lunes, 5 de octubre de 2020

5 de octubre. Día de la Medicina Peruana. / Salvado por el médico de mi comarca.


5 DE OCTUBRE 
DÍA DE LA MEDICINA PERUANA 

SALVADO
POR EL MÉDICO
DE MI COMARCA

Danilo Sánchez Lihón 



A mis cuatro años


1. Retumbo 
de cohetes

 

– ¿Algo le ha picado al niño en su nariz?

– A ver. ¡Sí! Está hinchada, y roja. ¿Qué puede ser?

– Algo le ha picado mientras dormía. Porque recién acaba de despertarse.

– Sí. Estuvo jugando con sus primitos en la cocina, y se quedó dormido.

– Quizá haya sido un zancudo.

Es cierto. Me desperté cuando las primeras mojigangas llegaron hasta el patio de la casa hacienda, haciendo sonar sus cascabeles, sus tamborcillos y pincullos. Y otras comparsas animadas con el son de la caja roncadora y la flauta.

Y ahí estaban ya bailando bajo los molles y los saucos del patio de la casa hacienda turcos y quiyayas, pallos y canasteros, la contradanza y los gitanos que vienen hoy día de los contornos a la fiesta en Pasabalda.

Me he despertado al retumbo de los primeros cohetes en la hondonada y que anuncian la celebración de la fiesta adonde nos ha invitado a venir mi tío Manuel José, quien es dueño de la casa hacienda, hermano de mi abuelo Felipe Desiderio, y que a mi padre le encanta venir porque gran parte de su infancia y juventud lo pasó aquí.

 

Don Luis Médico


2. Ver

de noche

 

– Danilo, ven a ver. Mira lo que tiene nuestro hijo, la nariz hinchada.

– ¡Oh sí! ¿Qué le ha pasado?

– Se ha despertado así. Al parecer algo le ha picado.

– ¡Ojalá que no sea uta! –Dice una voz sin querer ser cruel desde un costado. –Porque esta es zona de uta.

– ¿Uta? ¡Oh, no, Dios mío! Elvira, regresémonos al pueblo. Es lo mejor. Tiene que verlo el médico.

– ¡Oh Dios! Me muero si mi hijo ha contraído la uta.

– Pero, ¡cómo se van a regresar! –Aduce mi tía Sofía, esposa de mi tío Manuel José–. Ya está oscuro y la noche tupida les va a coger en los Malos Pasos. Ahí cualquier resbalón y se van al abismo.

– Imposible que puedan irse. Además, la fiesta recién empieza. –Nos anima Graciela, su hija.

– ¡Dios nos amparará en el camino! –Dice mi madre.

Llaman a mi tío Manuel José. Le cuentan, y me examina la cara.

– Lleven a los dos mejores mulos. Ellos pueden ver de noche y conocen el camino. Es mejor que al niño lo vea el médico. –Dice, y su palabra nadie la discute ni contradice. 

 

Don Luis Médico atendiendo a un niño en Santiago de Chuco


3. A tientas

y a oscuras

 

Pasabalda es zona de temple, en donde campea la uta que flagela a hombres, mujeres y niños. Y en donde el trasmisor es un zancudo que pica y lo primero que deja es una hinchazón en esa parte del cuerpo.

Mis padres cuando escucharon que podía ser uta se estremecieron. Y en plena noche ensillaron las dos mulas que le había ofrecido mi tío Manuel José, y nos regresamos.

Tengo entonces la vivencia de haber venido por ese camino no solo a pie sino cargado por mi madre sobre una acémila.

Tengo la sensación de cada jadeo y de cada detalle no solo en mis ojos cuando lo he visto de día sino en mis oídos cuando he escuchado cada paso que se daba. Porque por él me trajeron a tientas y a oscuras.

– Danilo. Tengo mucho miedo. ¿Qué haremos? –Y escucho el llanto desgarrador de mi madre.

– Si el médico dice que puede ser uta mañana mismo nos vamos a Lima. –Oigo decir a mi padre.

– ¡Ahora solo recemos! –Le contesta mi madre llorando.

 

Mi madre


4. Tensa

madrugada

 

Sentir la lobreguez de ese camino con los ojos dentro del pañolón de mi mamá, pero despierto. Oyéndolos caminar callados por largo trecho, porque no saben qué tiene su hijo.

Y callan, pero su silencio es grito entre esos cerros. Y donde solo se escucha el paso y el resoplido de las acémilas, los grillos y el río con sus tumbos y su agua sorda y sonora, es atroz.

Y, cuando entramos al pueblo, no llegamos a la casa, sino que directo fuimos a don Luis Médico, a tocar la aldaba de su puerta en la tensa madrugada.

– ¡Quién es!

– Don Luis. Soy Danilo, el maestro de la escuela. Algo tiene mi hijito. Hemos caminado toda la noche desde Pasabalda. Queremos que lo vea, por favor.

– Esperen un momento.

 

Mi padre


5. Quieto

un ratito

 

– A ver. ¿Qué edad tiene el niño?

– Cuatro añitos, don Luis. Lo hemos llevado a Pasabalda, y se le ha hinchado la nariz. Estamos asustados que pueda ser picadura de uta.

– ¿A qué hora ha sido?

– Como a las cinco de la tarde. Estuvo jugando y se durmió. Al despertar, como a las seis, hemos visto que tenía hinchada la nariz.

– No lloren. Estense tranquilos. Voy a ver qué es.

Me tienden en una camilla. Enciende una lámpara muy fuerte y me examina la hinchazón.

– A ver, levanta otra vez la carita. ¿Qué es esto? Sujeten que no se mueva.

– Quieto un ratito, hijo.

– Sí. Le duele mucho.

– Pero, a ver. Sujetarlo fuerte, que voy a extraer algo.

Don Luis mira de cerca mis fosas nasales, saca unas pinzas, e introduce un gancho. Y extrae una alverja verde, abultada por la humedad, que deposita en un algodón que tiene en la mesa.

 

Santiago de Chuco, mi comarca


6. El mundo

y la vida

 

– No es uta. Miren lo que es, una alverja que al haber estado jugando el niño ha sorbido por la nariz. Denle agua fresca, y déjenlo ahora dormir. Y ustedes descansen que pareciera que se van a caer.

Por eso, el camino a Pasabalda a quedado en mí como el camino más doloroso de mi comarca.

Sendero que lo caminamos de noche, en las horas más intrincada del universo. Y lo hicimos los cuatro miembros de una familia que después llegó a ser numerosa.

Que nos vinimos dejando una fiesta en su mejor punto, cuando se lanzaban los cohetes, se quemaban las avellanas y se servía el dulce de chiclayo en mates de calabaza, y se tomaba asiento al borde de los corredores.

Viendo chisporrotear los fogones y desatarse la alegría candorosa de la gente: mi padre, mi madre y Juvenal, mi hermano mayor que tendría seis años.

Camino que mi padre hizo a pie y a oscuras, sin tropezarse ni una sola vez, porque yo iba pendiente de sus pasos. Y es porque lo conocía como la palma de su mano.

Cuatro en un camino es una clave suprema. Es una flecha, una espada, una piedra retumbando en el aire. Camino prodigioso donde se rasga y se abre el tiempo, el mundo y la vida.

 

La casa de mi infancia, en Santiago de Chuco


7. El signo

de lo divino

 

Don Luis Médico siempre fue el amparo de nuestro pueblo en todo lo que era salud, en curar y aliviar las enfermedades. Tenerlo en el pueblo era como tener una defensa, un cobijo y un sustento. Un auxilio, un socorro y un regazo donde arrimarse.

Era un hombre de leyenda, tanto que pocos ya conocían su verdadero apellido, que es Luis José Ruiz y Ruiz, quien nació en Santiago de Chuco y murió en su mismo pueblo en marzo de 1965. Pero a quien todos lo nombraban como si su apellido fuera su desempeño en la vida, cual era cuidar de la salud de la gente.

Un ser humano afectivo, generoso y sacrificado. Quien iba a donde estaba el enfermo en mula, en caballo o caminando. Que ejercía la medicina como un apostolado. Que no estudió medicina en ninguna facultad universitaria, sino que era médico práctico, pero conocedor profundo e íntegro de su vocación.

Un hombre profundamente arraigado a su pueblo, padre de una familia profusa y cuantiosa. Quien abrió la primera farmacia en mi aldea. Quien ejercía la medicina holística, como una tradición de siglos y milenios. Y como una consagración a lo más humano; y que, sin embargo, es aquello que lleva lo más tangible el signo de lo divino.

 

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Los textos anteriores pueden ser

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citando autor y fuente

 

dsanchezlihon@aol.com

danilosanchezlihon@gmail.com

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