Yo
soñaba en conquistar el mundo. En acumular tesoros. En ser aplaudido. En
obtener trofeos. Y todo para ofrendártelos a ti.
¡Para
venir y colocártelo como un ramo de flores a tus pies, niña!
Soñaba
con un mundo en donde la felicidad fuera que tú me pidieras con voz real, y no
con ésta que a tientas mi imaginación pone en tus labios, que te inventa y
atribuye inconsolable.
Y con
gestos que trazo, borro y vuelvo a pergeñar sobre el cielo de la tarde,
pidiéndome que suba a ver la gotera que moja en la bóveda de la habitación
donde los dos dormimos.
¡Porque
eres para mí la casa que se ha quedado deshecha para siempre en el reino de mi
infancia y en el fondo de mi alma atribulada!
2.
Tú
representas para mí la casa, con su alero y su pozo, con su ventanal por donde
se mira el patio. Donde una joven madre cose.
Con un
corredor en penumbra donde juegan los niños. Con unas puertas ojerosas donde
los antepasados moran y sus ojos velan. ¡Con unas goteras de lluvia del mes de marzo
en la bóveda de la habitación!
Donde
por las noches se duerme y durante el día salimos y entramos. ¡Y en algún
tiempo de ella estaremos definitivamente ausentes!
¡Y qué
extraña coincidencia! Yo entré a muchas casas de nuestra comarca en visitas de
familia. O por los juegos intempestivos con que solemos arrebatarnos e irrumpir
los niños. O por cualquier otro motivo aparente.
Muchas
tienen esos patios empedrados con canaletas de piedras, en donde seguían
destilando las gotas de la lluvia caída al amanecer. ¡Pero a tu casa no entré
nunca!
3.
¿Por
qué rara coincidencia, digo yo, una de las pocas casas a las cuales nunca entré
tenía que ser tu casa? Entonces ¿cómo era? Siempre la he imaginado infinita.
Pero,
¿qué había hacia adentro? ¿Era una casa con un pozo ensimismado, unos
corredores de techos absortos por donde se precipita el agua cuando la
tempestad arrecia y se desencadenan los relámpagos con lluvia y truenos?
¡Y
donde uno se queda al pie pensando en la vida, arrebujado de frío o de pena!
¡Pero más asombrado por el mundo que se desploma a pedazos en los baldes de
agua que nos arroja el cielo!
¡Sé que
he perdido el mundo sólo por el hecho de nunca haber tenido delante de mis ojos
sus techumbres y puertas interiores! Ni rozadas por mis manos sus paredes. ¡Ni
bajo mis pies cautivos sentir la tierra apisonada de sus pasillos!
¿Y qué
misterio hay más inalcanzable en la vida que el no haber visto nunca lo que es
esencial para nuestra existencia?
4.
Como
también, sin duda, ver lo que hacías: verte saltar a la cuerda, o contemplarte
encender el fogón, o amasando el pan.
Como
contemplarte jugar en el rellano de la escalera mientras brilla el sol o
alumbra la luna. O verte cruzar por los cuartos de al fondo.
Mientras
inunda la noche y no cesa la tempestad. O verte en el corredor de arriba cuando
boga en su cenit la luna insomne.
¿Y tu
lecho? ¿Cómo era tu lecho? ¿Con frazadas tejidas con lana de oveja como aquí
todos las usamos? ¡Pesadas y abrigadoras como las tenían todas las familias de
nuestro pueblo!
¡De
colores y a rayas! ¿Sería el amarillo y granate, como las hacen nuestras
abuelas? Tendidas y a la espera de que tú te acuestes, ¡en un cuarto donde la
luz es tenue y densa la penumbra como inciertos nuestros destinos!
¡Y cómo
hubiera querido verte sentada a la vera del aljibe! O, como hacían nuestras
madres, regañándonos y lamentándose de que ¡en dónde hemos estado! Y que recién
lleguemos a estas horas. ¡Quizás! ¡Aunque tú no! ¡Tú eres sagrada!
5.
Porque ¡eres
el amor que jamás tuve. Y entonces nunca se devela, que permanece intocado y en
completo misterio. Que ni se conoce dónde se quedó, ni por qué pudo perderse
así, ni dónde está, ni dónde pena.
Pero en
donde todo es sagrado. Como cuando tú salías aquel día, cruzabas una calle y te
vi. Y donde alguien desprevenido como yo hería en ese instante para siempre su
destino. Cuando tenías un vestido y una blusa que ya nunca se olvidan por el
sin fin de los tiempos.
Cuando
tenías unos ojos, unos labios y un rostro perfectos que uno extraña en noches
de honda oscuridad, y que constituyen el misterio más intrincado de todos los
misterios.
Y que
aún seguirá viviendo cuando los cataclismos arrasen y uno se torne grumos de
polvo. Y como ocurre cuando uno definitivamente se enamora con toda el alma, tú
representas la virtud perfecta de una casa; la inocencia y también la
trascendencia.
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