo le pregunté por preguntar:
–
¡Ah! –Dije yo asombrado–. ¿Y de eso hace cuántos meses?
–
¡Años! –Me gritó ella–. ¡Hace años!
–
¡Ah!
–
Sí. De eso hace varios años. Lo perdí para siempre. Y nunca más lo he vuelto a
ver, como si hubiera sido devorado por un esperpento.
Atrapado en sus raíces
6. La boa
cósmica
–
¡Cuídese, joven! –Me dijo por fin–. ¡Usted está igual, padeciendo lo mismo! –Me
palmoteó el hombro, compasiva. Y desapareció.
Lo que en verdad hizo y expresó fue una
radiografía exacta de lo que a mí me ocurría desde hacía también muchos años
atrás.
Y ella me pareció a mí que era una mujer
joven, hermosa y muy atractiva, pero más pudo la selva en cuanto a sortilegio
para quien fuera su esposo.
Tuve que admitir lo que ella me hizo notar.
Develó todo el embrujo en el cual yo estaba sumido y prisionero.
Me dio un diagnóstico certero de mi
padecimiento. Estaba siendo devorado por la serpiente o la boa cósmica.
Recién allí supe que yo era un encarcelado
de esas mismas voces, sirenas y raíces. Era un recluso y presidiario.
Y esa interpelación fue el inicio para intentar
sanarme. Nunca lo pude. Pero, por lo menos a partir de entonces yo sé lo que
tengo, de qué padezco. Y soy consciente del encantamiento que sobrellevo y en
el cual ando sumido.
7. Himno
auroral
¿Cuánto tiempo había pasado siendo yo un
cautivo? ¡Más de quince años!
Ese fue el punto de partida para tratar de
curarme. Y uno de los recursos para esa salvación fue escribir un libro que
titulé “En noches de luna, en torno a la hoguera”.
Es un libro que ya lleva no sé cuantas
ediciones a cargo de la Editorial Altazor. Compuesto por un conjunto de relatos
que resultaron finalistas en el Concurso de Casa de las Américas de Cuba, y que
el primero de sus mitos el Instituto Nacional de Tele Educación del Ministerio
de Educación del Perú lo grabó para el cine y la televisión, como parte del
Programa Expedición Andina que desarrollaba junto con otros países en el marco
del Convenio Andrés Bello
La Amazonía es el mundo que recrean esos
relatos y que no sólo es una realidad sino un universo y hasta un cosmos único,
singular e inigualable.
Región honda e incandescente, que nombrarla
es como decir mundo primero, luz y agua primigenias.
Himno auroral, así como también –y lamentablemente–
tragedia que se olvida, devastación impune y drama secular.
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