Arturo
Hernández, el autor de las célebres novelas “Sangama” y “Selva trágica”, nació
en la provincia de Requena, en Sintico, a la margen izquierda del río Ucayali,
en plena selva amazónica, el año de 1903, y murió en Lima el 2 de abril del año
1970.
Nunca
pudo averiguar ni el día ni el mes de su nacimiento, sino apenas el año, pero quizá
lo que más resalta es la circunstancia en que vino al mundo, que fue:
“En la época en
que los salvajes irrumpieron en el pueblo de Samanco y raptaron a todas las
mujeres”.
Eso lo
cuenta así, él mismo. Es decir, ni siquiera nació en la capital de la provincia
sino en un bohío del distrito Emilio San Martín, nombre curioso pero que fue de
un héroe de la Marina de Guerra del Perú en la guerra con Chile.
Y de
quien se refiere la hazaña de que para hundir un barco enemigo hizo explotar
una bomba cargándola en sus brazos y después a fin de que se active disparándola
con su revólver.
Sintico, en Orellana
2. Tres
días
Nació
Arturo Hernández en un pueblo que a la vez desapareció no solo una vez sino varias
veces, pero que ha vuelto a aparecer, como ocurre con la mayoría de pueblos de
la Amazonía que cambian de uno a otro lugar.
Y eso debido
principalmente a que los lleva el río, a causa que la tierra sobre la cual se
asientan es arcilla aluvial que cualquier día vuelve a ser arrastrada por la
corriente de agua.
Pero un
día el río no solo se tragó el pueblo sino toda la tierra que Arturo Hernández
tenía bajo sus pies. O sea, su lugar de origen sí desapareció por completo.
Ese día
Arturo solo se salvó trepándose a un árbol en donde permaneció montado y sujeto
a una rama durante varios días seguidos con sus respectivas noches, para
después bajar, nadar y alcanzar una orilla desconocida, como si para él fuera
otro mundo.
Aprendió
a leer en la escuelita que organizó su padre para los hijos de los obreros que
trabajaban en la recolección de caucho en el shiringal, que se llama así al
paraje rico en árboles que ofrecen ese producto: ¡el caucho!, que en la época
que vivió era tan apreciado tanto como el oro.
Cabaña en Sintico
3.
A punta
de palos
Pero
ocurrió que murió su madre y su padre entonces lo llevó a vivir con su abuela
de parte suya, o sea lo dejó en manos de la progenitora de sus días pensando
que nadie mejor que ella podía cuidar de ese niño por ser su propia sangre y
por ser su propio hijo quien a ella le encomendaba ese cuidado.
Pero,
lo cierto es que ella odiaba a ese niño por ser fruto de una relación que nunca
ella quiso que hubiera ocurrido ni aprobó jamás. Por eso, cada vez que la abuela,
por ejemplo, lo veía que intentaba leer lo castigaba, diciéndole:
– Ay, maldito.
Otra vez ya te encontré en este vicio.
– Perdón
abuela, pero no me pegues, te lo suplico. Ya no lo haré.
– Si no te pego
entonces ¿cómo te vas a corregir de estas ociosidades? ¡Ya te he dicho,
trabaja! ¡Dedícate a tus tareas, y no a estas cochinadas!
– ¡Ay!, ¡ay!,
¡ay!
Y le
daba duro.
– Así, infame,
te voy a ser doctor, a punta de palos. –Le decía.
Arturo Hernández
4. Marinería
a bordo
Trató
de fugar varias veces de esa tutela. Pero terminaron encontrándolo selva
adentro. Razón por la cual su abuela decidió mantenerlo día y noche, amarrado con
una cadena a un palo plantado en la parte externa de la cabaña en donde había
un fogón.
En realidad,
permanecía allí porque tenía, además, que cocinar, lavar los platos, las ollas
y la ropa. Y allí mismo dormía en el suelo. Lo mantuvo como esclavo, y cuando
tenía que moverlo a otro lado lo mantenía bien atado a una estaca clavada en la
tierra.
Su
única alegría consistía, cuenta él, en mirar los barcos ingleses que pasaban resoplando
sus sirenas rumbo a Liverpool cargados de goma elástica, o sea el caucho y
también conocida como la shiringa.
Eran
barcos de lujosos barandales que emitían volutas de humo en el cielo azulino de
la Amazonía. Y con la marinería a bordo, vestidos de blanco impoluto e inmarcesible,
todos ellos de ojos azules que se entrecerraban a la luz del sol, y pendiendo
de su boca un cigarrillo, que le dejaban entrever que había otros mundos.
En la
entrevista que Arturo Hernández concedió a Hernán Velarde para el diario
Expreso, cuenta lo siguiente:
5. Nunca
se imaginó
–Un día pasó
una barcaza llena de soldados, con destino a una guarnición del interior.
Levanté la mano
para saludarlos presa de una emoción desconocida y al mismo tiempo sentí que
una mano como una garra me sacudía por los hombros.
– ¿Qué miras,
desgraciado?
– Me gustaría
ser uno de ellos, abuelita.
– ¿Tú?
– Sí ma, ¿por
qué no?
– ¡Porque eres
un imbécil...!
Así era de
cruel mi abuela.
Refiere
él de ese modo. Y nosotros comentamos: Pobre viejita, nunca se imaginó que
llegaría a ser General de Brigada del Ejército Peruano y además doctor en leyes
con el cargo de Fiscal General del Consejo Supremo de Justicia Militar.
Arturo
Hernández es, además el autor amazónico cuyas novelas han sido best sellers en
diversos países de Europa. Está traducido al alemán, inglés, francés, ruso, yugoeslavo.
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