Recién en el año 1355, varios lustros después de que Dante
Alighieri escribiera El infierno, entre 1304 y 1307, El purgatorio, entre 1307
al 1314, y El Paraíso, entre 1313 hasta 1321, fecha a su vez en que Dante
muere, recién en 1355 Giovanni Boccaccio le pone el nombre definitivo a la obra,
como es La divina comedia, en la edición de Ludovico Dolce, y que ahora lleva como
título la obra inmortal del Dante.
Porque Dante simplemente la tituló Comedia, que es
como denominar a un libro simplemente como Poemas, o Poesías; y lo designó así,
Comedia, no porque fuera algo cómico o hilarante, o porque hiciera reír, sino por
oposición: ya que, como no terminaba en final triste, adverso y pesaroso, entonces
no era tragedia, sino comedia, por contraste y negación.
¡Increíble! ¿No? ¡De cómo hay hechos sorprendentes en
la historia de la literatura!, ¡de cómo es concebible que una obra tan
definitiva, como es La divina comedia, su autor en principio no alcanzara a
saber lo que era!, y que prácticamente no le pusiera un título acorde con su
contenido y el vuelo que escondía en su alma y en sus alas.
El horno
2. Poemas
humanos
Y algo parecido sucedió con César Vallejo, quien no
puso título a los Poemas humanos, que ni siquiera publicó en vida; que dejó sin
un orden establecido y en algunos casos con poemas aún en proceso de corrección.
Esto es: la obra más genial y humana de la poesía
contemporánea en el mundo entero no tuvo un título definitivo puesto de parte
de quien la había concebido.
Para mayor mérito, tampoco le deparó a su autor ningún
orgullo de verla publicada, ni supuso ninguna vanidad de ser distinguido ni elogiado
por ella.
Puesto que es obra póstuma, publicada después de la
muerte del poeta por su esposa Georgette Philippart, y con ayuda del
historiador Raúl Porras Barrenechea, que en ese momento fue designado ministro
plenipotenciario y delegado permanente del Perú ante la Liga de Naciones, en
París, y que fue un acuerdo entre ambos que el título fuera el de Poemas humanos.
Pero, además, Dante nunca hubiera titulado La divina
comedia del modo como ahora la conocemos, porque él consideraba que su obra era
rústica y vulgar, torpe y precaria, como él también se consideró, asimismo,
errático e imperfecto, dubitativo y en muchos aspectos inútil y equivocado.
¡Así es el genio!
Los cuyes
3. Altar
interior
Pero no tanto queríamos referirnos a esto. Nuestro
aporte es otro y que lo sustentamos del siguiente modo:
César Vallejo es reconocido como poeta universal, y lo
es de modo inequívoco e irrefutable; sin menoscabos ni cortapisas, y más bien es
un título que nadie ha cuestionado, y que más bien cada día se reafirma, acentuándose
y consolidándose aún más esta vastedad y jerarquía.
Pero además de poeta universal, que lo es de modo indiscutible,
nuestro aporte es que, a la vez, es su opuesto dialéctico, que denominamos como:
poeta de fogón; idea que es un antagónico complementario y sustancial al de
poeta universal.
Queriendo significar con fogón lo íntimo y entrañable.
También lo humilde, ínfimo y pequeño. Porque el fogón es lo más escondido,
encerrado y particular en la casa; es lo de nuestra mayor pertenencia, adhesión
y propiedad. Es lar, nido y refugio; rincón, recodo y cobijo; como es hogar y
altar interior.
La madre de César Vallejo
4. Pálpito
primigenio
Es el fogón, en oposición a lo universal, lo más recóndito,
reservado y secreto, en oposición a lo genérico, totalizador y que abarca a
todo el mundo.
A su vez, fogón como lo más afectivo, peculiar e intrínseco,
en oposición a lo externo, global y público. Fogón como lo más mínimo, recoleto
y básico en contraposición a lo vasto, amplio e inmenso, y hasta cósmico, que
también lo tiene y lo es César Vallejo.
Como también lo es un poeta de lo simple y ordinario, de
lo familiar y doméstico; de lo único, escondido y hasta inhallable que hay.
Donde fogón es lo casero y maternal, de uña y carne, como se dice en lengua
coloquial; en antítesis a lo social, comunal e histórico; que también lo tiene
en grado sumo y esencial César Vallejo. Fogón, asimismo, como cariño de uno a
uno, y de uno a otro, singular e inconfesable, de hermanos en el alma, y en
aquel juego, y que solo dos lo saben.
César Vallejo es así poeta universal y es poeta de
fogón, que es lo mismo a decir y afirmar: del pálpito primigenio y a la vez
último, del temblor original y a la vez de la convulsión fina y la síntesis de
todas las utopías posibles e imposibles.
Cocina de la casa de César Vallejo
5. La chispa
de Dios
Lo es del latido original y a la vez postrero, de la inspiración
que es el grito del recién nacido como antes, del estruendo mudo, al ser
concebidos. Y después de la expiración, que es el gemido y el estertor de quien
ha muerto o va a morir.
Por eso, fue a la crítica y a la exégesis de los
estudiosos del mundo a quienes cupo la misión de asignar a César Vallejo el
título de poeta universal. Y resulta cabal dicho epíteto, es lo más lúcido y preciso
que se ha dicho de él. Y le corresponde en todas sus letras ese denominador,
por el sentido humano y totalizador de todos y cada uno de sus versos.
Pero cabe reconocerlo también como poeta de fogón por
todo lo que hemos expuesto hasta ahora y sustentaremos después. Sin embargo,
cabe consignar que primero se lo advirtió aquí. Y el de la profecía fue Abraham
Valdelomar, el año 1918, que no solo lo dijo, sino que también lo escribió y lo
dejó publicado en la revista Sudamericana, donde expresa:
podrán los
hombres no creer en ti; serán capaces de no arrodillarse a tu paso los
esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde anida la chispa de Dios, será
inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante en la gloria, por los siglos
de los siglos. Amén.
Y eso dijo de él, lo escribió y publicó Abraham
Valdelomar, cuando César Vallejo apenas tenía 25 años.
El fogón
6. La cocina
y el fuego
Y fue después José Bergamín en España, en el prólogo
de Trilce del año 1930, quien corrobora y acuña el término al decir:
...
la poesía vuelve con él a la infancia espiritual del pensamiento, traspasando
fronteras conceptuales... que la poesía tiene su lógica propia, como los
astros, su pensar intelectual incorruptible... esta incorporación personal
poética es, por eso mismo, la seguridad de su universalidad.”
Y Thomas Merton entre muchos otros lo confirma y
consolida al expresar:
El
más universal de los poetas después del Dante.
En donde el concepto “después” no es de jerarquía sino
de orden en el tiempo, o cronológicamente. Pero a ello cabe y atañe agregar, ya
por nosotros mismos, quienes somos sus paisanos, de reconocerlo a su vez como
poeta de fogón; es decir: de aldea, de “querencia”, y del mundo dolido que
somos; desde la hilacha, el fleco y hasta del andrajo que nos conforma; de lo natural,
oriundo e indígena, que somos y tenemos; de lo corriente, llano y auténtico; y de
lo grandioso de nosotros mismos como es nuestro hogar, la
cocina y el fuego encendido que da origen a nuestra existencia.
Casa de César Vallejo en Santiago de Chuco
7. Cabe
llamarlo
Y, ¿por qué, además, es poeta de fogón? Porque la
poesía con César Vallejo dejó el Olimpo de los dioses, dejó el palacio de los
reyes y príncipes, y de princesas de quimera; dejó el castillo medioeval de los
duques, marqueses y condes; pasó por alto a los infantes, barones y señores
feudales; dejó también los campos de batalla de mariscales, comandantes y coroneles,
y dejó las glorietas y los balcones llenos de madreselvas en flor.
Dejó los salones señoriales, como las tumbas y
cementerios de héroes con estatuas y sarcófagos; dejó los salones de baile e
ingresó la poesía con César Vallejo a lo más orgánico del ser, a la sangre; al
tuétano de los huesos; como al dolor más hondo y acerbo y terminal.
Como a la cocina humilde de la casa sencilla, aldeana
y familiar; tal vez de la choza indígena, campesina y rural. Porque eso sí, al
decir fogón decimos hogar humilde, no la casa pudiente, rica y ensoberbecida, no
la estancia, la villa ni la mansión, ¡porque ellos no tienen fogón!
Por eso, si a César Vallejo se lo ha llamado antes poeta
metafísico, poeta del dolor humano, poeta de la solidaridad y de la esperanza, porque
todo eso se ha dicho de él y lo es, desde ahora también entonces cabe llamarlo:
poeta de familia. Y, en síntesis, poeta de fogón.
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