Desde tiempos lejanos de Santiago de Chuco
se decía: “Tierra de poetas”. ¿Por qué? Por la predisposición a ligar y juntar
la palabra al paisaje que en este lugar es bello y espléndido e inspira a ser
buenos, agradecidos y a celebrar la vida como a toda la creación.
Sin embargo, tuvo que nacer César Vallejo
para que el Congreso de la República oficializara este reconocimiento,
emitiendo el Decreto Ley 30176 del 3 de abril del año 2014, que declara a
Santiago de Chuco Capital de la Poesía del Perú.
Pero, así como es “Tierra de poetas” lo es
también “Tierra de pintores”, y de egregios artistas plásticos, y por la misma
razón a la cual aludíamos antes. Así como lo es de insignes médicos y abogados,
¡y de grandes guerreros!
Quizá con igual justificación sería “Tierra
de pintores”, puesto que en ella la esplendidez de la naturaleza, la luz del
sol y el luminoso cielo azul da lugar a una inmensa prodigalidad y profundidad de
colores.
Y es tan honda esta impresión que produce
una sensibilidad muy grande y especial por todo lo que es contemplación del
paisaje y el anhelo de dejar retratado en el lienzo todo este prodigio.
Uno de esos pintores es Agustín Rojas
Torres quien nació en Santiago de Chuco y estudió en la Escuela Nacional de
Bellas Artes de Lima.
2. Callejas
retorcidas
La pintura de
Agustín Rojas va más allá de la descripción del paisaje para introducirse en un
estado de alma, para lo cual le vale el dominio de la luz y la sombra, plano en
donde se define un verdadero pintor.
Recrea en sus
lienzos con singular maestría la vida, la gente y la historia de un pueblo de
los andes del Perú de donde él es natural, sin que a veces aparezca en sus
cuadros nada más que unos árboles, las piedras, la acequia, los tejados. ¿Cómo
entonces explicar esas sensaciones?
¡No sabemos!
Pero basta mirar para adivinar las actitudes de las personas que allí habitan,
que están detrás, al lado, o debajo; aunque no sean visibles ni aparezcan, que
allí viven y hasta pareciera que sintonizamos con los pensamientos de quienes
duermen o reposan entre esas callejas retorcidas.
Este cielo
anubarrado y el sol en las paredes que plasma Agustín Rojas lo emparenta con lo
mejor de la pintura de inspiración andina, con los artistas candorosos de
nuestra tierra con quienes está hermanado no solo porque comparten inquietudes
sino porque coinciden en una conjunción feliz de arte, compromiso y sabiduría.
3. Un mar
movible
En el estuco de
estas paredes y bajo la sombra de estas techumbres que Agustín Rojas Torres
evoca en sus cuadros recostó su frente César Vallejo.
Y no solo cuando
dormía. Sino cuando tuvo que contestar a la pareja de policías que se le
acercaron a interrogarle por sus generales de ley, mientras él se arrebujaba en
una banca en París ya hacia la madrugada:
– ¿De dónde es
usted?
Y él respondió
con total naturalidad:
– De Santiago de
Chuco, señor.
Pero no solo
cuando dormía deambulaba por esta tierra que Agustín Rojas colorea, sino más
aún cuando estaba despierto o cuando al morir desandó sus pasos y hubo de
regresar hasta aquí, en la memoria de su lar nativo.
Pero, lo más
conmovedor que pinta son los tejados, tal y cómo yo los sentí de niño siempre:
como un mar movible de olas de tierra roja que se alejan y se acercan.
4. Más
candor
Vivía Agustín Rojas Torres en la calle
Fermín Tangüis, en la Urbanización Ingeniería del distrito de San Martín de
Porres, en Lima.
En los últimos años de su vida le era
difícil dibujar por el temblor de sus manos, pero ideó formas y técnicas de
cómo seguir moviendo los pinceles y su arte adquirió mayor vigor, fuerza y
contundencia.
Ahondó en pintar escenas de su tierra natal
y de su gente originaria, como si los recuerdos empezaran a pesar mucho y
fueran prevalecientes en su alma. Evocaba más cada detalle como si le ganara la
nostalgia y le atrajesen más sus días de infancia.
Y su arte adquiría más candor y
transparencia. Pintaba flores, escenas del campo, pero sobre todo techumbres,
tejados, paredes oblongas, balcones titubeantes.
Pintó varios cuadros con escenas de mis
cuentos. Hizo las carátulas de varios libros míos, como para la primera edición
de “La piedra bruja”, “Camino de Santiago” y “Mi tierra clavada en el alma”.
A fines del mes de septiembre del año 2010,
hace exactamente diez años, recibí el aviso de que se estaba muriendo.
5. Inmenso
cariño
El siguiente fue el correo de su sobrina
Elsa Portella, en verdad hija suya porque a ella él la crio, la protegió y orientó
en la vida y a quien educó junto con una parvada de niños que eran hermanitos
suyos que habían quedado huérfanos de madre, y quien me decía en su nota:
Danilo: Hoy me conmovió lo que has escrito
sobre ese gran hombre que es Ricardo Ríos, y de pronto lo relacioné con la vida
de mi tío Agustín Rojas Torres, quien hoy se encuentra postrado en la cama de
un hospital, sufriendo los efectos de una dolorosa enfermedad. Tú, ¡sigue en la
tarea de resaltar las virtudes y cualidades de quienes lo merecen! Y ojalá
escribas algo sobre mi adorado tío.
¡Cómo no! Escribí ciertamente. Y el
siguiente fue el correo que hizo circular mi hermano Jaime, desde Pennsylvania,
donde vive:
Hace 15 días el pintor Agustín Rojas está
postrado en un hospital, sin ninguna posibilidad de cura. Los médicos han dado
por terminada toda posibilidad de recuperación. Espero que esta noticia nos
haga pensar qué podríamos hacer. Son muchas las personas de mi generación que
pasamos días agradables en su acogedora casa, en donde fuimos recibidos por él
con inmenso cariño.
6. Las joyas
más preciadas
Dos días después que se cursaron estas
notas él murió, a fines de septiembre del año 2010, un día como lo es ahora,
fecha de aniversario también de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima en
donde él estudió. Y donde fuera alumno predilecto del maestro José Sabogal,
junto a una pléyade insigne de grandes pintores como Camilo Blas, Julia
Codesido, Teresa Carvallo y Vinatea Reinoso.
Han pasado diez años y no dejemos que siga
muriendo de ingratitud hacia él. Como dejamos morir sus paisanos a César
Vallejo. Nos duele ahora tanto y sin remedio que él muriera lejos, pobre, en el
abandono material, sin ver publicada su obra, olvidado por la cultura. Hagamos
algo, no importa qué: clamar, indignarnos, enternecernos, ¡en fin! Pero mucho
más y mejor sería hacer realidad la Pinacoteca de Pintores en Santiago de
Chuco, que reúna, conserve y promueva la obra de nuestros artistas desperdigados
por el mundo, para bien de la niñez, la juventud y los hombres del mañana.
Algunas de estas
líneas que ahora transcribo las escribí para el catálogo de la exposición que
él presentara el año 1986 en la Galería 715 de la Av. Benavides, un día
apoteósico al cual no fui, como siempre. El pintó después varios cuadros con
escenas de mis cuentos que sirvieron como carátulas de algunos libros que he
publicado, pinturas que valoro entre las joyas más preciadas.
7. Que otros
niños
nazcan
Por eso, que en una fecha como hoy, que
toda la azulería de los horizontes y amaneceres que él pintara doblen sus
rodillas.
Que paletas y pinceles, que caballetes y
bastidores doblen sus frentes y enmudezcan. Que el rojo de las tejas deje caer
sus lágrimas furtivas.
Que los colores de las flores: carmesíes,
fuccias, azafranes, jaldes o anaranjadas empalidezcan heridos en el rubor de sus
sienes o mejillas.
Que el amarillo de las espigas que él como
nadie supiera de su dulzor, desahoguen sus suspiros.
Que el añil del cielo de Santiago de Chuco
se nuble y con toda razón si quiere llorar que llore. Y que se alivie lloviendo
de tristeza, de pesar y de amanecida.
Que las nubes blancas de candor, que él hiciera bogar por el cielo de su tierra natal, se enluten.
Y que a fin de
brotar otra vez blancas urdan a que otros niños nazcan con pinceles y colores
de belleza infinita en el alma, como es y lo será siempre Agustín Rojas Torres.
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