Tus manos y mis manos
Ahora se presiona un botón y se enciende la luz, sea de una habitación, o
ya sea de un edificio. O ya sea la luz que alumbra a toda una población.
O basta bajar presionando una palanca para echar a funcionar todo un
complejo industrial. O basta presionar un botón y enciendo la hornilla de una
cocina. No fue así en mi niñez ni como
yo me crie.
Las cosas y los hechos costaba trabajo, ingenio y dedicación hacerlos. Y
para ello se seguía todo un proceso, a veces desde conseguir los materiales y
las herramientas. Y creo, sinceramente que eso enseñaba y servía de mucho para
conducirnos bien en la vida.
Nada de eso estaba mal, y más bien todo lo contrario: eso nos educaba,
formaba nuestra personalidad, nos hacía más hábiles y capaces en vez de tenerlo
todo expedito, dispuesto, maquinal y automático.
Yo, por ejemplo, he tenido que encargarme de hacer tareas prolijas,
difíciles y hasta delicadas que requerían, además de concentración, habilidades
manuales y prácticas, lo cual siempre estoy orgulloso y reconocido de haberlas
podido ejecutar.
2. Choza
de astillas
De lo contrario, ¿qué hubiera sido de mi vida –me pregunto yo mismo– si
no hubiera tenido la experiencia del trabajo que cuesta, por ejemplo, encender
la candela del fogón en mi casa aldeana enclavada en los Andes?
Para ello había que empezar escogiendo la leña seca, extraerla del
castillo en donde en orden se arruma, dejando un espacio vacío dentro.
Con resquicios parejos y dando toda la vuelta para que la brisa, el sol y
la luna, como también la brisa, aireen y sequen el agua que las leñas conservan
por haber sido árboles.
Para luego rajarla en el patio trasero, o en el corredor rústico de
tierra apisonada, golpeando precisos con el hacha a fin de obtener gajos
delgados y con ellos lograr que el fuego prenda, se expanda y restalle.
Ya en la hornilla del fogón la cuestión es armar una mínima choza de astillas
desgajadas, y de todo lo que pueda ser inflamable: sean hojas secas, cartones,
papeles y hasta juntando incluso hilos sueltos.
3. Lengua
de fuego
Y con un solo fósforo, respirando hondo, sin dudar y sin que tenga que
temblarnos la mano, ser artífices de crear el prodigio de hacer que surja el
fuego.
Primero una flama mínima, núbil y tierna. Y luego desde esa llama
candorosa hacer que el fuego arrebatado cunda como un torbellino, brille y se
sostenga.
Porque el fuego es portento y maravilla que persista en la mañana fría y
en la cocina oscura, o en penumbra.
Teniendo como fondo un mar de cenizas yertas y de carbones esparcidos en
total abandono, como combatientes muertos en una batalla.
Observados por las ollas que cuelgan pasmadas de sus asas, a la espera
de ser usadas. Y rodeados de paredes negruzcas, tiznadas por el humo incesante.
Expectantes y con nuestro corazón detenido, o acelerados sus pálpitos,
porque la lengua de fuego surja, se mantenga y crezca. Y sea intensa y
fulgurante, y luego de ella se desprendan muchas otras.
4. Hoguera
estallante
Pero aquí está aún titubeante, aunque su brillo y esencia sea parecido
al sol.
Y desde esta llama mínima, y acercando leños cada vez más gruesos, poder
no solo mantenerla viva, sino que se pueda, alentándola, hacerla crecer hasta
que se torne en lenguas vivas, impetuosas y rozagantes.
Y sobresalgan collares de rojos más intensos que rubíes en los tizones, que
desprenden una miríada de chispas que vuelan al aire.
Y sobresalgan los amarillos áureos, los azules y celestes, y los verdes
esmeraldas, hasta convertirse desde una mínima flama en una llamarada pletórica
y triunfante.
Y ya triunfantes, con el abanico y el soplador de fierro, o de carrizo, darle
todo el pulso y el aliento que anhelamos que tenga, saliendo de nuestros
pulmones, modulados por nuestras bocas, y al impulso de nuestros corazones.
Alzándose pronto, y a partir de ello, una hoguera estallante donde se
hierve la leche, se fríe las ñuñas, como los chorizos y salchichas. Y se suaza
los pellejones. Como se hierben los choclos que mamá nos sirve en el desayuno.
5. Noche
sideral
Aunque a veces, y también hay que decirlo, esta lumbre que cuece y
abriga se aviva a partir de resucitar el fuego a partir de algún rescoldo que
haya quedado aún vivo, bajo la noche tupida e inclemente, desde el día anterior.
Y a partir de que, tal y como lo advierte mi madre cada vez que me manda a
encender la candela, ella me dice:
– Busca entre las cenizas algún carbón que conserve una chispa. Y a
partir de ahí enciende el fuego.
Entonces, para eso, además de arte hay que tener sapiencia. Y, además de
eso, ¡suerte! Y, contando con esos atributos, hay que tener espíritu, que es fe
para tenderle una mano a ese milagro de resistencia consumada.
Y todo ello, ¿en base a qué? A nuestro aliento. A soplarle para que la
pizca que ha sobrevivido, grumo a grumo y chispa a chispa, quietas al principio,
y conservando su vida, se vayan expandiendo, no se destruyan así mismas; para
que de ellas el fuego prenda, se levante, caliente e ilumine. Eso ya es supremo.
Que no se muera porque es lo último que queda. Y no se apague, ni por
ser mínima, ni por ser descubierta. Ni porque es brusco nuestro soplido. Alcanzándole
poñas y pajitas a ese prodigio encendido que ha atravesado viva la noche
sideral.
6. Encender
una luz
Por eso, reflexiono: ¿Qué sería de mí –me digo– si la modernidad me
hubiera cortado de un tajo las manos, los brazos, las alas, y el aliento?
Que lo he ensayado en hacer que prenda el fogón de mi casa de infancia,
mientras mi madre atendía a mis hermanos y hermanas pequeños, siendo once en
total, y siendo yo el segundo después de Juvenal.
Por eso, ¡qué fuera de mí –me interpelo–, si solo me bastara un muñón
para presionar un botón? O peor aún: si se me hubiera ¡quitado el pulso para
sostener el fósforo, o la llama que late por un instante.
¡O restado del aliento que se necesita para soplar en la leña! ¡Y el
brillo de la mirada que surge cuando el fuego se expande y se eleva!
¡Lo importante es que no nos tiemble el pulso ni
falte el aliento en nuestros brazos, bíceps y bocas y en nuestros corazones! Por
eso, me preocupa mucho qué será de la vida de los que ahora son niños que para
encender una luz solo tienen que presionar un botón.
7. Reza
el dicho
Tenemos en este como en muchos otros aspectos que
cambiar. Y surge la pregunta: ¿No hemos de hacer lo mismo para cambiar este
sistema de oprobio?
Este sistema que lo hemos visto en las clínicas que
cobran cifras millonarias para internar y atender a un paciente con el Covid
19.
¿Que por una inyección que cuesta un sol cobran 200
soles? Que atenderse en una clínica sobrepase cien sueldos mínimos mensuales de
la canasta familiar vigente
Que se aprovechan del dolor de la gente para llenar
sus arcas, sin que se sonrojen ante las paredes de sus mostradores que son
testigos de estos hurtos.
Y eso ciertamente incomoda, fastidia y hasta duele.
Altera el orden establecido y afecta, sobre todo, intereses creados.
Como reza el dicho, y es que: Hay que romper huevos, para hacer y freír tortillas, señor.
Los textos anteriores pueden ser
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