lunes, 14 de septiembre de 2020

14 de septiembre. El pan y lo vivido.

14 DE SEPTIEMBRE 

EL PAN 
Y LO 
VIVIDO 

Danilo Sánchez Lihón 




…y el valor de aquel pan 
inacabable. 
César Vallejo 

Hay algo tan necesario 
como el pan de cada día, 
y es la paz sin la cual 
el mismo pan es amargo. 
Amado Nervo 


1. Un gusto 
infinito 

Tenemos más de cuarenta variedades de panes en mi pueblo, y otras tantas diversidades de alfajores, tartaletas y tajadas, como aquí las llamamos. Y con este último vocablo. ¿Por qué? Respecto a esto nos advierten nuestras madres: “Se dicen tajadas porque el pan es para compartirlo”.

Hay panes humildes y otros soberbios, cortesanos y ostentosos, como un pan que contiene otro pan diferente dentro del pan que lo envuelve. Pero la suerte me ha dado a mí recordar más bien y siempre las presencias sencillas, que en cuestión de panes son las más deliciosas, es decir mi afecto y adhesión es por los panes pueblerinos. Y reza aquí otro dicho, cuál es: “Siempre la comida del pobre es la más rica”.

Así, el pan de agua que no tiene como componentes sino la harina y el agua clara de la acequia del pueblo. Se cuece al principio de toda la jornada de amasar pan y se lo hace para templar el horno con una primera camada de pan. Es compacto y fuerte como todo aquel ser que ha sufrido, que es el primero que se lanza en un combate o es el primero que afronta cualquier asunto insoslayable, sea de vida o sea de muerte. Tan duro es este pan que para comerlo hay que hacer girar la cabeza a fin de romperlo con los dientes y arrancar un mordisco, para luego masticarlo mirando los cerros tutelares que nos rodean, protegen y compadecen. Pero ya en la boca, y deshecho, es dulce y tierno.

 


2. Saboreando

una flor

 

Hay otra especie de pan a la cual llamamos canga, que es plana y no se tablea en la mesa, sino que nuestras madres palmean la masa en sus dos manos y luego lo repulgan en el aire, la misma que no se introduce al fondo del horno, sino que se cocina casi en la puerta para saber en qué grado de calentura se encuentra el crisol de adentro.

Dentro de esta especie de panes hay que considerar a la semita hecha de harina integral que no se cierne y viene con todo su afrecho. Este pan es muy querido por la gente del campo que lo consume remojándolo con chicha, lo cual es un deleite. Generalmente a este pan se le pone cumbe que es el chicharrón molido. En este rubro están: el candeal, el cenceño, el mollete.

Entre su masa, la lengua a veces suele paladear alguna carnecita que, para mí, por lo menos, es un gusto infinito el encontrarla. También se paladean carbones que se lo separa con paciencia considerando que son vestigios del árbol sacrificado para que pudiéramos saborear este gozo. Por eso bien dicen nuestros mayores:

– El pan es de Dios.

 


3. Saborear

una flor

 

Y ahora entramos de lleno a lo que luce en las vitrinas. Y ya en ese orden lo primero que quisiera mencionar es el bizcocho simple o corriente que untado de mantequilla de Uningambal o Angasmarca, que son las haciendas del contorno, es sencillamente bocado para los dioses.

Pero basta una taza de yerba luisa o toronjil y el bizcocho simple, ni tan duro ni tan blando para que signifique ello un manjar exquisito.

También está el pan de cebada y la cortadilla, igualmente con cumbe, hecha de harina integral y partida en cuatro secciones como los cuadrantes de un círculo.

Pero apenas mencionaré, antes de retirarme de esta evocación titubeante y para no ahogarme en la nostalgia, ¡al pan de yema, que se hace con huevo batido y leche natural. Es suave, esponjoso que produce al comerlo la sensación de estar saboreando una flor.

Y que se sirve con el famoso jamón de Santiago de Chuco, adornado con una lechuga y una aceituna negra. Y todo esto sin mencionar la cantidad de pasteles, roscas, basitas.

 


4. Velando

las espigas

 

Terminaré aduciendo razones de por qué el pan de mi tierra es el mejor pan del mundo como vengo sosteniendo en distintos artículos. Y es: ¡Porque tiene el sabor y el olor de todo lo vivido!

Tiene el olor al limoncillo que se cultiva en los huertos de las casas detrás de las pircas y los muros de piedra. En su olor está la leña que arde y el humo que se eleva. Huele al trigo aún verde en las campiñas.

Tiene el olor a las pacharosas, a las mostazas y retamas florecidas de los caminos, que exhalan su fragancia después que el aguacero ha cesado. Tiene el olor al río donde el grano de trigo se ha molido.

Olor a vientos, a sol que ha alumbrado la parva donde han esperado las gavillas la trilla. A la luna que ha alumbrado en las noches velando las espigas.

Tiene olor a rosales, a clavelinas a manzanilla que brota en las colinas y en las praderas de los contornos de mi pueblo. Y la hondura del cielo cuando en las noches se tachona de luceros.

 


5. Sus labios

carmesíes

 

Pero, vean. Aquí está ella. Es María Jesús, a quien la decimos Maruja. Va envuelta y acurrucada en su rebozo negro. ¿Por qué ella escoge siempre la vereda de enfrente delante de mi puerta?

Nadie más pasa a esta hora por la calle bajo las malvas que penden del muro.

Va con su canasta pendiente del brazo que sobresale de su busto que esconde bajo el rebozo negro que oculta su cuerpo que estalla, ya exuberante. Al cruzar la esquina corre. Y se ven sus pantorrillas blancas y firmes.

– Deme doce panes. –Dice en la tienda, y sus labios carmesíes tiemblan.

La señora que atiende hunde el barbiquejo en la cesta, en donde unos panes quedan y otros caen. Y en una y otra palanada doce panes se deslizan a la canasta de Maruja. Y allí vuelve, llevando el pan de la tarde.

 


6. En la oscuridad

de la cocina

 

Creo que es el mejor pan del mundo el de mi tierra porque tiene el rumor de la acequia que pasa.

Y del viento que ulula en la cumbrera de los techos.

El temblor de los shiraques con que hemos barrido el ladrillo del horno donde se cuece la masa.

Tiene el sonido del lino de los manteles cuando se planchan cuando se tienden, sirviendo de tendales cuando se amasa.

De la mandolina que suele tocar mi padre mientras la masa lluda.

De los cuyes que corren a esconderse por debajo del horno ya encendido en la tenue claridad de la cocina.

El pan de mi tierra tiene el sonido de las campanas de la iglesia que cada amanecer convoca al santo oficio de la misa. O al atardecer en el rosario aldeano a la hora del ángelus.

 

 Probando el pan de Nueva York


7. Perdonadme

la nostalgia

 

He recorrido todo el globo terráqueo y no hay como el pan de mi tierra. Sin embargo, pienso que esta aseveración cada hombre lo puede hacer y decir, con igual y parecida verdad, lo mismo.

Lo puede y lo debe aseverar con toda la razón y solvencia, dado que nadie puede en ello discutirlo.

Le asiste en verdad todo el derecho a alguien y a todos para decir lo mismo que yo digo. Porque no hay pan más sabroso que el que hemos probado en nuestra infancia, en nuestra casa materna y en nuestro lar nativo.

Por eso, es lícito y es un orgullo natural que cada hombre se ufane del pan de su tierra y de su infancia. Apenas yo soy uno de ellos. Por eso, a mí han de perdonarme la nostalgia.

Además, como dice el proverbio: el mejor olor es el del pan. El mejor sabor el de la leche y la miel. Y el mejor amor es el amor inocente de la infancia. Y con todo ello se vincula y relaciona el pan.

  

Fotos 2, 5 y 7

Jaime Sánchez Lihón


Fotos 1 y 6

Municipalidad de Santiago de Chuco





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