EL RUBOR DE TUS OJOS
Las visiones del tordo marino que correabsorto tras la resaca.– No. No quiero. ¡No me toques!Las gaviotas chillando alborotadas sobrela mareaApareciendo y desapareciendo detrás dela neblina.Aleteando por algún esqueleto de pez varadoen las orillas.– Cliú, cliú...Hoy no pienso si fue esa o pena o felicidad.Revivo simplementeEl instante cuando la noche y ese modo rarotuyo de llorar se confundían.– Ahora bésame. Y aráñamela espalda. Y déjame tus huellas.Dijiste. Arena mojada llovió sobre nuestroscuerpos desnudos y ya sin calma.Y fue que oímos entonces esas horriblesprotestas de ahogadosQue murieron entre estos farallones. AlzandoahoraEnloquecidos gestos, heridos por tu gemirque era la vida.– Cliú, cliú...¿Y qué fue esa reventazón? ¿Olas o estallabanotra vez sus cráneos?¡O buscaban talvez ponerse de rodillas al fondodel océano!– Ahora sé que era falso el ruborde tus ojos.– Cliú, cliú...
Recital en la Casa de la Cultura del Perú, 1970
EL ECO DE LAS CAMPANASBAJO LOS MARESEn la calma oscura de las tormentas tehe querido.En el sentido oculto y callado de las cosas.En seguirCierta huella marcada en la arena, bajola densa neblina.Ese era nuestro mundo. Solo hallamosplayas amarillasDe huesos de aves y conchas demolidaspor las olas. YOrladas por la espuma calichosa de la sal.– ¿Vas a quererme solo porhoy? ¿O es para siempre?Y reíste en la ensenada donde la gaviotaateridaElevó su queja. De sus nidos salieronazoradosChuitas y lechuzas volando por los pardosarrecifes.¡Y tú tan bella con tu vestido alzadode niña!– No. ¡Inútilmente no quieroatormentar tu vida, ni mi vida!Las murallas desportilladas por el ecode las campanasY cuyos badajos suenan inconsolablesbajoLa iridiscencia de estos mares infaustosDespuésCaminaste llorosa a mi lado por las callejasde Barranco.Yo iba tanteando con los dedos algunaspalabras queTuvieran sentido. No había en los agujerosNi unas vivasNi otras que quisieran inmolarse. ¡Amormío!
Carátula del libro Scorpius
A TI,COMO A NADIE, HE QUERIDOSé que tú,sabes. Y tu sabiduría es callar. Trepara tu habitación.Abrirte paso entre cordeles de pájarosque vuelan atemorizadosAl verte llegar. De oírte subir por unaescalera crujienteEn el atroz madrugar del abandono yla penuria,Desmoronada lentamente con el sonarde los repiquesDel campanario, que caen eternamentea tu mesaMojada por la lluvia trivial e implacable.– A ti, como a nadie,he querido en este mundo.Solo queda y abre su boca soleada elhambre que esperaFija la cabeza, detrás de cada esquinapara despeñarteEn su abismo. Los ojos absortos quete miran de los hijosNo nacidos. Ellos, ¿Qué te proponen?Y la rataOjerosa que mira desde la ventanaoxidada.– Todo ese amor perdidotambién es culpa tuya.Agua abajo se desliza la inocenciainservible. ExistirEs como si golpeáramos con nuestrospasos el abiertoCatafalco de un falso sentido. Por eso,pisoteando esta charcaEs como exprimes y revientas el ojodel mundo. ¡Incendia!
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