El gran poeta de los lagos,
como es Samuel Coleridge, registra una reflexión y un anhelo, el mismo que consigno
aquí, cuando expresara lo siguiente:
«Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor
como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en
su mano... ¿entonces qué...?»
La respuesta entonces de la
mayoría es que tendría que creer ineludiblemente. Ya no tendría escapatoria
para ser escéptico:
– Quiero una prueba.
Porque ya tiene esa prueba
en sus manos. Tiene esa Flor del Paraíso. Y con ella ya estarían desbaratadas
las razones para ser agnóstico y una persona privada de fe.
Porque si ya tengo en mis
manos esa flor que es la evidencia de que el paraíso existe. Entonces, ¿qué? Cuando
estoy precisamente reconociendo que lo que tengo en mis manos es maravilla,
excelsa y sagrada, de todo aquello que es proveniente del cielo.
Maravillas de la creación
fijo
Ahora bien, ¿acaso no
podemos reconocer que muchos aspectos, hechos y seres que nos rodean son esa
evidencia? ¿No nos damos cuenta que muchas presencias en nuestras vidas son esa
Flor del Paraíso?
¿Que son muchas las pruebas que
testimonian la existencia de esa dimensión suprema, y que están a nuestro
alrededor? Así, nuestras madres, por ejemplo. ¡Y tantos otros seres queridos!
Pero indudablemente, el más
evidente eres tú mismo. Eres tú el indicio y el argumento más contundente de
que el Paraíso existe.
Tú eres ese documento, señal
y exponente. Tú eres esa flor. Tú eres afirmación de ese Paraíso. Porque, ¿qué
más verdad acerca de Dios que el hecho de que tú existas?
Tú confirmas que ese reino
existe, de que los valores del cristianismo son un rayo de luz, una joya y un
diamante fijo.
Maravillas de la creación
3.
Maravilla
y
portento
Pero de todo esto se
desprenden otras conclusiones trascendentes como, por ejemplo: Que de repente no nos aceptamos nosotros
mismos como Flor del Paraíso.
Y sea porque quizá son muy densos nuestros
agobios y el peso de nuestros yerros, equívocos, debilidades y culpas.
O porque sentimos que hemos fallado en un
sinfín de episodios, circunstancias y oportunidades.
O porque estamos entristecidos, cargados de
pesadumbres y temores acerca de la vida, ¿entonces qué Flor del Paraíso vamos a
ser y yo, sobre todo?
Y, ¡qué absurdo es este de
reconocerme como premio, gracia, bendición ¡o lo que sea!
Pero, entonces reconozcamos como Flor del
Paraíso, como una maravilla y un portento, por ejemplo: el sol, el agua, la
tierra. Acaso, ¿no lo son? ¿No son una maravilla un ave, una mariposa y una
hormiga?
Maravillas de la creación
4. Frágil
y fugaz
Lo más ordinario, humilde y
constante, en verdad es Flor del Paraíso. Reconozcámoslo como un fenómeno y un
milagro. Más que lo que tiene el aura de lo extraordinario aquello que tiene la
autenticidad de lo ordinario, de lo común y corriente.
Por mencionar algo: el aire.
E incluso, algo mucho más mínimo y simple como es ¡el suelo! O algo más
sorprendente aún: ¡el acto de respirar! ahora que mucha gente no puede hacerlo.
Este breve, simple y trivial
aliento que atraviesa nuestros labios y nuestras fosas nasales. ¿No es un
portento? ¿Aunque no se lo ve ni se lo siente? ¡Ni jamás se filma ni fotografía!
Sin embargo, es gracias a
ese soplo nimio por lo cual vivimos. Y que, si se ocluyera nada más que por dos
o tres minutos ese fluir y refluir, ¡para lo cual no hago ningún esfuerzo ni
trajín! mi vida terminaría.
Es tan ordinario esto, pero
a la vez tan extraordinario. Y con ello el prodigio de la vida; como también su
índole leve, frágil y fugaz. Y aparentemente indefensa y sin sentido.
Maravillas de la creación
5. En
medio
las
puertas
Reconozcamos entonces la Flor del Paraíso en
lo humilde y cotidiano, en lo minúsculo y desechable. Y, sin embargo, portento
y entrañable.
Flor del Paraíso que nos prueba el carácter
providencial de la existencia, que no es necesario que sea un espectáculo
sorprendente, inusitado o raro para reconocerlo como tal.
Basta apreciar lo excelso en lo más básico,
elemental y común. Y en lo más normal develemos lo trascendente.
Por eso resulta reveladora y pertinente la
letra de una canción de Jim Morrison, que dice:
Hay cosas conocidas
y cosas desconocidas.
Y en el medio de ellas
están las puertas.
¡Son puertas las que
necesitamos abrir para ver y sentir! Puertas por las cuales entrar y salir
sintiendo lo sagrado en nuestras vidas.
Pensando en lo vivido
6. Nos
acerca
más a la
vida
Y sobre todo fe en los
hechos y las cosas sencillas. En lo habitual, acostumbrado y aparentemente
insignificante. Como en el agua, en la tierra que fecunda y en la planta que
florece.
Fe en el patio de nuestra
casa nativa, y en el otro: el de la escuela y de la plaza pública; como en la
mirada tuya y de la gente.
En la holgura con que nadan
los peces en las aguas ora oscuras ora azuladas, ora translúcidas, ora
arremolinadas. ¡Y en la amplitud con que vuelan las aves en el cielo!
A esa fe me refiero. La fe
sencilla, la fe de las espigas, honda y buena y llena de esperanzas y promesas
de que nada es en vano. ¡Esa es la clave del universo!
La fe que mueve montañas, la
fe de los niños que es pura y verdadera. Y de los que sufren, sienten dolor, ¡y
aun así perseveran!
La fe que nos hace más
humanos, más dulces, amplios y compasivos, que nos acerca más a la vida.
Maravillas de la creación
7.
Nosotros
mismos
La fe del sol amaneciendo
detrás de las montañas y a lo lejos. Pero que llega tan cerca y hasta mis pies,
rendido en las losas antiguas de este corredor hasta para que yo lo pise.
¿No es revelador? ¿Que él se
tienda o se pose en mis rodillas para calentarme y darme ánimo?
Fe en las leyes exactas con
que se rige lo que está a mi alrededor, lo más mínimos como lo más remoto que
es el cosmos. La fe que nos hace más útiles y serviciales para con las demás
personas.
Aquella que nos deja más
conformes con nuestra conciencia y con todo aquello en lo cual creemos. Que nos
armoniza con el mundo, con la naturaleza, con los demás seres humanos y con
nosotros mismos.
Que al final es lo único que
nos ampara. Y con la cual quisiéramos llegar al final de la vida en donde se
abre otra puerta, la más grande para entrar al gran arcano.
La fe transparente, que
brota matinal, que no se avergüenza. Esa es la fe que al final salva y redime a
todo el universo.
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