martes, 6 de octubre de 2020

6 de octubre. De la vida y su prodigio. / Para que el fuego surja y se eleve.


6 DE OCTUBRE 
DE LA VIDA Y SU PRODIGIO

PARA QUE 
EL FUEGO SURJA 
Y SE ELEVE 

Danilo Sánchez Lihón 





Tus manos y mis manos 
recíprocas se tienden 
César Vallejo 


1. Útil 
para la vida 

Ahora se presiona un botón y se enciende la luz, sea de una habitación, o ya sea de un edificio. O ya sea la luz que alumbra a toda una población.

O basta bajar presionando una palanca para echar a funcionar todo un complejo industrial. O basta presionar un botón y enciendo la hornilla de una cocina.  No fue así en mi niñez ni como yo me crie.

Las cosas y los hechos costaba trabajo, ingenio y dedicación hacerlos. Y para ello se seguía todo un proceso, a veces desde conseguir los materiales y las herramientas. Y creo, sinceramente que eso enseñaba y servía de mucho para conducirnos bien en la vida.

Nada de eso estaba mal, y más bien todo lo contrario: eso nos educaba, formaba nuestra personalidad, nos hacía más hábiles y capaces en vez de tenerlo todo expedito, dispuesto, maquinal y automático.

Yo, por ejemplo, he tenido que encargarme de hacer tareas prolijas, difíciles y hasta delicadas que requerían, además de concentración, habilidades manuales y prácticas, lo cual siempre estoy orgulloso y reconocido de haberlas podido ejecutar.

 


2. Choza

de astillas

 

De lo contrario, ¿qué hubiera sido de mi vida –me pregunto yo mismo– si no hubiera tenido la experiencia del trabajo que cuesta, por ejemplo, encender la candela del fogón en mi casa aldeana enclavada en los Andes?

Para ello había que empezar escogiendo la leña seca, extraerla del castillo en donde en orden se arruma, dejando un espacio vacío dentro.

Con resquicios parejos y dando toda la vuelta para que la brisa, el sol y la luna, como también la brisa, aireen y sequen el agua que las leñas conservan por haber sido árboles.

Para luego rajarla en el patio trasero, o en el corredor rústico de tierra apisonada, golpeando precisos con el hacha a fin de obtener gajos delgados y con ellos lograr que el fuego prenda, se expanda y restalle.

Ya en la hornilla del fogón la cuestión es armar una mínima choza de astillas desgajadas, y de todo lo que pueda ser inflamable: sean hojas secas, cartones, papeles y hasta juntando incluso hilos sueltos.

 


3. Lengua

de fuego

 

Y con un solo fósforo, respirando hondo, sin dudar y sin que tenga que temblarnos la mano, ser artífices de crear el prodigio de hacer que surja el fuego.

Primero una flama mínima, núbil y tierna. Y luego desde esa llama candorosa hacer que el fuego arrebatado cunda como un torbellino, brille y se sostenga.

Porque el fuego es portento y maravilla que persista en la mañana fría y en la cocina oscura, o en penumbra.

Teniendo como fondo un mar de cenizas yertas y de carbones esparcidos en total abandono, como combatientes muertos en una batalla.

Observados por las ollas que cuelgan pasmadas de sus asas, a la espera de ser usadas. Y rodeados de paredes negruzcas, tiznadas por el humo incesante.

Expectantes y con nuestro corazón detenido, o acelerados sus pálpitos, porque la lengua de fuego surja, se mantenga y crezca. Y sea intensa y fulgurante, y luego de ella se desprendan muchas otras.

 


4. Hoguera

estallante

 

Pero aquí está aún titubeante, aunque su brillo y esencia sea parecido al sol.

Y desde esta llama mínima, y acercando leños cada vez más gruesos, poder no solo mantenerla viva, sino que se pueda, alentándola, hacerla crecer hasta que se torne en lenguas vivas, impetuosas y rozagantes.

Y sobresalgan collares de rojos más intensos que rubíes en los tizones, que desprenden una miríada de chispas que vuelan al aire.

Y sobresalgan los amarillos áureos, los azules y celestes, y los verdes esmeraldas, hasta convertirse desde una mínima flama en una llamarada pletórica y triunfante.

Y ya triunfantes, con el abanico y el soplador de fierro, o de carrizo, darle todo el pulso y el aliento que anhelamos que tenga, saliendo de nuestros pulmones, modulados por nuestras bocas, y al impulso de nuestros corazones.

Alzándose pronto, y a partir de ello, una hoguera estallante donde se hierve la leche, se fríe las ñuñas, como los chorizos y salchichas. Y se suaza los pellejones. Como se hierben los choclos que mamá nos sirve en el desayuno.

 


5. Noche

sideral

 

Aunque a veces, y también hay que decirlo, esta lumbre que cuece y abriga se aviva a partir de resucitar el fuego a partir de algún rescoldo que haya quedado aún vivo, bajo la noche tupida e inclemente, desde el día anterior. Y a partir de que, tal y como lo advierte mi madre cada vez que me manda a encender la candela, ella me dice:

– Busca entre las cenizas algún carbón que conserve una chispa. Y a partir de ahí enciende el fuego.

Entonces, para eso, además de arte hay que tener sapiencia. Y, además de eso, ¡suerte! Y, contando con esos atributos, hay que tener espíritu, que es fe para tenderle una mano a ese milagro de resistencia consumada.

Y todo ello, ¿en base a qué? A nuestro aliento. A soplarle para que la pizca que ha sobrevivido, grumo a grumo y chispa a chispa, quietas al principio, y conservando su vida, se vayan expandiendo, no se destruyan así mismas; para que de ellas el fuego prenda, se levante, caliente e ilumine. Eso ya es supremo.

Que no se muera porque es lo último que queda. Y no se apague, ni por ser mínima, ni por ser descubierta. Ni porque es brusco nuestro soplido. Alcanzándole poñas y pajitas a ese prodigio encendido que ha atravesado viva la noche sideral.

 


6. Encender

una luz

 

Por eso, reflexiono: ¿Qué sería de mí –me digo– si la modernidad me hubiera cortado de un tajo las manos, los brazos, las alas, y el aliento?

Que lo he ensayado en hacer que prenda el fogón de mi casa de infancia, mientras mi madre atendía a mis hermanos y hermanas pequeños, siendo once en total, y siendo yo el segundo después de Juvenal.

Por eso, ¡qué fuera de mí –me interpelo–, si solo me bastara un muñón para presionar un botón? O peor aún: si se me hubiera ¡quitado el pulso para sostener el fósforo, o la llama que late por un instante.

¡O restado del aliento que se necesita para soplar en la leña! ¡Y el brillo de la mirada que surge cuando el fuego se expande y se eleva!

¡Lo importante es que no nos tiemble el pulso ni falte el aliento en nuestros brazos, bíceps y bocas y en nuestros corazones! Por eso, me preocupa mucho qué será de la vida de los que ahora son niños que para encender una luz solo tienen que presionar un botón.

 


7. Reza

el dicho

 

Tenemos en este como en muchos otros aspectos que cambiar. Y surge la pregunta: ¿No hemos de hacer lo mismo para cambiar este sistema de oprobio?

Este sistema que lo hemos visto en las clínicas que cobran cifras millonarias para internar y atender a un paciente con el Covid 19.

¿Que por una inyección que cuesta un sol cobran 200 soles? Que atenderse en una clínica sobrepase cien sueldos mínimos mensuales de la canasta familiar vigente

Que se aprovechan del dolor de la gente para llenar sus arcas, sin que se sonrojen ante las paredes de sus mostradores que son testigos de estos hurtos.

Y eso ciertamente incomoda, fastidia y hasta duele. Altera el orden establecido y afecta, sobre todo, intereses creados.

Como reza el dicho, y es que: Hay que romper huevos, para hacer y freír tortillas, señor.



Todas las fotos de
Jaime Sánchez Lihón


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