– Niña, quiero decirle que
ya me voy.
– ¿Qué? –Le contestó
alarmada doña Natividad, a quien le pareció no haber entendido bien lo que le
decía. Pero le extrañó que Aurora la muchacha estuviera con su quipe ya en la
espalda.
– Ya me voy. A la casa de
mis papás me voy, niñita. Ya es tiempo que los vea a ellos.
– ¿A la chacra, dices que
te vas? ¿A Llaray?
– Sí, niña.
– Dime la verdad, ¿por qué
te vas? ¿Qué ocurre?
La muchacha no responde.
Ahí fue que la divisó más
mujer y más hermosa cuando ayer nomás era una niña.
– Alguien de allá te está
pretendiendo, ¿no?
– ¡No patroncita, no es nada
de eso!
– Entonces, ¿qué es? ¡Por qué
te iras! No seas zonza. Siendo tan linda algún maestro de por aquí ya te habrá
echado el ojo y cualquier día vendrá a pedir tu mano. Y serás una señora de tu
casa. ¡Quédate! ¿Quién te ha sonsacado por allá?
Gustavo Pinillos Monteverde
2.
Si es tu voluntad,
anda
hija
– No, nadie, niñita. Me voy
nomás.
– ¿Tan de repente? ¿O es
que no te hallas aquí, conmigo? A mí me parecido verte siempre contenta.
– ¡Feliz he sido! ¡Cómo no!
¡Si es usted tan buena y comprensiva!
– Entonces, ¿te vas solo
por algunos días?
– No niñita. Para qué le
voy a mentir. Ya definitivo me voy.
– ¡Yo que te veía tan
dichosa aquí! Y eso me alegraba a mí que ando tan afligida. No te acostumbras
conmigo, ¿di?
– ¡Qué no me voy a
acostumbrar, mamacita! Con usted, niña, que es tan buena, como si fuera mi
mamá.
– No habrá un mozo que te
está robando, entonces, ¿no?
– No, doña Natividad. ¡No
hay! Me voy nomás a mi chacrita.
– Si es tu voluntad, anda
pues, hija. Te voy a extrañar mucho. Pero, ¡no hagas tonterías! Tú eres una
joya.
Santiago de Chuco
3.
Serás para mí
como
una hija
– No haré, niñita, nada
malo.
– Y cásate bien, con un
buen hombre. Tú lo mereces. Eres buena mujer, trabajadora, tierna y muy buena
moza. No te dejes engañar por cualquier badulaque. Y evita sobre todo a
cualquier hombre borracho. Yo voy a extrañarte mucho.
– Gracias niña, pero no
llore, ¡por Dios! La que debería llorar soy yo que tanto la quiero, que voy a
extrañar tanto, y ya me voy.
– Bueno, bueno. Las dos ya
estamos llorando como si fuéramos bebitas.
– Coge lo que quieras,
ropa, comida, cosas que veas que te pueden servir allá. Llévales a tus papás lo
que necesitan.
– Gracias, señora. Muchas
gracias.
– Y les das muchos saludos
y cariños nuestros. Y cuando vengas no te olvides que esta es tu casa.
– Gracias, niñita, Dios se
lo pague.
4.
Sin
niños
– Las puertas siempre
estarán abiertas para ti. Y siempre serás bien recibida, como a una hija.
– Gracias niña. Nada voy a
coger, pero siempre que pueda voy a venir a visitarla.
– Anda pues, hija, anda.
¡Qué será! ¡Me dejas tan de repente! ¡Quizá sea que ya me he de morir!
– ¡Cómo va a ser así, niña!
Tan joven y tan linda que es usted.
– Pero ¿de qué me sirve
hija todo eso? ¡Si Dios no me da la dicha de tener hijos! Y a mí que tanto me
gustan las criaturas.
– ¡Ya Dios le ha de dar,
siquiera unito, mamacita!
– Sin niños hasta nuestro
llanto suena más fuerte y más sordo. Y la tristeza se agranda en una casa tan
grande como esta.
– Cualquier día, niña, la
bendición llegará para usted, que es tan buena. ¡No hay que perder las
esperanzas!
Santiago de Chuco
5.
¿De quién
es
este niño?
Después de este día, pasaron
los meses. Y se sucedieron un año tras otro.
A los veranos, que iluminan
de dorado las espigas de trigo, sucedieron los inviernos cubiertos de gasas de
nubes, neblinas y lluvias inclementes que todo lo envuelven en un manto de
recogimiento y de tristeza.
Llegaron y pasaron también
los vientos fríos de otoño que ululan en los viejos tejados.
A su vez, fueron y
volvieron las primaveras en que estallan los campos de flores de mil colores y
aromas y el amor juguetea hasta entre las piedras y las zarzas.
Cuando un día, doña
Natividad, al salir de compras, en la tienda de don Miguel Rojas encontró a un
niño de más o menos tres años que jugaba afuera de la tienda, adonde había ido
por unos hilos que ella misma quería escoger.
Era un niño del campo por
su indumentaria, pero precioso, de ojos claros y tez blanca, de cabellos
rubios, que jugaba afuera en la vereda de la tienda, pero con sus manos y
mejillas cuarteadas por el frío y con su ropita rotosa de niño del ámbito rural.
Santiago de Chuco
6.
¿Cómo
estás
tú?
– ¡Ay! ¡Qué niño para lindo
es este! ¡Y qué pobre se le ve! –Dijo inclinándose a acariciarle doña
Natividad.
Su ropita de bayeta estaba
llena de zurcidos e hilachas. Y así agachada se quedó mirándolo conmovida:
– ¡Eres un príncipe pobre! –Le
dijo–. Y, ¿cómo es que has nacido en la chacra? ¿De qué parte del campo serás?
–Le preguntó. El niño se quedó mirándola, sin decir nada
En eso entró a la tienda y,
¡oh sorpresa!, encontró allí a Aurora Monteverde, su antigua empleada.
– ¡Hija, qué haces aquí!
–Le dijo con enorme emoción y cariño.
– ¡Niña Natividad, buenos
días! ¡Qué alegría verla!
Pero a Aurora se la notaba
azorada, como buscando algo.
– ¿Cómo estás tú?
– ¡Así como me ve, niñita!
– Te veo bien y muy bonita.
¿Y, por qué no has ido por la casa? ¿Así eres de ingrata, nosotros que te
queremos tanto?
– ¡Ay, niñita, qué dirá
usted! –Y se le humedecieron inmediatamente los ojos, inclinándose y enjugando
unas lágrimas.
Santiago de Chuco
7.
Sí niña,
es
mi hijito
– ¡Qué haces aquí solita!
¡Vamos, vamos a la casa! ¡Vamos a tomar desayuno!
En eso entra el niñito
rubio y lindo que ha visto afuera, y se coge de las polleras de la muchacha.
– ¿Quién es este niño?
–Pregunta doña Nati, sorprendida–. ¿Es tu hijito?
Ella se turba y agacha la
cabeza. Se enjuga más lágrimas con su rebozo.
– Sí niñita, es mi hijito.
– ¿Te has casado?
– No, no me he casado, niña. –Y llora
abiertamente.
– ¿De quién es el niño?
–Aurora gime ahora, con suspiros, pero no responde.
– ¿De quién es? ¡Dime, de
quién es!
Agachada y restregando su
rostro sonrosado y joven, bajo su pelo negro que lo hace mucho más linda, le
confiesa:
– Es de su hermano Serapio,
niña. Es del niño Serapio.
Santiago de Chuco
8.
¿A quién
se
parece?
– ¿De mi hermano, dices?
Entonces, ¿es mi sobrino? ¡Ya veo!, ni negarlo podría, porque es su vivo
retrato. ¡Ven, ven a la casa!
– Sí, niñita.
– Y, ¿cómo fue?
– En tu casa fue, niña. Una
noche él entró a mi cuarto. Gritaba y gritaba y ustedes ni me oían. Y llora más
aún.
Doña Nati alzó al niño y
pidió en la tienda todos los caramelos que había. Y le llenó las manos de
golosinas.
– Ven, –le dice– ¡Vamos!
¡Vamos! Ven conmigo.
El corazón le saltaba de
gozo. Y ella misma cargó con el niño, alzándolo en sus brazos.
– ¡Eulogio!, ¡Eulogio!
–Grita desde el corredor de la amplia casa. Mira quién está aquí.
– ¡Aurora! ¡Hija! –Dice don
Eulogio saliendo al corredor del segundo piso–. ¡Qué milagro! ¿Cómo estás? ¡Qué
bueno que hayas vuelto!
– Pero, Eulogio, ¡mira a
este niño! – ¿A quién se parece?
Gustavo Pinillos Monteverde
9.
torres
estupefactas
– A ver, a ver... ¡Qué
curioso! ¡A ti Nati se parece! Se parece a ti, Nati. Es igualito a ti.
– ¿Sí? ¿De quién le
encuentras la cara?
– De ti, pues, a nadie más
le encuentro parecido.
– ¿Sí, no? ¿Y sabes de
quién es hijo?
– No, dime.
– De Serapio, de mi
hermano. ¡Es nuestro sobrino! ¡Es el niño que esperábamos! Y quien heredará
esta casa y todos nuestros bienes, porque es sangre nuestra.
Es la historia del origen y
de cómo nació don Gustavo Pinillos Monteverde, el mejor alcalde que ha tenido
Santiago de Chuco en toda su historia de vida republicana. Pese a su modestia y
su espíritu retraído. Ocupó dicho cargo durante cuatro períodos.
Construyó el Palacio
Municipal de mi pueblo que ahora se discute apasionadamente aspectos de su
reconstrucción. Amaba los tejados y como artesano construyó las casas más
primorosas, profusas de aleros, alféizares, ventanas en arco, palomares y
torres estupefactas. Y llena de maceteros en donde estallaban todas las flores
del universo.
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
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le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
Hermosa historia, en el Día Mundial de la Mujer Rural, de uno de los mejores alcaldes de Santiago de Chuco, Don Gustavo Pinillos Monteverde.Gracias Maestro Danilo.
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