El ratón tiembla de miedo y le entrechocan los dientes
por el horror que siente. Apenas ha logrado escapar del gato hundiéndose en su
agujero. Pudo llegar felizmente y guarecerse sintiendo ya los dientes afilados
atravesándole su cuerpo del felino que lo ha perseguido hasta casi atraparlo en
la boca de su túnel.
Pero incluso estando ya escondido lo más adentro que puede
cobijarse, y pegado al final de su refugio, teme que hasta ahí en cualquier
momento pueda alcanzarlo ese ser infernal que ha intentado devorarlo.
En su angustia, mientras se calma y serena un poco,
tiene la pesadilla de caer presa en las garras de ese verdadero monstruo, de
ese animal temible a quien considera la encarnación misma del demonio. Pero
Dios, atento a estos hechos y compadecido del ratón lo alza en sus manos y le
habla con dulzura:
– ¿Por qué temes, si te hice ratón? Es decir, he
puesto en ti extraordinarios atributos, poderes y cualidades. Así, músculos
flexibles, vivacidad para ser ingenioso, máxima inteligencia. Te hice pequeño,
hecho que te favorece en muchos aspectos. Y no vivas pensando que eres pobre e
indefenso, sino al contrario: ¡de que eres ratón, esto es: magnífico,
extraordinario y hecho para triunfar! –Y lo acaricia lleno de bondad.
– ¡Pero Dios! ¡Yo ya no puedo soportar todo esto!
2. ¿Quién
tiene?
– ¡Hijo! Incluso yo he abierto un reino, una mansión y
he puesto un trono glorioso dentro de ti. ¡Descúbrelo y construye poco a poco
tu designio!
– Dios, ¿designio dices? ¡Pero si soy tan mínimo,
precario e indefenso!
– Eso es lo que quiero que lo entiendas. ¡No! ¡Eres
único! En ti he puesto facultades excepcionales. Tú tienes habilidades de las
cuales no he dotado a nadie más que a ti. ¿Permitirás que se pierdan y
desperdicien?
– A ver, dime Dios, ¿qué es lo que yo tengo y qué es
lo que yo puedo hacer?
– ¡Ah, muchas proezas y potencialidades que son
maravillosas! Solo para poner un ejemplo: Tú puedes caminar por un techo con el
cuerpo suspendido hacia abajo. ¿Quién lo hace? ¡Solo tú vences la fuerza de la gravedad!
¿Quién más? ¡Ninguno!
– ¡Eso no me hace fuerte!
– Y, ¿quién tiene un sistema óseo elástico capaz de
hacer que tu cráneo se achate y pases debajo de la ranura de una puerta o resquicio?
¡Adaptable al instante a lo que tú mandes y mientras vas corriendo! ¿Quién lo
pude?
– ¡No sé!
3. ¡No debo
hacerlo!
– ¡Nadie tiene ese sistema! ¡Solo tú!
Por la voz dulce y tranquila que le pone Dios, el
ratón se va calmando y los ahogos se le van haciendo un agua mansa y
contemplativa.
– Pero Dios, ¿por qué junto a mí has creado una fiera
como el gato?
– ¡Ah, el gato! Te ayudará a descubrir tus fortalezas,
a confiar en tus instintos y músculos que están templados con la máxima
precisión e intensidad. Te enseñará a confiar en tu inteligencia que es aguda,
sincronizada con tus reflejos que son veloces. ¡Hasta tu forma y tu color, todo
está hecho para que seas un triunfador! Sin el gato no descubrirías que eres
poderoso. No le temas y alégrate que alguien te recuerde al perseguirte lo
mucho que vales, y que tienes y que puedes, siendo tú mismo. Así que, ¡en ti
confío! ¡Hasta pronto! –Y se despidió.
– ¡Dios, no te vayas, por favor! –Lo llamó
suplicante–. ¡Elimina al gato para que yo pueda vivir!
Dios, volviendo tras de sí, a su llamado, y mirándolo
con indulgencia, le expresa:
– No puedo quitarle la vida al gato. En realidad, ¡no
debo hacerlo!
– Entonces, ¡yo no quiero esta vida!
4. Clamó
a Dios
– Te propongo algo. –Le dice antes que insista en lo
que acababa de decir–. ¡Qué tal si te convierto en gato, a quien tanto le temes
y al parecer admiras! ¿Te parece bien?
– ¡Eso es, Dios! ¡Eso es lo que en el fondo yo quería,
y has adivinado! ¡Quiero ser gato! –Gritó el ratón, saltando lleno de contento.
Y Dios, que es bueno y compasivo, lo hizo gato al
instante. Cuando en vez de su apariencia anterior se vio hecho un hermoso minino
que empezó a contornearse, y a sentirse ufano, admirando su lustroso y colorido
pelaje. Se sentía ágil, fuerte y grande.
Cuando de repente sintió en sus orejas un terrible
rugido: ¡es el perro que lo mira adusto y fiero! Y avanza hacia él con gesto
destructivo.
Temblando y despavorido apenas ha podido escapar con
el pulso y los latidos que le explotan en el pecho y en las sienes. La
respiración se le anuda en la garganta. Pero ha podido trepar a un escondrijo
para desde allí escuchar los ladridos espeluznantes del perro que lo busca,
admirando el gato su tupido y liso pelaje, sus músculos recios y la confianza
absoluta que tiene en sí mismo.
Empiezan otra vez a castañetearle los dientes y todo
él a tiritar y entumecerse sus piernas. Y clama a Dios que lo auxilie en ese
trance pavoroso.
– ¿Qué ocurre ahora? –Dice Dios, acercándose.
5. Se sentía
espléndido
– Has hecho a una fiera, como enemiga del gato. Bastó
con su mirada y su rugido, y la sangre se me heló en todo el cuerpo.
– Pensabas tú que no había nada más admirable que el
gato. Y estás ahora deshecho de serlo.
– ¡No! Es que junto al perro el gato es una nonada. El
perro es un ser perfecto, hermoso y bravo; dueño de un ladrido intenso, total y
profundo. Un ser confiado en sí mismo, soberano y dichoso.
– Y... ¿entonces?
– Yo te pido Dios, ya que puedes hacerlo, que en vez
de gato me hagas perro.
– No creo haber hecho al perro mejor que al gato; ni
al gato mejor que al ratón.
– Pero Dios, concédeme ese favor. Y ahí se acaban mis
sufrimientos.
– Si eso te complace y ahí acaban tus temores, entonces:
¡concedido!
– ¡Gracias, Dios, gracias! Eres ¡inmensamente bueno!
Y ahora es un perro alborozado, radiante y ufano,
dueño del bosque, de las cumbres y las praderas. Y se siente espléndido.
6. ¿Por qué
lo has hecho?
Pasan las horas y casi sucumbe a la persecución de un
hombre que le hace varios disparos a fin de cazarlo. Apenas puede salvarse,
pero ya se muere de miedo y desilusión. Y suplica a Dios que aparezca.
Y Dios conmovido se hace presente para ampararlo,
diciéndole:
– Y ahora, ¿qué pasa?
– Ya no te pido ser otro, ni nada. Solo quiero
reclamarte Dios: ¿qué clase de mundo es este que tú has hecho?
– ¿Por qué? Ahora, ¿cuál es tu reproche?
– ¿Por qué has concebido, Dios, a un ser tan feroz,
desalmado y siniestro, que no solo se vale de sus uñas y dientes, como yo y los
demás, sino que utiliza armas y mata no solo para comer sino para divertirse
dejando a los animales regados por el campo’
– ¿A quién te refieres?
– ¡Al hombre!
– ¡Ah! Ya lo esperaba.
– Es un ser pérfido e implacable, sin escrúpulos y
avezado, quien alza trampas y solo sabe de iniquidades. A quien le has dotado además
de una astucia asombrosa. En verdad: ¿por qué lo has hecho? Realmente, ¡qué
perversa es tu creación, Dios!
7. ¿Cuál
es?
– Habíamos quedado a que ya no habría quejas...
– En realidad yo ya no reclamo nada. Solo he venido a
devolverte la vida. ¡Aquí está! ¡No la quiero! Es amarga e ingrata. Tampoco
quiero ser parte de este mundo imperfecto que es tu obra. ¡No soporto tu
creación, Dios! No me explico, ¿por qué has hecho al hombre?
– En cada uno he dejado el poder para afrontar
dificultades y superarse cada día y en cada situación. En cada uno hay
aparentes reveses, pero más hay oportunidades. Quizá peligros, pero a la vez
alternativas para ser nobles y dichosos.
– ¿Qué se puede hacer con un animal que utiliza el
fuego del sol, la fuerza del viento y la caída del agua, pero en sus armas,
como es ese animal perverso?
– En tu interior yo he puesto una clave para hacerle
frente y vencer al hombre.
– ¿En mí? ¿Para hacerle frente al hombre, dices? Encima,
¡no te burles de mí, Dios!
– Sí, lo he puesto en ti.
– ¡No me engañes ni juegues conmigo de ese modo! ¡Y no
me des risa, Dios! ¿Yo frente al hombre tengo un arma mejor? ¿Dime, cuál es?
¿Mis colmillos y mis uñas?
– ¡Lo tienes! Aunque no lo creas.
8. ¿Un arma
mejor?
– ¿Dices que hay dentro de mí un poder para
enfrentarme al hombre? ¡Nada se puede contra la maldad que has puesto en ese
monstruo!
– Te digo, en confidencia, que incluso puedes llegar a
dominar al hombre.
– ¿Cómo?
– Con una virtud.
– ¿Cuál es?
– Está dentro de ti. Descúbrela tú mismo.
– ¡Imposible! ¡Jamás! ¡Eso es absurdo!
Y Dios desapareció.
El perro quedó desconcertado con aquellas palabras.
Está bañado en lágrimas de impotencia y desolación,
pero se siente tranquilo, sereno y calmado, como si le hubiera hecho bien
desahogarse y decirle a Dios los reproches que le ha imputado. Pero más, está lleno
de intriga por haber oído de él lo que le ha dicho Dios. Y se pregunta: ¿Tengo
un arma mejor que las que tiene el hombre? ¿Cómo entonces matarlo? ¡No alcanzo
a saber!
9. Corre
para ultimarlo
– ¿Qué será aquello que está en mí y que es capaz de
hacer que yo venza al hombre? ¿Alguna arma secreta, aparte de mis garras y mis caninos?
¿Dónde está? ¿En mi frente? ¿En mi cola? ¿En mi pecho? Pero, ¡no! En contra del
hombre nada ni nadie puede hacer algo. ¿Cómo? ¿Cómo lo mato al hombre?
En eso se escucha un disparo. Y ve que a cierta
distancia que cae un hombre y rueda por el suelo atacado por un oso. Está
ensangrentado y ya exánime. Se acerca, diciéndose, asimismo:
– Ahora es mi oportunidad de descubrir aquella arma
secreta que tengo, puesta quizá en mis colmillos o en mis uñas para acabar con
el hombre. Aprovecharé que está sangrando y malherido.
Y corre hacia él para ultimarlo con sus dientes
feroces. Pero estando ya cerca ve que otra vez el oso ha llegado primero y va a
asestarle al hombre un zarpazo.
Ladra con fiereza y arremete contra el oso que
sorprendido se detiene cauteloso.
El perro, puestas las dos patas encima del hombre,
termina por ahuyentar a la fiera.
Y espera anhelante que se manifieste aquella arma
secreta que se le ha dicho que posee.
10. Caminaron
juntos
El hombre al reconocer la ayuda del perro alarga su
mano y acaricia la cabeza del animal hundiendo sus dedos en su pelambre, y diciéndole:
– ¡Gracias, amigo! –Y se desvanece, ya exhausto.
Viéndole inerme el perro siente que una oleada de
afecto, de un sentimiento de identificación con ese ser desvalido que yace
tendido a sus pies, le invade. Emoción avasalladora que le inunda el alma.
El oso lo mira desde cierta distancia. Y se aleja.
Pero, ¿qué es esto que le invade? No lo puede definir.
¿Quizá simpatía? ¿O, tal vez, piedad? ¡Es como una avalancha calurosa que lo anega
todo! No sabe qué hacer. Hasta disimula unas lágrimas de sincera alegría, Y
dándose vuelta vigila otros peligros, sintiendo que sus temores se desvanecen y
un torbellino de armonía invade su ser.
Y ahí se queda, cuidando esa vida que siente que
también le pertenece. Que es suya. Ya no solo es la vida de él la que importa. Eso
es lo que le da otra clase de poder. En verdad un poder capaz de hacerlo
enfrentar cualquier peligro.
Y allí permanece apacible, acompañando al hombre. Cuando
éste despierta y se y recupera caminan juntos en dirección a la aldea.
11. Y Dios,
que es bueno
Y el cazador va diciendo a otros hombres que encuentra
en el camino, y que miran al animal con recelo:
– El perro me ha salvado la vida. ¡El perro es amigo
del hombre!
Esto mismo dice a muchos otros aldeanos que se asoman
a verlos pasar con asombro.
El perro y el hombre eran ambos inmensamente dichosos
Pero el perro sintió nostalgia, inquietud y reconocimiento
por todo lo que había sido antes. Y rogó un día a Dios:
– ¿Dios! En verdad ya sé cuál es el arma suprema; y
solo así es que la vida adquiere sentido. Ya he aprendido la lección. Y ahora quiero
volver a ser como antes: ¡un ratón!
– Me parece bien, hijo, lo que ahora me pides.
– Pero Dios, quiero saber, ¿cómo llamar a esta arma
secreta que ahora efectivamente siento que existe y es poderosa?
– Se la llama de distintas maneras: amor, cariño,
afecto, amistad…
Y Dios que es bueno y misericordioso nuevamente lo
convirtió a quien había sido ratón, ¡en ratón!
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