domingo, 1 de noviembre de 2020

1 de noviembre. Día de Todos los Santos. / La Flor del Paraíso.


1 DE NOVIEMBRE 
DÍA DE TODOS LOS SANTOS 

LA FLOR 
DEL 
PARAÍSO 
Y LA SED DE INFINITO 

Danilo Sánchez Lihón 



Niña de Santiago de Chuco


1. ¿Entonces, 
qué?

 

El gran poeta de los lagos, como es Samuel Coleridge, registra una reflexión y un anhelo, el mismo que consigno aquí, cuando expresara lo siguiente:

«Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué...?»

La respuesta entonces de la mayoría es que tendría que creer ineludiblemente. Ya no tendría escapatoria para ser escéptico:

– Quiero una prueba.

Porque ya tiene esa prueba en sus manos. Tiene esa Flor del Paraíso. Y con ella ya estarían desbaratadas las razones para ser agnóstico y una persona privada de fe.

Porque si ya tengo en mis manos esa flor que es la evidencia de que el paraíso existe. Entonces, ¿qué? Cuando estoy precisamente reconociendo que lo que tengo en mis manos es maravilla, excelsa y sagrada, de todo aquello que es proveniente del cielo.

 

Maravillas de la creación



2. Diamante

fijo

 

Ahora bien, ¿acaso no podemos reconocer que muchos aspectos, hechos y seres que nos rodean son esa evidencia? ¿No nos damos cuenta que muchas presencias en nuestras vidas son esa Flor del Paraíso?

¿Que son muchas las pruebas que testimonian la existencia de esa dimensión suprema, y que están a nuestro alrededor? Así, nuestras madres, por ejemplo. ¡Y tantos otros seres queridos!

Pero indudablemente, el más evidente eres tú mismo. Eres tú el indicio y el argumento más contundente de que el Paraíso existe.

Tú eres ese documento, señal y exponente. Tú eres esa flor. Tú eres afirmación de ese Paraíso. Porque, ¿qué más verdad acerca de Dios que el hecho de que tú existas?

Tú confirmas que ese reino existe, de que los valores del cristianismo son un rayo de luz, una joya y un diamante fijo.

 

Maravillas de la creación


3. Maravilla

y portento

 

Pero de todo esto se desprenden otras conclusiones trascendentes como, por ejemplo:  Que de repente no nos aceptamos nosotros mismos como Flor del Paraíso.

 Y sea porque quizá son muy densos nuestros agobios y el peso de nuestros yerros, equívocos, debilidades y culpas.

 O porque sentimos que hemos fallado en un sinfín de episodios, circunstancias y oportunidades.

 O porque estamos entristecidos, cargados de pesadumbres y temores acerca de la vida, ¿entonces qué Flor del Paraíso vamos a ser y yo, sobre todo?

Y, ¡qué absurdo es este de reconocerme como premio, gracia, bendición ¡o lo que sea!

 Pero, entonces reconozcamos como Flor del Paraíso, como una maravilla y un portento, por ejemplo: el sol, el agua, la tierra. Acaso, ¿no lo son? ¿No son una maravilla un ave, una mariposa y una hormiga?

 

Maravillas de la creación


4. Frágil

y fugaz

 

Lo más ordinario, humilde y constante, en verdad es Flor del Paraíso. Reconozcámoslo como un fenómeno y un milagro. Más que lo que tiene el aura de lo extraordinario aquello que tiene la autenticidad de lo ordinario, de lo común y corriente.

Por mencionar algo: el aire. E incluso, algo mucho más mínimo y simple como es ¡el suelo! O algo más sorprendente aún: ¡el acto de respirar! ahora que mucha gente no puede hacerlo.

Este breve, simple y trivial aliento que atraviesa nuestros labios y nuestras fosas nasales. ¿No es un portento? ¿Aunque no se lo ve ni se lo siente? ¡Ni jamás se filma ni fotografía!

Sin embargo, es gracias a ese soplo nimio por lo cual vivimos. Y que, si se ocluyera nada más que por dos o tres minutos ese fluir y refluir, ¡para lo cual no hago ningún esfuerzo ni trajín! mi vida terminaría.

Es tan ordinario esto, pero a la vez tan extraordinario. Y con ello el prodigio de la vida; como también su índole leve, frágil y fugaz. Y aparentemente indefensa y sin sentido.

 

Maravillas de la creación


5. En medio

las puertas

 

 Reconozcamos entonces la Flor del Paraíso en lo humilde y cotidiano, en lo minúsculo y desechable. Y, sin embargo, portento y entrañable.

 Flor del Paraíso que nos prueba el carácter providencial de la existencia, que no es necesario que sea un espectáculo sorprendente, inusitado o raro para reconocerlo como tal.

 Basta apreciar lo excelso en lo más básico, elemental y común. Y en lo más normal develemos lo trascendente.

 Por eso resulta reveladora y pertinente la letra de una canción de Jim Morrison, que dice:

 Hay cosas conocidas

y cosas desconocidas.

Y en el medio de ellas

están las puertas.

¡Son puertas las que necesitamos abrir para ver y sentir! Puertas por las cuales entrar y salir sintiendo lo sagrado en nuestras vidas.

 


Pensando en lo vivido


6. Nos acerca

más a la vida

 

Y sobre todo fe en los hechos y las cosas sencillas. En lo habitual, acostumbrado y aparentemente insignificante. Como en el agua, en la tierra que fecunda y en la planta que florece.

Fe en el patio de nuestra casa nativa, y en el otro: el de la escuela y de la plaza pública; como en la mirada tuya y de la gente.

En la holgura con que nadan los peces en las aguas ora oscuras ora azuladas, ora translúcidas, ora arremolinadas. ¡Y en la amplitud con que vuelan las aves en el cielo!

A esa fe me refiero. La fe sencilla, la fe de las espigas, honda y buena y llena de esperanzas y promesas de que nada es en vano. ¡Esa es la clave del universo!

La fe que mueve montañas, la fe de los niños que es pura y verdadera. Y de los que sufren, sienten dolor, ¡y aun así perseveran!

La fe que nos hace más humanos, más dulces, amplios y compasivos, que nos acerca más a la vida.

 

Maravillas de la creación


7. Nosotros

mismos

 

La fe del sol amaneciendo detrás de las montañas y a lo lejos. Pero que llega tan cerca y hasta mis pies, rendido en las losas antiguas de este corredor hasta para que yo lo pise.

¿No es revelador? ¿Que él se tienda o se pose en mis rodillas para calentarme y darme ánimo?

Fe en las leyes exactas con que se rige lo que está a mi alrededor, lo más mínimos como lo más remoto que es el cosmos. La fe que nos hace más útiles y serviciales para con las demás personas.

Aquella que nos deja más conformes con nuestra conciencia y con todo aquello en lo cual creemos. Que nos armoniza con el mundo, con la naturaleza, con los demás seres humanos y con nosotros mismos.

Que al final es lo único que nos ampara. Y con la cual quisiéramos llegar al final de la vida en donde se abre otra puerta, la más grande para entrar al gran arcano.

La fe transparente, que brota matinal, que no se avergüenza. Esa es la fe que al final salva y redime a todo el universo.

 

Todas las fotos:

Ruben Lettieri


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