Un
bullicio de gente que pasea entre los toldos donde se vende de todo es hoy
sábado el centro de la ciudad en Tepoztlán, en México.
Se
venden collares, artesanía de madera, objetos de cristal y de obsidiana
extraída de las canteras de Guanajuato.
Se
venden pócimas y recetas de curanderos. Se sanan males de amores, se exorciza
el daño que alguien te ha inferido.
Se
adivina la suerte venturosa o aciaga, y hasta se aplican masajes y se arreglan
torceduras, todo al paso.
No
faltan las peluquerías, los puestos de manicure, la venta de lociones y sebos
de culebras.
En torno a la iglesia vetusta,
derruida por el sismo, se vende fruta, condimentos y especies. Y comida, sean
tacos o enchiladas mexicanas.
Tepoztlán, en México
2.
Hoy
domingo camino entre la multitud. Y tú a mi lado siempre, como una aparición,
una sombra y una quimera.
Una
presencia que nadie ve, pero que me habita, que alumbra mis pasos, mis días y
mis noches.
Tú
diciéndome la dirección exacta adónde ir; guareciéndote conmigo bajo las
arcadas de la plaza, o bajo algún tilo o ciprés.
Con tu
falda igual a la que apareces en la fotografía. Con tu peinado a la deriva,
niña mía.
Y tu
abrigo al interior de cuyo bolsillo va cogida tu mano con la mía, a fin de
librarnos del frío, pero más de las distancias que separan.
Tú habiéndome encontrado, y ya
sabiéndome perdido. Y sintiéndote hacia mí rendida.
Tepoztlán, en México
3.
Pasada
la tarde y venida la noche me siento rendido, incluso para salir, buscar un restaurante
o un sitio donde comer.
El
sueño me vence y quitando como puedo la ropa y las cosas que hay encima de la
cama, me acuesto.
Me he
despertado pasada la media noche con un bullicio atronador que viene de
diversos ámbitos, de fiestas y el hablar de la gente y de la música
altisonante.
Trato
de leer algo, pero las voces son intensas, pareciera una manifestación que pasa
por la calle, risas y jolgorio en calles y plazas.
Me
aliño un poco y salgo. El hotelero duerme, pero se despierta un tanto
sorprendido al verme salir. La calle frente al hotel está vacía y la plaza
cercana también.
Las
calles lucen solitarias, con tiendas de letreros apagados, donde mis pasos
resuenan solemnes en las baldosas mojadas con algunos charcos por alguna lluvia
repentina.
Tepoztlán, en México
4.
Encuentro
un vigilante encapotado en su bufanda quien medio despierta y me saluda atento
y azorado.
–
Buenas noches. ¿Hay fiestas en algunos barrios? –Le pregunto, interesado en ir
allá y confundirme un rato entre la gente.
–
Ninguna. Todos duermen porque mañana es día laborable. Sábado y domingo la
ciudad arde con el turismo, hasta las seis del domingo, después todos
descansan.
– Desde
mi habitación en el hotel he sentido bullicio por todo lado, como si hubiera
fiestas. Por eso he salido, para ver.
– De
eso se quejan muchas personas que vienen a Tepoztlán. El pueblo es antiguo y
son las piedras las que hablan y bailan por las noches del domingo.
– Yo he
sentido bandas de músicos.
– Son
los antepasados y la memoria que hay en el subsuelo. Nosotros los que somos de
aquí ya no lo sentimos, pero quienes vienen de afuera sí.
5.
Hoy
lunes amaneció todo en silencio, salvo el repique de las campanas marcando las
horas en la vieja torre.
El
tiempo se desliza infatigable tras las huertas y delante de los muros; tras las
puertas ojerosas y sin abrir.
Tras
los balaustres de los balcones donde algo se ha quedado sin morir. Tras las
macetas llenas de flores que sostienen extasiadas en sus pétalos el relente de
la noche.
La luz
y la sombra se deslizan ambas bajo el artesonado de los cuartos en completa
soledad, bajo las escaleras que suben y bajan.
Se
desliza detrás de las puertas que permanecen silenciosas y cerradas.
Y yo
pienso en ti, como una golondrina pensará en su nido lejano cuando la tormenta
y la tempestad aquí arrecia.
Los textos
anteriores pueden ser
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