– ¿Algo le ha picado al niño en su nariz?
– A ver. ¡Sí! Está hinchada, y roja. ¿Qué puede ser?
– Algo le ha picado mientras dormía. Porque recién acaba de despertarse.
– Sí. Estuvo jugando con sus primitos en la cocina, y se quedó dormido.
– Quizá haya sido un zancudo.
Es cierto. Me desperté cuando las primeras mojigangas llegaron hasta el
patio de la casa hacienda, haciendo sonar sus cascabeles, sus tamborcillos y
pincullos. Y otras comparsas animadas con el son de la caja roncadora y la
flauta.
Y ahí estaban ya bailando bajo los molles y los saucos del patio de la
casa hacienda turcos y quiyayas, pallos y canasteros, la contradanza y los
gitanos que vienen hoy día de los contornos a la fiesta en Pasabalda.
Me he despertado al retumbo de los primeros cohetes en la hondonada y que
anuncian la celebración de la fiesta adonde nos ha invitado a venir mi tío
Manuel José, quien es dueño de la casa hacienda, hermano de mi abuelo Felipe
Desiderio, y que a mi padre le encanta venir porque gran parte de su infancia y
juventud lo pasó aquí.
Don Luis Médico
2. Ver
de noche
– Danilo, ven a ver. Mira lo que tiene nuestro hijo, la nariz hinchada.
– ¡Oh sí! ¿Qué le ha pasado?
– Se ha despertado así. Al parecer algo le ha picado.
– ¡Ojalá que no sea uta! –Dice una voz sin querer ser cruel desde un
costado. –Porque esta es zona de uta.
– ¿Uta? ¡Oh, no, Dios mío! Elvira, regresémonos al pueblo. Es lo mejor. Tiene
que verlo el médico.
– ¡Oh Dios! Me muero si mi hijo ha contraído la uta.
– Pero, ¡cómo se van a regresar! –Aduce mi tía Sofía, esposa de mi tío
Manuel José–. Ya está oscuro y la noche tupida les va a coger en los Malos
Pasos. Ahí cualquier resbalón y se van al abismo.
– Imposible que puedan irse. Además, la fiesta recién empieza. –Nos anima
Graciela, su hija.
– ¡Dios nos amparará en el camino! –Dice mi madre.
Llaman a mi tío Manuel José. Le cuentan, y me examina la cara.
– Lleven a los dos mejores mulos. Ellos pueden ver de noche y conocen el
camino. Es mejor que al niño lo vea el médico. –Dice, y su palabra nadie la
discute ni contradice.
Don Luis Médico atendiendo a un niño en Santiago de Chuco
3. A tientas
y a oscuras
Pasabalda es zona
de temple, en donde campea la uta que flagela a hombres, mujeres y niños. Y en
donde el trasmisor es un zancudo que pica y lo primero que deja es una
hinchazón en esa parte del cuerpo.
Mis padres cuando
escucharon que podía ser uta se estremecieron. Y en plena noche ensillaron las
dos mulas que le había ofrecido mi tío Manuel José, y nos regresamos.
Tengo entonces la
vivencia de haber venido por ese camino no solo a pie sino cargado por mi madre
sobre una acémila.
Tengo la sensación
de cada jadeo y de cada detalle no solo en mis ojos cuando lo he visto de día
sino en mis oídos cuando he escuchado cada paso que se daba. Porque por él me
trajeron a tientas y a oscuras.
– Danilo. Tengo
mucho miedo. ¿Qué haremos? –Y escucho el llanto desgarrador de mi madre.
– Si el médico dice
que puede ser uta mañana mismo nos vamos a Lima. –Oigo decir a mi padre.
– ¡Ahora solo
recemos! –Le contesta mi madre llorando.
Mi madre
4.
Tensa
madrugada
Sentir la lobreguez
de ese camino con los ojos dentro del pañolón de mi mamá, pero despierto. Oyéndolos
caminar callados por largo trecho, porque no saben qué tiene su hijo.
Y callan, pero su
silencio es grito entre esos cerros. Y donde solo se escucha el paso y el
resoplido de las acémilas, los grillos y el río con sus tumbos y su agua sorda
y sonora, es atroz.
Y, cuando entramos
al pueblo, no llegamos a la casa, sino que directo fuimos a don Luis Médico, a
tocar la aldaba de su puerta en la tensa madrugada.
– ¡Quién es!
– Don Luis. Soy
Danilo, el maestro de la escuela. Algo tiene mi hijito. Hemos caminado toda la
noche desde Pasabalda. Queremos que lo vea, por favor.
– Esperen un
momento.
Mi padre
5.
Quieto
un
ratito
– A ver. ¿Qué edad
tiene el niño?
– Cuatro añitos,
don Luis. Lo hemos llevado a Pasabalda, y se le ha hinchado la nariz. Estamos
asustados que pueda ser picadura de uta.
– ¿A qué hora ha
sido?
– Como a las cinco
de la tarde. Estuvo jugando y se durmió. Al despertar, como a las seis, hemos
visto que tenía hinchada la nariz.
– No lloren.
Estense tranquilos. Voy a ver qué es.
Me tienden en una
camilla. Enciende una lámpara muy fuerte y me examina la hinchazón.
– A ver, levanta
otra vez la carita. ¿Qué es esto? Sujeten que no se mueva.
– Quieto un ratito,
hijo.
– Sí. Le duele
mucho.
– Pero, a ver.
Sujetarlo fuerte, que voy a extraer algo.
Don Luis mira de
cerca mis fosas nasales, saca unas pinzas, e introduce un gancho. Y extrae una
alverja verde, abultada por la humedad, que deposita en un algodón que tiene en
la mesa.
Santiago de Chuco, mi comarca
6. El
mundo
y la
vida
– No es uta. Miren
lo que es, una alverja que al haber estado jugando el niño ha sorbido por la
nariz. Denle agua fresca, y déjenlo ahora dormir. Y ustedes descansen que
pareciera que se van a caer.
Por eso, el camino
a Pasabalda a quedado en mí como el camino más doloroso de mi comarca.
Sendero que lo
caminamos de noche, en las horas más intrincada del universo. Y lo hicimos los cuatro
miembros de una familia que después llegó a ser numerosa.
Que nos vinimos
dejando una fiesta en su mejor punto, cuando se lanzaban los cohetes, se
quemaban las avellanas y se servía el dulce de chiclayo en mates de calabaza, y
se tomaba asiento al borde de los corredores.
Viendo
chisporrotear los fogones y desatarse la alegría candorosa de la gente: mi
padre, mi madre y Juvenal, mi hermano mayor que tendría seis años.
Camino que mi padre
hizo a pie y a oscuras, sin tropezarse ni una sola vez, porque yo iba pendiente
de sus pasos. Y es porque lo conocía como la palma de su mano.
Cuatro en un camino
es una clave suprema. Es una flecha, una espada, una piedra retumbando en el
aire. Camino prodigioso donde se rasga y se abre el tiempo, el mundo y la vida.
La casa de mi infancia, en Santiago de Chuco
7. El
signo
de lo
divino
Don Luis Médico
siempre fue el amparo de nuestro pueblo en todo lo que era salud, en curar y
aliviar las enfermedades. Tenerlo en el pueblo era como tener una defensa, un
cobijo y un sustento. Un auxilio, un socorro y un regazo donde arrimarse.
Era un hombre de
leyenda, tanto que pocos ya conocían su verdadero apellido, que es Luis José
Ruiz y Ruiz, quien nació en Santiago de Chuco y murió en su mismo pueblo en
marzo de 1965. Pero a quien todos lo nombraban como si su apellido fuera su
desempeño en la vida, cual era cuidar de la salud de la gente.
Un ser humano
afectivo, generoso y sacrificado. Quien iba a donde estaba el enfermo en mula,
en caballo o caminando. Que ejercía la medicina como un apostolado. Que no
estudió medicina en ninguna facultad universitaria, sino que era médico
práctico, pero conocedor profundo e íntegro de su vocación.
Un hombre
profundamente arraigado a su pueblo, padre de una familia profusa y cuantiosa.
Quien abrió la primera farmacia en mi aldea. Quien ejercía la medicina
holística, como una tradición de siglos y milenios. Y como una consagración a
lo más humano; y que, sin embargo, es aquello que lleva lo más tangible el
signo de lo divino.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
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