El guerrero
un día se sintió agobiado de haber participado en tantas incursiones armadas, y
en tantos asedios y asaltos. Se sentía culpable de haber actuado y él mismo
haber dado las órdenes denominadas de: “tierra arrasada”, y de haberse dejado
guiar por esas consignas.
Había perpetrado
tantos incendios, puniciones y masacres a poblaciones inermes. Había aniquilado
a tantos hombres, mujeres y niños en el fragor de las refriegas y batallas, ¡y dado
muerte a tanta gente inocente!
Y, previendo
que sería el infierno el sitio adonde iría a parar su alma, o sus huesos, después
de muerto, por haber cometido tanto abuso, destrozo e infamia, que preocupado,
le invadió entonces una inmensa zozobra, presintiendo que arduos y duros
castigos le serían infligidos después de tanta destrucción y descalabro
cometido en esta vida.
¡Y
crímenes de lesa humanidad, sobre todo! Y tanto fue así que le invadió una
obsesión, cuál era saber algo acerca del cielo y del infierno. Y más aún, quiso
entender acerca de la raíz de todo, cual es la índole y naturaleza del bien y
del mal.
2. A
partir
de allí
Queriendo
averiguar acerca de estas esencias del alma humana, deambulaba atento tratando
de escuchar cualquier alusión o comentario que se hiciera a este respecto.
Prestaba
oído atento a cualquier retazo de conversación que algo le ilustrara sobre
estos elementos que parecían inherentes al devenir de los acontecimientos y a
la vida misma.
Con algunos
fragmentos de ideas y reflexiones trataba de componer un concepto sobre el bien
y el mal, como sobre el cielo y el infierno; tanto como substancias como
también moradas postreras a las cuales iríamos a parar, habitando allí los
seres humanos hasta el fin del mundo.
Todo ello
empezó a inquietarle sobremanera. Necesitaba esclarecer toro esto a fin de
asumir alguna actitud, y a partir de allí acrisolar esta y la otra experiencia
y perspectiva a seguir.
3. El
curso
de su
vida
Largo
tiempo meditó sobre estos asuntos. Y ni un pálido concepto pudo alcanzar a tener
ni a formularse acerca de estas categorías, entelequias y hechos raigales de la
existencia.
Incluso
escuchó decir que el mal no existe, sino que él solo es la ausencia y negación
del bien. Pero no entendía ninguna de estas disquisiciones.
¡Había
combatido en tantas batallas y había sido tan inescrupuloso ante tanto dolor!
¡Había
actuado tan ciegamente! Que sin una respuesta acertada a este grave asunto
consideró que su vida ya era inútil y carecía de sentido.
Intentó
incluso dar término a sus días con la misma espada que había utilizado para cometer
tantos atropellos, oprobios y fechorías.
Y todo para
defender causas que ahora se esfumaron. Y que al discurrir de los días consideraba
que no merecían en absoluto haber actuado de la manera como él lo hizo.
4. De un
solo
tajo
En este
trajín e indagación pudo enterarse que había un venerable maestro y sabio en
las inhiestas montañas, quien probablemente era el único que podría darle una
respuesta satisfactoria sobre tales interrogantes fundamentales.
Y allá se
encaminó, yendo por el sendero en su búsqueda, portando siempre su espada por
si fuera necesario utilizarla.
Llegó
hasta la austera cabaña del sabio abuelo indígena. Levantó las cuentas de hilos
que pendían y daban el signo de ser una puerta. Pasó y tomó asiento delante de
él y le preguntó del siguiente modo:
– He
combatido durante toda mi vida en mil batallas, tantas que es un milagro que
aún permanezca vivo.
– Ajá.
– No sé
cuántas cabezas de hombres y mujeres, de jóvenes y ancianos, de niños y niñas han
caído y rodado cercenadas por mi centelleante espada. Ni sé cuántas
extremidades de cuerpos humanos he separado de un solo tajo de sus troncos
estremecidos.
– Mmmm.
5. Y
qué
quieres
– ¡No sé
cuántas manos y brazos he desgajado como ramas que se cortan! ¡Ni sé cuántos
ojos he enceguecido ni bocas enmudecido por obra de mi arrebato, furor y
bravura! ¡Ni sé cuántos pechos he atravesado con mi lanza ni cuántos cráneos he
aplastado con mi escudo!
– Mmmm.
– ¡He
incendiado aldeas y pueblos enteros! He abusado mujeres y hasta he ultimado a
niños solo por considerar que su mirada me fastidiaba y ofendía.
– ¡Ya
calla!
– O solo
por la impaciencia de verlos llorar. E inclusive por solo verlos asustados. Los
ensartaba hasta por el delito de arrojarse a los cuerpos de sus padres
asesinados.
– ¡Basta!
Su miedo
me parecía ofensivo e igual caían sangrantes bajo mis pies omnímodos y eficaces.
He matado hasta a fetos en los vientres de sus madres antes de matarlas a ellas.
– ¡Y qué quieres ahora! –Le interrumpe el sabio.
6. La
espada
se detuvo
– He
venido hasta aquí, realizando un largo camino, a fin de encontrar respuesta a
una pregunta, cual es esta: qué es el bien y qué es el mal. O, qué es el cielo,
y qué el infierno.
El sabio,
levantándose y permaneciendo de pie, lo increpó de este modo:
– ¡Fuera
de mí! ¡Aléjate hombre ruin y cobarde, degenerado y perverso! ¿Has cegado
tantas vidas humanas? ¿Y te atreves a venir y ponerte delante de mis ojos?
¡Fuera de aquí! ¡Vete!
El hombre
sacó su espada y la blandió en el aire listo a hacer rodar la cabeza del sabio por
el suelo. Apenas pudo contenerse cuando la espada se detuvo rozando la piel del
cuello del maestro.
–
¡Insensato! –Le dijo al sabio–. ¿Osas hablarme a mí de esa manera?
Sorprendentemente
el sabio decía todo esto sin estar alterado sino sereno. El hombre respiró lo
más hondo que pudo. Y logró dominar su enojo. Retiró la espada y la enfundó en
su envoltura, y se dispuso a marcharse.
7. Ese
largo
camino
–
¡Espera! –Dijo apacible el venerable hombre–. Si has caminado hasta aquí es
porque hay una fuerza interior que te impulsa a perfeccionarte. Estás solo, y
no encuentras sentido para tu existencia. Esto último que acabas de hacer,
enfundando tu espada, es el cielo y el bien a partir del cual nacen mundos
nuevos; y todo florece. Y lo primero que intentaste hacer blandiendo tu espada y
tratando y logrando con ello enceguecer la vida es el infierno. Y el mal a
partir del cual todo se oscurece, daña y se destruye. Nada está allá, ni lejos,
ni en otro mundo, sino que todo está aquí. Y todo tiene su inicio en una simple
semilla
– ¡Perdón!
– Infierno es entonces dar rienda suelta a la cólera, al enojo y a las pasiones. Es desatar mil demonios, y desencadenar los peores males convirtiendo hasta las piedras en enemigos. El cielo es el control de nuestras emociones. Es saber enfundar la espada. Es el gobierno de uno mismo, es ganar la batalla más difícil y decisiva cuál es el propio dominio. Es vencerse uno mismo haciendo que la existencia cobre su verdadero sentido. Si has caminado hasta aquí es porque recién has empezado a recorrer ese largo camino, hijo mío.
Todas las fotos
Jaime Sánchez Lihón
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