– ¡La vida! Qué honda e inmensa es la vida, ¿no mamá?
– ¡Ay, hijito! ¡La vida! Pero, ¡mira! Nos pasan tantas cosas y seguimos
adelante.
Mi madre tiene 101 años ya cumplidos, y me anima mirándome de frente por
si algo me está pasando, con su mirada ilusionada. Pero, solo de mirarme se
disipan sus temores
– Pero, causa asombro la vida, ¿no, mamá?
– ¡Claro, hijo! Unos mueren y ya no están, como tu papá. Y otros
seguimos caminando.
– Pero, ¿adónde vamos, mamá? Frecuentemente nos dejamos vivir, pero sin
rumbo.
– ¿Qué? ¿No sabes adónde vamos? Al paraíso, hijo. Si nunca hemos hecho
daño a nadie. Y, al contrario, siempre haciendo el bien.
– Pero, ¿vamos a entrar o a esperar un largo tiempo?
– ¡Ah! Falta mucho.
– ¿Así? ¿Qué falta?
Su gran e inmenso corazón
2.
– El regreso.
– ¡El regreso!
– Sí. Porque mira dónde estamos. En Filadelfia, en los Estados Unidos.
¿Y de dónde hemos venido?
– Ah, sí, claro.
– ¡Es un largo camino! ¡Y ese es el tema! Porque hasta ahora solo hemos
hecho la mitad del viaje.
– Falta el viaje de regreso. Pero, ¿adónde?
– A nuestra casa, a nuestro pueblo. Viaje que es el más difícil, ¡el volver!
– Pero ya no están las casas que dejamos.
– La casa de tu infancia siempre está. Ella siempre permanece y te
espera.
– ¿Y cuál es la casa de tu infancia? ¿Dónde tú te criaste o donde nos
has criado a nosotros?
– Ambas se juntan y hacen una sola casa.
– Y, ¿todos llegan a esa casa en el viaje de regreso?
Paseando en Mueva York
3.
– Al final todos llegan, unos vivos y otros muertos. Unos demoran
atascados en los caminos. Pero, al final, llegan.
– Pero, ¿para qué se vuelve?
– Volver es hacer el viaje completo! Es no quedarte lejos, ni en el
camino.
– Sí, pues.
– Y se vuelve al origen. Se vuelve a la casa para nacer de nuevo, hacia
el paraíso que te decía.
– Ah, sí; eso me dijiste.
– ¿No recuerdas cómo la gente del campo entierra a sus muertos? En
cuclillas, como si recién fueran a nacer.
– Así es.
– Pero, te noto triste, hijo. ¿Por qué? Para todo hay que tener buen
ánimo. Y sobre todo un gran e inmenso corazón.
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