No
podemos pasarnos el tiempo alabando la lectura y recomendando que ella es
buena, y que entonces se lea; y creer que así hacemos mucho por su expansión
mediante consejos, recetas e indicaciones. La lectura no prospera como lección
ni enseñanza, ni como tarea escolar. Se empuja desde más al fondo, o atrás, o
desde más abajo, en el tiempo libre y cuando estamos juntos, por lo menos dos;
madre e hijo, por ejemplo.
Pero en
verdad no se empuja, sino que más bien se atrae o se jala desde adelante, desde
allá o desde lejos, o de más arriba. Y desde el cielo arrebolado que también
constituye parte de nuestra esencia. Y la lectura es seguida en la medida en
que hay alguien cerca que da testimonio vivo, real y convincente de su bondad,
de su hermosura y de su plenitud.
Y ese
testimonio ha de ser vivencial. Y más en lo que la persona es como un ser
integral. Y será mucho mejor si esa persona nos habla acerca de la lectura, pero,
¡más de su secreto, de su intimidad y de su estremecida confidencia! Porque la
lectura es un camino, y como tal necesita que alguien que esté a nuestro lado
lo haya recorrido antes para que nos cuente del viaje.
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2. Seres que
se quieren
Y que
cuando vayamos con él, al principio de esta aventura, nos diga: ¡mira aquello!
¿Qué maravilla no? Aquí hay algo más, ¡detente y toca, escucha y huele estos
abrojos, o las madreselvas del jardín y los pétalos de sus flores! Y, ¡mira allá!
Para
finalmente decirle: ¡Sólo a ti se te ofrecen, y a nadie más! Y poco a poco se
vuelva esta incursión, que empezó como un paseo, en una expedición de vida y
muerte hacia lugares cada vez más vibrantes, intensos y plenos de magia, fascinación
y prodigio.
Y en
eso, primero, abrir el libro juntos. Y estar muy cerca todos en el hogar. ¡O
convirtiendo todo, cuando la lectura se aviva, en hogar! ¡Ojalá muy cerca unos
de otros! Unidos hasta en la pulsación y el aliento sutil y esperanzado de
nuestros corazones, conjugando los acentos en las voces que modulamos y en los
pasos que vamos dando inseparables.
Fusionados
y sinceros cuando nos arriesgamos por los atajos y meandros de la fantasía que
vamos recorriendo, porque mirar juntos el libro significa que quienes lo hacemos
nos sentimos sostenidos mutuamente como hermanos, familia o seres que se
quieren.
3. Convicción
y compromiso
Porque leer
significa saber internarse por el mundo de los sueños más acrisolados de los
grandes hombres, sabiendo que alguien va al lado nuestro.
Y que,
en esa relación, hasta las creaciones compartidas en ese momento adquieren a
futuro incluso el carácter sagrado, de ser pactos sociales de no fallarse unos
con otros, jamás. ¿Y esto no es lo que queremos que sea el mundo para nuestros
hijos, y para todos?
Por
eso, para hacer a un niño lector hay que partir reconociendo que padres,
maestros o adultos que deseen guiar este proceso tienen que convertirse junto a
ellos primero en lectores gozosos, emotivos y entusiastas.
Y hasta
volver a ser niños, ¡hecho que nunca debimos haber dejado de ser!, si es que
queremos ser hombres de a verdad; porque, sólo se puede motivar y animar hacia
algo en la medida en que nuestra relación, convicción y compromiso con aquello
sea veraz, auténtica y apasionada.
4. ¿Dónde
radica?
Porque
la lectura es un acto uterino, que no se ubica en la visión ni en la mente, ni
en los ojos ni en los labios que reconocen y pronuncian las palabras de los
textos. No se sitúa ni en la mano que palpa las páginas donde están las letras;
ni en los impulsos nerviosos que van del interior nuestro hasta el exterior del
universo. No, señor.
Tampoco
se ubica en el cerebro, ni en el hígado ni en el corazón, ni en el aliento o en
la respiración. La lectura tiene mucho más fondo y raíz, más altura y abismo,
como también más hondura y horizonte, más incidencia en el instante y
trascendencia. ¿Dónde entonces se ubica? ¿Dónde se encuentra, se centra y
radica?
Leer es
una actividad de la entraña humana, del manantial de donde procedemos y
venimos. De aquel lugar en donde la vida se gesta, y en donde todo nace. Se
vincula, entonces, al regazo matriz. Se urde a la sazón en las faldas maternas.
Se entreteje con los dolores y retorcijones del parto.
5. Linaje
y progenie
Se
asocia al acto de la concepción, de ser concebidos como seres humanos y de
nacer de nuevo. Y esta vez sí de nosotros mismos. Por eso al leer nacemos de
nuevo, porque la lectura es el significado que otorgamos a nuestra vida.
Por
eso, leer se vincula a la casa nativa y a la morada del ser que es el hogar. Se
une con todo aquello ligado al dormir y al despertar, al permanecer o cambiar,
al pasar de un reino a otro reino, al pernoctar y al trascender.
A ir a
un lugar de quedada, y no de paso. De arraigarse a una tierra y ahí fundar nuestro
origen. Se vincula y condice con todo lo que es brotar, encarnar, parir.
De allí
que la lectura es la mejor manera de viajar, de explorar mundos, de estar en
uno y otro lugar, porque uno con ella va a quedarse en un sitio y fundar linaje
y progenie.
Y como
todo aquello que nace entonces la lectura está asociada al capricho, al
arbitrio y a la libertad, pero no externa sino íntima y raigal. A aquello que,
es decir: de esta no salgo vivo.
6. Por todos
los tejados
De allí
que un preso al leer puede ser más libre que cualquier persona que ande por la
calle, incluso que cualquier persona que lo custodia y que tiene las llaves de
su celda, siempre y cuando sea un consumado lector.
De allí
que leer tenga también su natural ubicación en la familia, en la habitación al
pie de una ventana, al lado del sillón del abuelo o la abuela; en el dormitorio
primero de los padres y después en el nuestro.
O en
cualquier rincón de la casa, sea en el altillo, el desván o debajo de la
escalera. O en el sótano, en donde estamos aparentemente recluidos.
Pero que
en verdad no lo estamos, sino que al contrario allí permanecemos, pero más
libres que nunca, suspendidos o montados en un vertiginoso viaje astral,
tocándonos maravillados para saber si es cierto que estamos vivos, con los ojos
llorosos por el milagro de sabernos presentes, bendiciendo el hecho de
sobrevolar por todos los tejados del universo.
7. Buscar
la matriz
De allí
que un hogar sin libros y sin lectura es una casa vacía, sin sentido y sin
alma. ¡Escuchen bien esto, fantoches que tienen plata como cancha! Sin lectura
sus casas y sus almas son como un cuerpo inerte, sin corazón, sin mente ni
espíritu. Y hasta sus cuerpos estarán vacíos. En suma, yertos, aunque se muevan.
Serán
un cuerpo sin aliento, aunque respiren. Un hogar sin lectura será un lugar
hueco y precario, un nicho previo a la muerte, un túmulo de tierra que ni
siquiera tiene una cruz encima. Porque con la lectura no se muere nunca.
Un
hogar sin lectura será un páramo así haya lujo y ostentación exterior en sus
aposentos, porque carecerá del arrobamiento del enigma que es el centro de la
vida y que nos recrea permanentemente, y nos desafía a desentrañar el milagro y
el prodigio de la existencia.
Una
casa donde no se lee es desolada, porque en ella no aletean las luminosidades
bienhechoras de los seres alados. Porque en ella no se posa el hada. Porque no es
matriz y en ella nada ha nacido de a verdad ni para siempre.
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