Siwar es el perro de mis
amigos Carlos Huamán, del Perú, y Carmela Vásquez, de México, quienes residen
aquí en el Distrito Federal, quien heredó apenas a unos días de nacido el sitio
desolado y vacío –¡y en verdad muy difícil de cambiar por ser hondo y colmado
de recuerdos!–, dejado por Geni Luli, quien murió arrollado un viernes por la
tarde al salir de paseo con sus dueños, accidente que ocurrió al ver que unos
perros de inmenso tamaño destrozaban a otro pequeño; y entonces haló su cadena
y corrió a defenderlo. Al cruzar la calle fue sorprendido por un camión que se
desplazaba a toda velocidad. Herido de muerte volteó a ver a sus amos que
corrieron desesperados tras él, y quien moviendo su cola intentó incorporarse.
Por los esfuerzos que hacía, era evidente que tenía la columna rota y algunos
órganos dañados.
Pronto entró en coma. Cargándolo
en sus brazos su amo emprendió carrera hasta una clínica situada a ocho cuadras
de distancia, donde los veterinarios le diagnosticaron hemorragia interna en
diversos órganos vitales. Geni Luli, o Ñuu Savi, “Pequeño sueño”, en lengua
mixteca, como también lo llamaban, expiró dejando un vacío muy hondo en el
corazón de sus dueños. Él era un terrier escocés atigrado, todo alborozo; negro
como el betún de un zapato esmeradamente lustrado y que brilla bajo la luz del
sol; de un negro encendido hasta el punto de parecerse a la luz, con algunas
iridiscencias amarillas por todo el cuerpo, tal como también son los sueños en
su hora más intensa hacia el amanecer.
Ciudad de México
2.
El tono
cambió
En una urbe de veinticinco
millones de habitantes, donde la gente pasa saludándose uno a otro, pero sin el
interés de establecer amistad, Geni en el tiempo que vivió tenía más amigos que
sus propios amos.
– ¡Geni Luli! –Le decían. Y
el perro se deshacía moviendo la cola hasta revolcarse en el piso de pura
alegría. Y hasta parecía que reía.
Pasado el tiempo el asunto
cambió.
– ¡Hola! ¿Y Geni Luli?
¿Cómo está su perro? – Indagan. Y las respuestas, para evitar dolorosas
explicaciones, son:
– Bien. Está en el campo.
O, si no, la respuesta es:
– Está de visita.
O, por último:
– Está haciendo familia.
Ya se habían cansado de
buscar justificaciones a fin de no hablar de su muerte, hasta que un día
Carmela contó la historia de Geni Luli a la vecina.
– Y, ya sabes, en menos de
lo que canta un gallo, el barrio se enteró. Desde entonces el trato fue otro. Cambió
totalmente. Evitaban el tema. O, en todo caso, hacían como que no se sabía del
asunto, diciendo, cuando la situación era muy forzada:
– ¡Ahí me saludan a Geni!
–Cuando ya era inevitable aludirlo.
Siwar
3.
Nubes
de
estrellas
Tres meses lloraron su
partida, y la ausencia se tornó lacerante. Carmela había dejado la caminata
señalada por el médico a consecuencia de un mal en los huesos, actividad
necesaria para superar una operación que exige como sustituto mucho ejercicio
físico.
El recuerdo podía más y
cayó lamentablemente en depresión. Entonces decidieron buscar un cachorro que
no se pareciera pero que tampoco haga olvidar al ausente. Y que pueda
acompañarla a ella en la recuperación de sus prácticas de caminar todos los
días al atardecer.
Al nuevo miembro de la
familia le pusieron por nombre Siwarqinti, que significa: Constelación del
colibrí, en idioma quechua. Aunque su nombre se ha abreviado quedando ahora
solo en Siwar, que significa Constelación.
– Ahí está. ¿Lo ves? Es
como el cielo nocturno de los Andes, pero aquí en México.
– Con una estela de
estrellas de un blanco luminoso sobre el fondo negro. –Colaboro complacido en
describir, mientras Siwar me mira como si comprendiera lo que acabo de decir.
– Son las constelaciones de
la bóveda sideral que a veces hacen nubes blancas cuajadas de estrellas.
–Agrega Carlos Huamán, docente e investigador de la UNAM, junto a Carmela,
catedrática en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Siwar
4.
Para
hacerse
querer
Cuando Siwar se sienta se
le pueden ver sus orejas que bajan hasta más abajo de sus hombros. Es perro orejón,
de ojos hermosos. “Como los de su madre”, precisa Carmela, como hablando
consigo misma, con una sonrisa dulce, tímida y luminosa. De patas peludas con
manchitas blancas que parecen carámbanos de nieve.
Ahora tiene cinco años de
edad, pendiente de todo aquel que llega a esta casa para hacerle los honores de
bienvenida, de hospitalidad, pero más la intimidad de compartir travesuras.
Se detiene en frente mío y
me mira directo a los ojos. Me doy vuelta y él se mueve vertiginoso y ya está
al frente buscando mi mirada. Me sigue a todas partes. Cuando entro por una
puerta y la cierro, se sienta ahí afuera a esperarme.
Y allí aguarda con la nariz
fría pegada a la madera. Hasta cuando ya olvidado de él vuelvo a abrirla, salta
dispuesto a revolotear a mi lado, moviendo la cola como si fuera un loco
abanico que tiene una pila eléctrica.
Es un perro afectivo en
grado superlativo, y con un enorme poder de comunicación. Con el cariño
desmesurado que solo pueden ofrecer seres superiores. Porque se necesita tener
inteligencia elevada para saber amar. ¡Y con una gran capacidad para hacerse querer
por ser sinceros, auténticos y sin dobleces!, como es él.
Carlos Huamán y Siwar
5.
Cómo vuelan
las
mariposas
Por eso, fascinado por ser
como es, dichoso en reinventar este mundo en base a cariño, decido hacerle una entrevista
delante suyo, y acerca de él, a Carlos y a Carmela, preguntándoles comedido:
– ¿Qué raza de perro es
Siwar?
– Es un cocker particolor
pestañas largas, con la diferencia de que este es más pequeño y orejón
– ¿En qué se distingue en
particular?
– En ser loco de remate, como
su padre aquí presente. –Dice Carmela, aludiendo cariñosamente al carácter que
considera un tanto chiflado de Carlos.
– ¿Alguna otra
característica?
– ¡Jugar! –Añade Carlos–. A
veces suele perderse dentro de la casa. Un día lo buscamos hasta la
desesperación. Y el fresco estaba en un extremo de la ventana que da a la calle,
oculto entre las plantas, mirando cómo vuelan las mariposas y las aves.
– ¿Alguna otra rareza?
– Le gusta leer los periódicos. A veces araña
sus letras tratando de entender si todo lo que contienen es cierto. Y se duerme
sobre ellos, decepcionado de lo que dice su contenido.
Carmela, con Siwar
6.
Enamorado
perfecto
– ¿Alguna acción relevante?
– Ninguna.
Aquí olvidan decirme que
Siwar, además de ser afectivo; además de saber dar compañía y estar pendiente
de cada uno de ellos, como de quienes llegan a casa; además de rebuscar los
bolsillos metiendo su hocico para extraer lo que sea de ellos, y jugar a
llevarse lo que encuentra; tiene una cualidad excepcional y maravillosa de la
cual está dotado, cuál es la de ser un genuino romántico como ya no se ve en
este mundo, ni en los tiempos actuales, cualidad que yo valoro como heroica
para estos tiempos. Y, ¿cuál es?
Que él salta por los
jardines con toda la agitación de su cuerpo bajo su piel deslumbrante; corre de
largo a la vera de las cercas por donde crecen las más frescas y lozanas
flores. Y es quien escoge la más exuberante y primorosa, la de mejor fulgor y aroma,
la troncha suavemente de su rama, con destreza suma, que pareciera cortada con
una tijera; y con un caminar de galán perfecto la trae intacta para Carmela, su
madre.
Y la entrega con tal
galantería y plena majestad, como un enamorado total, hecho que conmueve tanto a
su madre que la saca de paseo, que le hace derramar lágrimas vivas.
Con Carlos Huamán
7.
Cada día
esa
flor
Mientras la mira y retoza
feliz, dichoso de haber cumplido con lo que ya ningún caballero del mundo
actual solemos hacer, cuál es otorgar en los tiempos presentes, y al ser que
veneramos, sea madre, esposa, hija o abuela, un capullo de rosa, gladiolo o alhelí.
A tanto llega este arte que
sabe hacer Siwar que llega a escoger el mejor jardín, y en él la mejor flor;
para luego empinarse y tronchar con refinado primor el tallo, sin deshojar un
solo pétalo del capullo escogido, para traerlo airoso, con su mejor paso y
siempre meneando la cola.
Y la ofrece diestramente
con la boca, convicto y confeso de su cariño sincero, como un homenaje de amor
a quien reconoce como su reina y adoración. ¿Por qué no hacer eso, nosotros los
seres humanos, siquiera alguna vez? ¡Él lo hace!
Y con una sola flor basta.
No incurre en cortar varias el mismo día, porque también intuye y tiene el
sentido de que al hacerlo de continuo malgastaría su ofrenda. Y yo me conmuevo
de que aquello que hemos perdido los hombres de amor auténtico, felizmente aún
está en el altar del corazón animal, intacto y sagrado.
¿Sabrá él, cuando cumple con ese deber, que lo hace también
en nombre y representación de Geni Luli, el Pequeño Sueño, quien le legó el
sitio que él ha venido a llenar? Y quien desde el reino donde mora le
encomienda entregar cada día esa flor.
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