miércoles, 11 de noviembre de 2020

11 de noviembre. Muere el poeta Juan Ojeda. / Locura y suicidio.


11 DE NOVIEMBRE 
MUERE EL POETA JUAN OJEDA 

LOCURA 
Y
SUICIDIO 

EN EL CUARENTISEIS 
ANIVERSARIO 
DE SU MUERTE 

Danilo Sánchez Lihón

 


Juan Ojeda. Pintura: Víctor Escalante


1970

 

Enero

Cierta desesperación nos hace salir cerrada la tarde hasta los últimos barrios, con callejuelas inundadas por el crepúsculo, puertas que se queman en una luz pálida, perros que ladran sin poder ahuyentar cierta recóndita soledad que duele en los pies y que agujerea nuestros zapatos.

Febrero

Nos gusta vagar por los pueblos silenciosos. ¡Oh, este atardecer! Y luego de merodear por las calles llegar hasta las agencias de ómnibus que parten y que llegan. Hay un horizonte rojizo de antenas y aleros, los faroles, las techumbres, el lucero

Marzo

– Ebrio, duermes atrapado en la copa de un árbol. Sólo despiertas para despotricar de los guardias (que son tres), y han pedido a la Unidad de Cotabambas una manguera. Con agua helada tratan de bajarte del ficus de la Plaza Aljovín, al costado de mi casa.

Abril

– Hablas de la desintegración del ser. De allí tu   amistad, sin retorno, con Ubaldo, hijo, según él, del Papa Clemente X; con Jaime Serpa, parapléjico fundador del movimiento ICRU; con Percy Mostajo, que recita de memoria y con ojos de gozo infinito, la Guía Telefónica de Lima, memorizada desde la A hasta la Zeta.

Mayo

–  En Breña, pagamos 20 soles al chofer de un taxi, lívido y tembloroso, para que te suelte y no te lleve a la comisaría por haberte arrojado a las llantas de su auto que pasaba a toda velocidad. Pudo frenar apenas a veinte centímetros de tu rostro impávido tirado en la pista adonde te has arrojado.

Junio

–  En la playa de Barranco se te hace evidente el sentido de lo irreparable. Las charcas del mar y las barcas como cruces.

Julio

–  En el hall de la Residencia de Estudiantes de San Marcos eres bañado por una gavilla de estudiantes con la manguera a toda presión que han recogido de los jardines exteriores del local. Sentado en el sillón te golpea eI chorro de agua helada y no te inmutas. Los desprecias.

Agosto

– Te echan sin aviso de la habitación N° 26 de la Residencia Universitaria, encontrando una tarde al volver parte de tus cosas tiradas en el pasillo.

Setiembre

–  Leemos poemas en el recital de San Marcos, organizado por el Centro de Estudiantes de Literatura. En esa ocasión publicas el poema Elogio de la destrucción.

Noviembre

–  Leemos poemas en la Casa de la Cultura, a nombre del grupo Piélago y en donde Hildebrando corre a cuenta de las palabras prológales, diciendo al presentarnos: “...En nombre de una admiración y respeto sin límites que siento por ellos, porque se han entregado con pasión a la poesía, al incendio, a la vida”.

 

 

 Juan Ojeda


1971

– Te embarcas en el Callao rumbo a Europa siguiendo la ruta de Panamá.

Agosto

–  Dictas conferencias en el Paraninfo de la Universidad de ese país del istmo, las mismas que versan sobre La narrativa peruana y también otra acerca de la Poesía nacional en la Federación Sindical de Trabajadores.

1972

Febrero

–  Eres entrevistado por Vilma Ritter para el periódico El Panamá América.

Abril

–  Se publican otras entrevistas que te hacen acerca de Teatro peruano en el suplemento dominical de El Panamá América.

Octubre

– Regresas después de un año de haber deambulado por uno y otro sitio, sin poder otra vez cumplir con tu anhelo de llegar a Europa. ¡Oh muros impenetrables son los océanos para tus pasos fugitivos!

Noviembre

–  Últimamente te pusiste mal. Es tu diversión corretear por calles solitarias, a los poetas laureados del Perú que se esconden en cualquier recodo de tus pedradas.

Diciembre

–  En el bar Palermo arrojas una bandeja de escabeche encima de un grupo de intelectuales, quienes juran allí mismo no perdonarte la ofensa inferida. Y lo cumplen desterrándote de todos sus textos y recintos. 

1974

Enero

– En El Gato Negro de la Plaza San Martin pides un bolero al caballero del piano, y con galantería sibilina invitas a danzar a un señor que, melancólico y ausente, bebe un corto en la mesa de al lado. El caballero accede y arrobados bailan entre las mesas silentes. El dueño del bar los saca del brazo y les dice que acá no está permitido hacer eso. Armas un tremendo lío y vas a parar con el rostro ensangrentado a la Comisaría de la Avenida Alfonso Ugarte.

Febrero

– En las Barrio Obrero, en la Ciudad Universitaria de San Marcos, besas a un estudiante de antropología, quien sorprendido e iracundo te llama “degenerado” “pervertido”, “maricón”. Quiebras una botella de cerveza golpeándola en el filo de la mesa y arremetes directo a la yugular del muchacho que cae y se desangra. Después huyes y te arrojas a las ruedas de una camioneta en la Avenida Colonial que elude tu cuerpo tendido y atravesado en la pista.


 Juan Ojeda


Marzo

–  Ingresas a la Escuela Nacional de Bibliotecarios.

–  Semanas en las que no se sabe nada acerca de tu paradero.

Abril

– Amenazas con dar muerte al poeta más representativo del Perú y las barrenderas de la calle al amanecer salvan a Martín Adán de ser arrojado de un puente.

Mayo

–  Intentas seducir a unos zambos que te creyeron homosexual. Si no fuera por la mujer que les despachaba cerveza te vaciaban el intestino con filudas chavetas.

Junio

–  Bebes sin dormir hace cinco días. En el bar del chino Chiang Kai shek, al final de la Avenida Manco Cápac, esquina con la Av. México. Contemplas la luz lechosa de la ventana y, con los pies sobre el aserrín, observas conmovido al amigo que se balancea dormido sobre la banca. Los mozos limpian las mesas, ponen patas arriba las sillas. Algunos parroquianos silenciosos sorben café con leche y panes sin queso ni mantequilla. En el salón del fondo subes a una mesa y disertas sobre teorías del karate; sobre la vida, la muerte, la moral, la mujer, el vino. Se arremolinan señoras y amas de casa que van de madrugada hacia el mercado al verte tras el ventanal de barrotes que da a la calle: –Está hablando el profeta. –Escuchemos al sabio. Dicen. La gente curiosa de afuera se inquieta y pregunta: –¿Quién es? La respuesta: –Un hombre que cura enfermedades. Un santo. Un apóstol que anuncia la venida del anticristo. Tú las haces arrodillar, besan tus zapatos, se persignan y salen iluminadas. 

Julio

– Huyes hacia Chorrillos, buscas los farallones empinados. Espumas. Inflas las narices. Pero, en el último segundo desistes. Te descuelgas lentamente por las rocas. Sangran los senos de la luna en las peñas, salen de sus nidos los pájaros aturdidos por la claridad y el silencio, hiriéndose unos trepan hasta las rocas inhiestas, otros quebradas las alas arañan las piedras. ¡Ah, mano demente, ojos dementes y risa de un Dios demente!

Agosto

– Mecanografías, preparas y empastas tres ejemplares de tu libro “Elogio de los navegantes”, obra cumbre de la literatura peruana, que dejas en casa de tres amigos.

Septiembre

–  Duermes a las 10 de la mañana en el pasto del Patio de Letras de San Marcos. Los pliegues del saco cuidadosamente recogidos.

Octubre

–  Por la noche, declaras tu amor a la muerte en un teléfono público, que contesta personalmente y después te deja con el fono descolgado. Se ríe a grandes carcajadas al otro lado de la línea. Después llora desconsolada.

Noviembre

– Llegas al cuarto de Víctor González Pumachayco en la Residencia de Estudiantes de la UNMSM. Quieres beber y le confiesas que hace tres días no recuperas la razón, sientes que tu cabeza se ha vuelto hueca, que te cuesta orientarte, que todo es fofo, que pierdes el equilibrio, que sientes que una oscuridad avanza dentro de ti, de que te has vuelto idiota, que qué puedes hacer. Le pides un sol de pasaje y corres espantado por las calles.

– Al amanecer escondido detrás de una esquina en la cuadra 17 de la Av. Arequipa esperas agazapado al auto que corre a toda velocidad y te arrojas a las ruedas. Das un grito. Se oye un golpe seco. Y un auto que escapa veloz, en estampida.

– Respondo una llamada. Mi hermano Guillermo me avisa al INIDE, acerca de una nota urgente que acaban de dejarme en la casa y que vuelve a leer tembloroso: "Querido Danilo. Sírvase presentarse lo más antes posible a Ramón Herrera 529, Urb. Elio, por la Universidad de San Marcos, por haber fallecido su más íntimo amigo Juan Ojeda. La familia”.

– ¡Cómo pesabas de muerto! Yo, Juan, cómo imaginarme cargándote por estos delgados pasadizos del Cementarlo El Ángel, con los guardianes que días antes nos corrían por deambular por estas callejas, desubicados y confusos. Ahora van detrás de ti encogidos como gallinazos en sus mamelucos negros.

Diciembre

– ¡Qué terrible es la vida!

 

 Juan Ojeda


1975

Enero

–  Aquí me tienes, contando viejas campanadas en el reloj alemán del Parque Universitario. Eterno aguafiestas. Bajo tu cara de palo nadie podía saber que también la vida era para ti una diversión, que había que celebrarla y libar por ella.

Febrero

–  Entreveo que hemos de quedar algún tiempo olvidados. El Obispo y Virrey Carroña gobiernan todavía con astucia y dolo estos reinos encorsetados de la pudenda poesía peruana.

Marzo

– Tedy ha muerto. Se acordaba enternecido de la lluvia en Pucallpa y del cantinero en Aguaitía. Te cuento que aún caminan por los pasillos muchachas en flor, más listas y vivaces que nunca.

Abril

–  Juan: tú viviste en la aventura suprema. Sin ataduras. No te importó nada fijo. Sólo la poesía que es movimiento, corriente y precipicio. La poesía que es mudanza eterna, río que se da en el vaso insondable de una oda, un soneto, una cantiga.

Mayo

–  Qué terribles y atroces tus días. Y, a la vez, qué brillantez y esplendor en tus juicios. Y ni un solo fotógrafo ni gramófono para ellos; nadie que vaya al periódico y escriba una crónica estupefacta y   desconcertada.

Junio

– ¡Y he aquí, todavía, el mundo! Te recuerdo cuando alzando la cara decías: El mundo nada más es esto Danilo. ¡Nada más que esto! Es decir: las arañas ensimismadas en las vigas impávidas, el ventilador monocorde, el foco de luz encendido, una franela amarilla que hace años fue verde.

Julio

– Aquí estamos Juan, matándonos. El reloj ya no suena. Caemos frecuentemente en la nostalgia, en la cólera incierta o en el tedio.

Agosto

–  Cuando Lima es toda bruma te recordamos con Hermógenes Janampa. Cesó el fuego de las guerrillas y la soledad aúlla.

Setiembre

– A mí puedes verme aquí borroneando penas. Y el techo de mi cuarto que gotea sobre mis papeles. ¿Para qué, entonces, la poesía?

Octubre

– Todavía camino deteniéndome al borde de cada cosa. Absorto en los “marcha tijeras” que salen luminosos cuando desenvuelvo viejos papeles, expuestos a que los derrumbe de un manotazo.

Diciembre

– ¡Viejo bucanero! Siempre, por estas mismas calles, yo ando riendo y llorando.

1976

–  Juan, para mi tú no fuiste misterio, sino sólo abismo.

 

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