miércoles, 16 de septiembre de 2020

16 de septiembre. Piedra de honda plomada. / Cada quien tiene su propia campana.

16 DE SEPTIEMBRE 
PIEDRA DE HONDA PLOMADA 

CADA QUIEN 
TIENE SU PROPIA 
CAMPANA 

Danilo Sánchez Lihón 



La campana de mi escuela


...a dos badajos 
inacordes de tiempo 
en una misma campana. 
César Vallejo 


1.

 

Cada quien tiene en el fondo de su alma su propio árbol, y su propia piedra, su propia mesa de comer o su propio velador que nos acompaña en las noches de insomnio.

Así como cada quien tiene su propia grada de la escalera en donde sentarse o estar de pie, porque en ella se detuvo a jugar en su infancia.

O tiene su propia puerta por donde salir o entrar, optando ir de frente, a la izquierda o a la derecha. Y regresar y perderse por un rato si desea.

Cada quien tiene un nombre de mujer o varón, un rostro y unos ojos incrustados en el fondo de su corazón en estos casos extasiado y envuelto en arreboles, como cada quien tiene su río, su puente y su cascada.

Así también cada quien tiene su propia campana, que puede ser la campana en la plaza de su pueblo, que da las horas en la alta torre.

O puede ser la de la iglesia de su barrio, bohío o comarca, la misma que marca con su badajo los fastos o los tristes desenlaces.

 

Tocando la campana



2.

 

Así, en mi caso la campana que prevalece es la de mi escuela, que fue el Centro Viejo 271 de mi pueblo nativo, que aún marca las horas en mi espíritu.

Aunque ella aún cuelgue de una viga añosa en el corredor del patio que antes era de tierra con sus muros de adobe, y techo de rastrojos, florecidos siempre de malvas por las lluvias regulares o repentinas.

Campana que es un hada, un duende o un mago; eso sí siempre un ser encantado. Que todavía es la que me convoca a cumplir con mis tareas.

¡Cada quien tiene su propia campana con la cual sintoniza aquella otra interior que es su propio corazón! Que juntas le anuncian de cuándo despertar, o si un ser querido está cerca y por llegar.

Y hasta cuándo nos toque morir lo haremos convocados siempre por un repique de aquellas dos campanas, la de lejos y la de adentro, que es la campana de nuestro propio corazón.

 


Niños del mundo




Jaime Sánchez Lihón


*****

 

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