– Pierda cuidado, señor, lo encontraremos a su hijo.
Vamos a buscar inmediatamente por todos los contornos y la zona. ¿Pero díganos,
cómo es su hijito?
– Es chiquito, señor. Gordito, de ojos redondos, despeinado,
de grandes cachetes, que viste una camisa roja a cuadros
ya gastada, y un pantaloncito que se le cae, señor. ¡Por favor,
encuéntrenlo!
– Lo encontraremos pronto. Hasta ahora nunca se nos
ha perdido un niño. –Repite el capitán. Y llama por la radio:
– Patrulleros,
unidades motorizadas de toda la zona. ¡Atención! ¡Urgente! Un niño: chiquito, gordito, de ojos redondos,
despeinado, de grandes cachetes, que viste una camisa roja a cuadros ya gastada,
y un pantaloncito que se le cae, ...
ha salido de su casa y sus padres están desesperados. Hay que encontrarlo
pronto. ¡Apresúrense! Esperamos respuesta. Cambio.
– ¡Atención!
¡Atención! Mensaje recibido. Movilizaremos las unidades de inmediato, capitán.
Hablan los policías desde sus aparatos.
2. Revisen
todo
– Pronto le tendremos con nosotros, señor, tenga
calma, relájense.
Dicen sonrientes los policías.
Encienden sus autos, otros sus motocicletas y
parten veloces, haciendo sonar sus sirenas.
Y dejando que fulguren sus luces intermitentes:
amarillas, rojas, verdes y azules.
Al cabo de un rato los policías regresan con
rostros desencajados.
– ¡Nada! ¡No lo encontramos!
– ¡Por Dios, señor!
– ¡Queremos inspeccionar la casa, señor, señora, si
nos permiten!
– ¡Adelante! ¡Pasen amigos! ¡Revisen todo, por
favor!
¡Nada! Es como si se lo hubiera tragado la tierra.
Llega otra patrulla en sus motocicletas:
– ¡Nada!
3. Entran y salen
de sus puertas
– Ya hemos recorrido y peinado toda la zona,
capitán. Y no hay rastros de él por ningún lado.
– Aquí tampoco. ¡Es rarísimo! Acabamos de revisar
toda la casa. Y no está.
– Hay que avisar a la radio y a la televisión.
– Sí, de inmediato.
Marcan el teléfono y dan lectura al parte
respectivo. Se interrumpe la programación de la televisión. La locutora
anuncia:
– ¡Aviso!,
¡Aviso de servicio público! Se ha perdido un niño de tres añitos: chiquito, gordito, de ojos redondos,
despeinado, de grandes cachetes, que viste una camisa roja a cuadros ya gastada,
y un pantaloncito que se le cae, ... ¡Si alguien lo ubica den aviso a los
teléfonos 393-5196 o al 99773-9575! O bien llamen a esta emisora. ¡Como
comprenderán, sus padres están desesperados!
Pero nada. Hasta los vecinos entran y salen de sus
puertas y por sus ventanas registrando cada palmo de suelo. Nadie encuentra a
Fredy.
4. Y llega
la oscuridad
Avisan entonces al helicóptero que día y noche da
vueltas prestando servicio encima de la ciudad.
El piloto baja hasta rozar las copas de los árboles
y los techos de las casas vecinas, observando a través de unos potentes larga
vistas.
Van mirando metro a metro, por las calles y plazas
adyacentes buscando al niñito chiquito, gordito, de ojos redondos, despeinado,
de grandes cachetes, que viste una camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito
que se le cae, ...
¡Nada! ¡Es increíble! Ya las sombras, al principio
tenues de la tarde, se hacen más densas en el horizonte y se avecina la noche.
Y llega la oscuridad.
Y entonces avisan a los barcos para que con sus potentes
luces y sus catalejos de aumento enfoquen el malecón y avisen si ven a un niño chiquito,
gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes cachetes, que viste una
camiseta roja ya gastada, y un pantaloncito que se le cae, ...
5. ¿Dónde
está?
La mamá llora desconsolada. Y las tías Carmen y
Miguelina que se han reunido en la casa le dan ánimo diciéndole:
– No te desesperes, Elvira. Ya aparecerá. El
ejército ha salido a las calles.
Los soldados lo buscan por todos los rincones.
Todos los canales de televisión y las emisoras radiales están pidiendo que toda
la población lo busque hasta encontrarlo. Se ha paralizado el tráfico en las
calles y avenidas.
– Ya aparecerá. ¡Es lógico!
– ¡Dónde está mi hijo! ¡Quiero ver a mi hijo! ¡Dios
mío! ¡Devuélvemelo con vida! –Suplica dando chillidos.
– ¡Cálmate, por favor!
– ¡Hijito de mi alma! ¡Hijito de mi vida! ¡Hijo de
mis entrañas! ¿Dónde estás? –Repite llorando a gritos la madre.
– Te prepararé un mate de panisara, para los
nervios. –Le dice la tía Carmen.
Y entonces se pone a buscar el frasco de azúcar
para endulzar el agua de la taza que ha servido.
6. ¡Mi
hijo!
– Pero, ¿dónde guardas el azúcar? –Pregunta ya
impaciente, abriendo y rebuscando los cajones.
Y al abrir la puerta inferior de la alacena y mirar
hacia adentro descubre a Fredy, acurrucado, doblado en dos por la cintura y
completamente dormido.
– ¡Elvira! –Grita.
– ¡Elvira! –Vuelve a gritar–. ¡Mira! ¡Aquí está tu
hijo!
Fredy se ha quedado inerme dentro del mueble,
envuelto como un ovillo.
Está abrazado al azucarero que ha dejado
completamente vacío, embadurnada la cara hasta las orejas de azúcar.
Pero eso sí, con un rostro feliz de haber comido a
sus anchas y a su antojo, hasta dejar limpio el recipiente.
– ¡Mi hijo! –Se abalanza la madre–. ¡Hijito!
– ¡Mira a tu hijo! –Le dice la tía Carmen al papá–.
¡Qué bien duerme este mozo!
El autor del relato
7. ¡Felizmente
apareció!
Ya lo tiene alzado la madre en sus brazos
llenándole de besos y caricias, que por nada del mundo despiertan al pequeño.
Han ido y lo han acostado, durmiendo a pierna
suelta en su cama, abrazado aún al frasco de azúcar que lo tiene bien sujetado.
Entonces han salido y avisado a la policía, que
inmediatamente ha avisado al helicóptero que da vueltas sobre la ciudad; que ha
avisado a los barcos que han apagado sus reflectores; que han avisado al
ejército que rastrea en las calles; que ha avisado a los coches, camiones y
autobuses paralizados en las avenidas; que han avisado a los satélites; que han
avisado a la radio; que han avisado a la televisión, de donde han lanzaron la
noticia al mundo entero:
– ¡Flash! ¡Flash! ¡Flash! El niñito
chiquito, gordito, de ojos redondos, despeinado, de grandes cachetes, que viste
una camisa roja a cuadros ya gastada, y un pantaloncito que se le cae, ... y
que se había perdido, ¡felizmente apareció! Estaba dormido en la alacena de la
cocina de su casa después de comerse un pocillo lleno de azúcar. En estos
momentos duerme, sin peligro alguno. ¡Y tan feliz que por nada del mundo quiere
despertar!
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