Los ensayos de la
orquesta de mi padre en la sala de nuestra casa también significan, para
quienes aún somos niños corretear libres con primos y primas por los patios,
los corredores, las escaleras y hasta los cuartos altos, incluyendo los
terrados de la casa jugando a las escondidas.
O bien, llegar
hasta la calle oscurecida por las sombras de la noche, salvo alumbrados por las
antorchas titubeantes de los luceros prendidos en la bóveda sideral. Pero lo
más frecuente es estar solo iluminados por nuestras propias voces en nuestros
juegos, escuchando a la distancia los acordes de la orquesta que impregnan el
alma con sus trinos.
Porque mientras la
orquesta ensaya, y está nuestra familia reunida compuesta esta vez más de tías
como de primos y primas, jugamos entre quienes somos chiquillos a las
escondidas, a la pega-pega, al gran bonetón, al diablo de la bola de oro; mucho
más si en el patio y en los corredores alumbra la luna llena.
Y lo hacemos porque
todas nuestras madres se han reunido en el cuartito contiguo a la sala donde
ensaya la orquesta de mi padre, degustando tanto de la música como de tazas de
café con biscochos y tajadas, mientras en la puerta y hasta mitad de la calle
una multitud extasiada escucha y contempla arrobada, horas de horas, el ensayo.
Mi padre
2. Insondable
inmensidad
Pero a ratos
tomamos asiento en el escalón que sube al segundo piso porque sillas ya no hay,
o bien porque la música fascina más que los juegos, dejarnos empapar y hasta
dejarnos arrastrar por ella, como cuando dice:
No sé qué encanto posee
la tierra mía,
será tal vez el embrujo
de sus mujeres.
O acaso las dulces notas
de sus canciones,
que toda América
canta con alegría.
De mi guitarra brotan
notas que cantan,
penas que muchas veces
nos da el amor.
Son como golondrinas
que al aire vuelan,
huyendo despavoridas
del cruel dolor.
Donde los perfiles,
las miradas transparentes, los sombreros estrujados en las manos de la gente
apostada en la puerta y hasta mitad de la calle, se quedan igualmente
sumergidas y llevadas por una corriente ineluctable, mirándose después de cada estrofa
de la canción.
Allí están esos
rostros ilusos, perdidos y dejándose arrastrar por la avalancha de esta
existencia. Y esa capacidad para escuchar horas tras horas. Todos sumidos en un
silencio en que naufragan o se salvan nuestras pobres vidas.
Parte de la orquesta en un agasajo
3. Llega
desde lejos
Y después, en
silencio y con los rostros absortos se sumergen en sus propias añoranzas,
mientras la orquesta interpreta:
Lejano estoy de un gran amor
del cual fui dueño,
lejano estoy ¡oh corazón!
por qué te apenas.
Lejano estoy, pero de lejos
te querré
a cada paso te veré
como la luz de mi existir.
He de volver
a esos lares tan queridos
donde mi amor puro y santo
te ofrecí.
Lejano amor
tú eres mi bien, mi
adoración...
Ahora miro no solo
los rostros de la gente sino donde la música se impregna, como son las paredes
de adobe, la madera añosa de los muebles, las vigas retorcidas del techo, la
mesa servida de café y las tajadas que también se exponen a ser cargadas por
este río. Miro hacia adentro, y siento que se incrusta también en los aleros, en
los pedruscos del patio, en la madera vieja de los pilares de la casa, que se funde
al pozo de agua y a la acequia por donde el agua pasa.
Mi padre
4. Milagros
del alma
Pero, ¿por qué –digo
yo– encandila tanto? ¿Cuál es el encanto de esta orquesta para que una multitud
se detenga horas de horas en la puerta y colme hasta la mitad de la calle? ¿Y
permanezca entre tanto frío de la noche, relente y de la helada, además que detenidos
de a pie sin sentarse, y sin que el cansancio los desmaye?
Sinceramente, creo
yo que es debido a que se trata de una orquesta de cuerdas, y las cuerdas saben
llorar como exaltarse, esto es: las mandolinas, las guitarras, el violín que toca
mi padre, y las voces de los que cantan que se elevan llevándonos a nosotros
halados por los aires en esas alas que no vemos pero que sí sentimos que nos
llevan. Porque la cuerda es dulce, evocadora y amorosa. Porque la cuerda es tierna,
quejumbrosa y lírica. Que se vincula a la abeja, a la flor y a su miel
exquisita.
Es el mismo zumbido
y la misma tonada. Y gracias a la abeja y la flor se extrae el néctar; el polen
fecunda la flor, y de ella nace el fruto: el capulí, la naranja, la pera. Como
se debe también a que la mandolina, la guitarra y el violín son instrumentos
amables, gentiles y nostálgicos.
Cuyas notas nacen
humildemente en una caja liviana, con una boca muy abierta, unida a un diapasón
de donde emergen y salen, vuelan por el aire, como abejorros, mariposas, aves o
seres alados las evocaciones, que son hadas, portentos y milagros del alma. Porque,
si no, ¿qué otra explicación darle?
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