Las casas en mi comarca tienen un patio y a su
alrededor corredores, siempre más altos y un tanto suspendidos, que a su vez tienen
como refugios, puertas y ventanales que dan a la sala, a los dormitorios, y a
la cocina junto al comedor, y en donde afuera o adentro está el horno.
Los corredores tienen pilares añosos, envejecidos con
el bello color del tiempo que por corredor pasa, aunque todos ellos se
mantienen esbeltos y rectilíneos; ninguno se tuerce, ni se curva ni se cimbra,
ni le aquejan achaques. Al pie de los pilares hay setos de tierra hechos jardines,
donde brotan lirios de agua, las hortensias azuladas y coposas, y los geranios de
variados colores.
Colgadas de estos maderos y a diferentes alturas lucen
macetas donde verdea la ruda verdinegra, las clavelinas extasiadas, la alhucema
de la buena suerte, uno que otro clavel. Y esas flores que han sido y son las
que a mí más me conmueven, por ser mínimas y casi escondidas, los recatados “pensamientos”,
o también conocidas como viola tricolor.
2.
Los pilares, eso sí, hacen estrías en su superficie, o
rajaduras en su tronco seguramente por algunos dolores, lamentos y quebrantos que
ellos han sentido porque se han dado al pie y sobre las baldosas que están en
su base.
Rematan hacia lo alto en un chapitel que es donde cuelgan
sus nidos las golondrinas de la estación y donde horadan allí sus huecos esos
grandes moscardones de color negro abrillantado que zumban en el aire con un
rumor acompasado y estridente.
Ellos cargan obsesionados esa gota de miel que han
fabricado con delicado trajín y esmero durante semanas o meses.
Y de esa pepita de oro de un amarillo intenso, casi
confundido con el naranja, que disputa su hermosura y su fulgor con el mismo
sol que boga imperturbable en el cenit del cielo engarzado en un añil sin
mácula que se extiende de confín orlando de un tenue naranja el perfil de los
cerros.
3.
Todo corredor de una casa tiene miradas furtivas e
indescifrables que se hacen desde una puerta aledaña. O bien desde un ventanal.
O sino desde un muro colindante.
Son miradas que no se ven pero que se sienten en la
cercanía, pero también viviendo desde la lejanía en la nostalgia de los seres
que se han ido, y que evocan añorantes estos sitios porque aquí han vivido.
A la vera del corredor está la acequia y el pozo de
agua que cuando se colma se extiende apacible hasta sobre el brocal. Siendo así
todo corredor es la ensenada del patio y la orilla bajo cuya sombra arriban los
barcos distantes.
Por el corredor se pasea la niña preciosa de vestido
floreado, preguntando o queriendo adivinar su destino, deshojando alguna
margarita y recitando: “Me caso” o “No me caso”. Y que con el correr de los
años es la anciana silenciosa que viste ya de luto y de blanco.
4.
Todo corredor tiene voces de la gente que llega del
campo, anunciando algún producto que ha traído.
Otras voces que anuncian el niño o niña que ha nacido.
O que alguien que agonizaba ya acaba de morir resignado y apacible.
Y allí mismo se persigna, y enjuga con el borde de su
rebozo o de su poncho alguna lágrima indetenible.
¡Corredores por donde la vida aparece y desaparece! Donde
la vida late, se estremece y se acaba.
Por eso siempre es un misterio la sombra lastimada que
a su pie habita.
Todo corredor tiene sillas esparcidas aquí y allá, donde
por la noche vienen a sentarse las almas de quienes aquí vivieron y penan,
evocando su vida pasada y que aquí invisible palpita y permanece.
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