jueves, 15 de octubre de 2020

15 de octubre. Día de la Declaración Universal de los Derechos del Animal. / Ladrón de flores.


15 DE OCTUBRE 
DÍA DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL 
DE LOS DERECHOS DEL ANIMAL 

LADRÓN 
DE 
FLORES 

Danilo Sánchez Lihón 



Carlos Huamán y Siwar


1. Como son 
los sueños

 

Siwar es el perro de mis amigos Carlos Huamán, del Perú, y Carmela Vásquez, de México, quienes residen aquí en el Distrito Federal, quien heredó apenas a unos días de nacido el sitio desolado y vacío –¡y en verdad muy difícil de cambiar por ser hondo y colmado de recuerdos!–, dejado por Geni Luli, quien murió arrollado un viernes por la tarde al salir de paseo con sus dueños, accidente que ocurrió al ver que unos perros de inmenso tamaño destrozaban a otro pequeño; y entonces haló su cadena y corrió a defenderlo. Al cruzar la calle fue sorprendido por un camión que se desplazaba a toda velocidad. Herido de muerte volteó a ver a sus amos que corrieron desesperados tras él, y quien moviendo su cola intentó incorporarse. Por los esfuerzos que hacía, era evidente que tenía la columna rota y algunos órganos dañados.

Pronto entró en coma. Cargándolo en sus brazos su amo emprendió carrera hasta una clínica situada a ocho cuadras de distancia, donde los veterinarios le diagnosticaron hemorragia interna en diversos órganos vitales. Geni Luli, o Ñuu Savi, “Pequeño sueño”, en lengua mixteca, como también lo llamaban, expiró dejando un vacío muy hondo en el corazón de sus dueños. Él era un terrier escocés atigrado, todo alborozo; negro como el betún de un zapato esmeradamente lustrado y que brilla bajo la luz del sol; de un negro encendido hasta el punto de parecerse a la luz, con algunas iridiscencias amarillas por todo el cuerpo, tal como también son los sueños en su hora más intensa hacia el amanecer.

 

Ciudad de México


2. El tono

cambió

 

En una urbe de veinticinco millones de habitantes, donde la gente pasa saludándose uno a otro, pero sin el interés de establecer amistad, Geni en el tiempo que vivió tenía más amigos que sus propios amos.

– ¡Geni Luli! –Le decían. Y el perro se deshacía moviendo la cola hasta revolcarse en el piso de pura alegría. Y hasta parecía que reía.

Pasado el tiempo el asunto cambió.

– ¡Hola! ¿Y Geni Luli? ¿Cómo está su perro? – Indagan. Y las respuestas, para evitar dolorosas explicaciones, son:

– Bien. Está en el campo.

O, si no, la respuesta es:

– Está de visita.

O, por último:

– Está haciendo familia.

Ya se habían cansado de buscar justificaciones a fin de no hablar de su muerte, hasta que un día Carmela contó la historia de Geni Luli a la vecina.

– Y, ya sabes, en menos de lo que canta un gallo, el barrio se enteró. Desde entonces el trato fue otro. Cambió totalmente. Evitaban el tema. O, en todo caso, hacían como que no se sabía del asunto, diciendo, cuando la situación era muy forzada:

– ¡Ahí me saludan a Geni! –Cuando ya era inevitable aludirlo.

 

Siwar


3. Nubes

de estrellas

 

Tres meses lloraron su partida, y la ausencia se tornó lacerante. Carmela había dejado la caminata señalada por el médico a consecuencia de un mal en los huesos, actividad necesaria para superar una operación que exige como sustituto mucho ejercicio físico.

El recuerdo podía más y cayó lamentablemente en depresión. Entonces decidieron buscar un cachorro que no se pareciera pero que tampoco haga olvidar al ausente. Y que pueda acompañarla a ella en la recuperación de sus prácticas de caminar todos los días al atardecer.

Al nuevo miembro de la familia le pusieron por nombre Siwarqinti, que significa: Constelación del colibrí, en idioma quechua. Aunque su nombre se ha abreviado quedando ahora solo en Siwar, que significa Constelación.

– Ahí está. ¿Lo ves? Es como el cielo nocturno de los Andes, pero aquí en México.

– Con una estela de estrellas de un blanco luminoso sobre el fondo negro. –Colaboro complacido en describir, mientras Siwar me mira como si comprendiera lo que acabo de decir.

– Son las constelaciones de la bóveda sideral que a veces hacen nubes blancas cuajadas de estrellas. –Agrega Carlos Huamán, docente e investigador de la UNAM, junto a Carmela, catedrática en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

 

Siwar


4. Para

hacerse querer

 

Cuando Siwar se sienta se le pueden ver sus orejas que bajan hasta más abajo de sus hombros. Es perro orejón, de ojos hermosos. “Como los de su madre”, precisa Carmela, como hablando consigo misma, con una sonrisa dulce, tímida y luminosa. De patas peludas con manchitas blancas que parecen carámbanos de nieve.

Ahora tiene cinco años de edad, pendiente de todo aquel que llega a esta casa para hacerle los honores de bienvenida, de hospitalidad, pero más la intimidad de compartir travesuras.

Se detiene en frente mío y me mira directo a los ojos. Me doy vuelta y él se mueve vertiginoso y ya está al frente buscando mi mirada. Me sigue a todas partes. Cuando entro por una puerta y la cierro, se sienta ahí afuera a esperarme.

Y allí aguarda con la nariz fría pegada a la madera. Hasta cuando ya olvidado de él vuelvo a abrirla, salta dispuesto a revolotear a mi lado, moviendo la cola como si fuera un loco abanico que tiene una pila eléctrica.

Es un perro afectivo en grado superlativo, y con un enorme poder de comunicación. Con el cariño desmesurado que solo pueden ofrecer seres superiores. Porque se necesita tener inteligencia elevada para saber amar. ¡Y con una gran capacidad para hacerse querer por ser sinceros, auténticos y sin dobleces!, como es él.

 

Carlos Huamán y Siwar


5. Cómo vuelan

las mariposas

 

Por eso, fascinado por ser como es, dichoso en reinventar este mundo en base a cariño, decido hacerle una entrevista delante suyo, y acerca de él, a Carlos y a Carmela, preguntándoles comedido:

– ¿Qué raza de perro es Siwar?

– Es un cocker particolor pestañas largas, con la diferencia de que este es más pequeño y orejón

– ¿En qué se distingue en particular?

– En ser loco de remate, como su padre aquí presente. –Dice Carmela, aludiendo cariñosamente al carácter que considera un tanto chiflado de Carlos.

– ¿Alguna otra característica?

– ¡Jugar! –Añade Carlos–. A veces suele perderse dentro de la casa. Un día lo buscamos hasta la desesperación. Y el fresco estaba en un extremo de la ventana que da a la calle, oculto entre las plantas, mirando cómo vuelan las mariposas y las aves.

– ¿Alguna otra rareza?

  Le gusta leer los periódicos. A veces araña sus letras tratando de entender si todo lo que contienen es cierto. Y se duerme sobre ellos, decepcionado de lo que dice su contenido.

 

Carmela, con Siwar


6. Enamorado

perfecto

 

– ¿Alguna acción relevante?

– Ninguna.

Aquí olvidan decirme que Siwar, además de ser afectivo; además de saber dar compañía y estar pendiente de cada uno de ellos, como de quienes llegan a casa; además de rebuscar los bolsillos metiendo su hocico para extraer lo que sea de ellos, y jugar a llevarse lo que encuentra; tiene una cualidad excepcional y maravillosa de la cual está dotado, cuál es la de ser un genuino romántico como ya no se ve en este mundo, ni en los tiempos actuales, cualidad que yo valoro como heroica para estos tiempos. Y, ¿cuál es?

Que él salta por los jardines con toda la agitación de su cuerpo bajo su piel deslumbrante; corre de largo a la vera de las cercas por donde crecen las más frescas y lozanas flores. Y es quien escoge la más exuberante y primorosa, la de mejor fulgor y aroma, la troncha suavemente de su rama, con destreza suma, que pareciera cortada con una tijera; y con un caminar de galán perfecto la trae intacta para Carmela, su madre.

Y la entrega con tal galantería y plena majestad, como un enamorado total, hecho que conmueve tanto a su madre que la saca de paseo, que le hace derramar lágrimas vivas.

 

Con Carlos Huamán


7. Cada día

esa flor

 

Mientras la mira y retoza feliz, dichoso de haber cumplido con lo que ya ningún caballero del mundo actual solemos hacer, cuál es otorgar en los tiempos presentes, y al ser que veneramos, sea madre, esposa, hija o abuela, un capullo de rosa, gladiolo o alhelí.

A tanto llega este arte que sabe hacer Siwar que llega a escoger el mejor jardín, y en él la mejor flor; para luego empinarse y tronchar con refinado primor el tallo, sin deshojar un solo pétalo del capullo escogido, para traerlo airoso, con su mejor paso y siempre meneando la cola.

Y la ofrece diestramente con la boca, convicto y confeso de su cariño sincero, como un homenaje de amor a quien reconoce como su reina y adoración. ¿Por qué no hacer eso, nosotros los seres humanos, siquiera alguna vez? ¡Él lo hace!

Y con una sola flor basta. No incurre en cortar varias el mismo día, porque también intuye y tiene el sentido de que al hacerlo de continuo malgastaría su ofrenda. Y yo me conmuevo de que aquello que hemos perdido los hombres de amor auténtico, felizmente aún está en el altar del corazón animal, intacto y sagrado.

¿Sabrá él, cuando cumple con ese deber, que lo hace también en nombre y representación de Geni Luli, el Pequeño Sueño, quien le legó el sitio que él ha venido a llenar? Y quien desde el reino donde mora le encomienda entregar cada día esa flor.

 

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