Luis E. Valcárcel fue el anunciador de una tempestad en los andes, que podría graficarse como una invasión, un arrasamiento del mundo andino en una especie de descuelgue de piedra y lodo desde la sierra hacia la costa, y el cerco y allanamiento de las ciudades capitales del litoral, especialmente de la gloriosa, estupefacta y ensimismada ciudad de Lima.
Pero aquella
avalancha andina, que algunos estuvieron tentados de identificarla como una
revolución violenta, se la puede concebir ahora como un despertar cultural,
como un camino de liberación que se inicia a partir del ámbito de la
sensibilidad, atraviesa por los pajonales de la conciencia social y se hace
cruzada redentora.
Y no como una
corriente devastadora como se la concebía antes, de avasallamiento de huestes rebeldes
en lo político, militar o económico; ni como fuerzas destructoras en lo
material. Ya no como una revolución violenta sino como una toma de conciencia y
una actitud militante a favor del bien común. ¿Cómo entonces orientar un
magisterio, una prédica y una acción concreta en este campo, en donde el centro
y la esencia es el mundo andino y su campo de acción es la cultura?
2.
Conectar
con
esa fuente
El hombre andino concibe
que nace de la energía y regresa a la energía de la tierra. Y hay en él una ley
afirmativa, cual es la solidaridad. Y hay tiempo de acción y tiempo de espera;
porque hay en la visión del mundo andino el tiempo del acto y del reposo.
Para apuntalar
esa espera un factor de especial significado es nuestra adhesión al aspecto de
la cultura. El hombre andino valora todo lo que es cultural. Conectemos
entonces con esa fuente. Pero, ¿cómo hacerlo?
Así, por ejemplo,
el mundo andino es tierra musical, tierra de artistas, tierra de sentimientos y
emociones acrisoladas en el ritmo y el compás. Es eso lo que vibra en él.
El nativo de
tierra adentro, ¡cómo sigue siendo candoroso! Cómo conservan su inocencia
porque es esta una cultura esencial y gloriosa.
La sabiduría de
la gente sencilla es la ternura, la compasión, la solidaridad.
3.
Somos
herederos
La cultura en
verdad es fundamental para solucionar los problemas pendientes en el desarrollo
de nuestro país.
Porque en la
medida que seamos un pueblo con niveles más avanzados de educación, y asunción
de valores, seremos una comunidad más protegida.
Y, sobre todo,
con actitudes más dispuestas para acceder a la ciencia y a la tecnología para
la solución de nuestros problemas.
Y capaces de
utilizar el inmenso potencial físico y biológico existente en nuestro medio. Y
la cultura de la verdad que no miente, que todo lo sincera y transparenta.
Asimismo, la
cultura es útil en la historia para desarrollar autoestima, a fin de fortalecer
nuestro espíritu, y tener aplomo, firmeza y orgullo de lo que somos.
Mucho más si
somos herederos de aquellas grandes culturas que florecieron en nuestro suelo.
4.
Autenticidad
y
fuerza
¿Por qué entonces
no ser genuinos y geniales haciendo desde el interior, desde el fondo y desde
la entraña de nuestros pueblos la ciencia, el arte y la organización social que
nos merecemos, verdadera, humana y transformadora verdad?
¡O verdades convenientes
para nuestra dignidad de seres humanos! ¿Por qué no ser audaces entonces en la
construcción de los Andenes Nuevos para el desarrollo de nuestros pueblos y
comunidades?
Porque más que
dinero y tecnologías lo que marca la calidad y trascendencia es la autenticidad
y la fuerza de nuestras convicciones, pasiones y utopías.
Y es en el mundo andino en donde yo encuentro los contenidos esenciales de cómo vivir. Solo para mencionar uno de ellos: la actitud inocente y candorosa, opuesta radical y dialéctica a un monstruo como es la corrupción, por ejemplo.
Inocencia indudablemente
menospreciada, denigrada y vilipendiada ahora por los medios de comunicación, y
por la tendencia a la infamia tan de moda en el modelo neoliberal.
5.
Promesa
vigente
Para hacer frente
a lo cual construyamos desde abajo, desde el fondo y desde el centro, desde la
raíz y desde el tuétano; desde el temblor original sin escabullir nada.
Porque esta es
tierra sagrada. Construyamos aquí espacios dichosos, sin violencia, sin
impaciencia, sin desesperar, como también sin dobleces o dobles intenciones.
La espera del
mundo andino en una espera moral. Si se ha sabido esperar, entonces se ha
sabido resistir lo más amargo, a fin de no explotar en el instante, sino alcanzando
a ser eternidad, sin desesperar.
La solución a
nuestros retos ha de ser entonces una expresión a la medida de nuestra cultura
ancestral y del dolor padecido, que aquí es y ha sido inmenso.
Y de la utopía
que aquí está viva como un mundo acrisolado y que solo una cultura como la
nuestra pudo hacerla tangible, vigente y lanzada como promesa hacia nuestro
porvenir.
6.
Utopía
andina
Hay una imagen
que me gusta apreciarla, cuál es la del viento que limpia, que sana y que
purifica. Y que además bate las espigas, las ondula, las serena y no las
quiebra ni dispersa.
Es el viento la
imagen que elegimos dentro de esta perspectiva de tallar y forjar la utopía
andina. No la tempestad que nos preconizaba Luis E. Valcárcel.
Porque el viento
nos relaciona también al cóndor, con su fuerza y su energía que podría ser el
símbolo de esa integración, y de esa especie de expansión o vibración hacia lo
alto y hacia lo vasto.
Es el vuelo del
cóndor el símbolo que dejó perfilado el hombre andino, en donde se resumen
algunas cualidades que podría tener esta opción de nuestro destino.
Y, por ahora, de
nuestro trabajo cultural en el presente y el futuro, a fin de apuntalar en la
consecución y concreción de aquella utopía andina de la solidaridad humana.
7.
Viento
que
canta
Mucho más
podríamos decir del cóndor en relación a su vuelo, a su mirada, y a su
capacidad de abarcar mundos diversos.
Pero todo ello
con una armonía y un temperamento de vida en común y en el marco de esa especie
de haber insumido el dolor más hondo y haberlo decantado y redimido.
Y haberlo vuelto
sabiduría, fraternidad y solidaridad humanas que es el legado más preciado que
tenemos hacia la vida y hacia el mundo.
Y volviendo al
viento, que seamos por ahora viento que limpia, que sana y que redime. Viento
que canta una canción nueva meciendo el follaje de los árboles. Y en las faldas
maternales de la mujer andina.
Viento que todo
lo vuelve transparente, lo aclara y purifica. Que renueva la vida, que hace
henchirse los pulmones y corazones. Hondo viento que nos llena de coraje, de
pasión y alegría. El viento que se alza desde la danza, y que está en el vuelo
de tu pollera niña mía del alma.
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