Mi padre, así, tuvo
una evolución singular en su vida, y con él nosotros sus hijos, cuando desde la
pobreza y la orfandad se hizo profesional con ayuda de mi madre, viviendo en
escuelas sin luz y sin agua, vacías, en la época de vacaciones cuando estudiaba
en los ciclos de capacitación para ser normalista en Trujillo.
Y entonces se hizo
un señor elegante, atildado y hasta señorial. Allí fue cuando nacimos Juvenal y
yo. Y nosotros mismos no podíamos sentarnos en el suelo sea de piedra o de
tierra apisonada, sea de cemento o de azulejos.
Sino siempre sobre
un cojín que teníamos cada uno y que mi madre le sobrepuso todavía más: que era
una funda primorosamente bordada por ella. Y usábamos ternos del mismo color y
hechos de la misma tela que nos hacían a ambos.
Y las fotos de
aquella primera época lo muestran a él como un aristócrata, que es como lo
recuerdo cuando yo era muy niño con esa fragancia de colonia de marca Tabú en
sus ternos y camisas.
Mi padre el tercero de la izquierda, con cigarro
2.
Solaz
y
arrobamiento
Pero después
evolucionó de lo rico y ostentoso a lo sencillo y cotidiano. De lo sofisticado
a lo simple, de lo refinado a lo ordinario y hasta pobre.
Y se hizo llano,
común y corriente, un maestro a quien le importaba sobre todo ya no su
elegancia sino el destino popular, y sobre todo los niños y su salud.
Hecho que se
representa en lo que cargaban los bolsillos de su saco ya para aquel tiempo
colgantes, asombrados; y, es más: estupefactos.
Hay en esos
bolsillos de mi padre bolas para jugar o canicas increíbles en sus diferentes
diseños, impacientes por salir a rodar en el mundo, empujadas por las manos
inocentes de los niños que no saben que no solo las canicas, sino que el
universo y la vida íntegra ruedan, con buena o mala suerte.
¡Aunque siempre sin
saber hacia dónde!
¡Es en todo esto
que radica el secreto de cómo mi padre hace callar a un niño que llora!
Mi padre de terno claro. Al pie Juvenal
3. Lejos ya
de sus suspiros
Ya cuando era
inconsolable la pena les deslizaba entre las manos una canica, talismán o
abalorio que los demás niños, ¡se levantaban a ver qué es y cómo, mientras el
favorecido lo encierra en su puño ya consolado!
Él niño entonces
orgulloso y ya callado, lejos ya de sus suspiros, aunque con sus lágrimas aun
desbordando en sus ojos, las muestra orgulloso y extasiado.
Es colocando una o
varias de esas joyas en sus manos cómo los hace sonreír, para lo cual
selecciona aquellas bolas que tienen motivos divagantes e insólitos, revelando
así que primero él con ellas se extasiaba y llenaba de embeleso.
Asimismo, hay en
esos bolsillos pequeños lápices ya sin borrador y sin punta. Otros con la goma
hundida. Siempre son pequeños, de la mitad para abajo. Y se conmueve cuando
encuentra uno que los demás desechan. Entonces los vuelve a sacar punta con
solaz y arrobamiento.
Con sus alumnos
4. Una seña
de alegría
Lo hace haciendo
volar las astillas exactamente sobre una franela verde que para entonces
desdobla y adónde van a parar irrevocablemente volando por el aire cual
gorriones que sucumben atraídos por algún extraño hechizo o sortilegio, cayendo
incrustados de pico en aquella pradera verde.
Y yo, y otros
niños, subyugados en ver si alguna de esas avecillas escapa de aquel destino,
yendo a caer en cualquier otra parte de la mesa o del suelo. ¡Nunca! ¡Ninguna!
¡Jamás! Todas caen en ese paisaje embrujado, o de vuelta a ese paraíso perdido
de una simple tela verde extendida en la mesa. Él sabe de nuestro arrobamiento,
y él sabe que es por la electricidad al haberla frotado antes, pero nada dice.
También se encuentra en esos bolsillos borradores de distintos tamaños y matices que él junta para entregárselo a los niños en sus tareas, cuando a ellos se les ha perdido en el camino. Él lo sabe cuándo los nota compungidos. Y antes que se echen a gemir y a llorar les pone en su delante, haciéndoles una seña de alegría con los ojos.
Con su violín
5. La flor
de un rosal
Pero lo que más
abulta esos bolsillos y que es la razón por la cual me puse a escribir estas
páginas es que hay todo un botiquín de primeros auxilios y para curar a los
niños.
En esos bolsillos
hay obligado un frasco de agua oxigenada y que es lo primero que él vacía sobre
una herida, y otro de aseptil rojo.
Y envueltas en un
sobre pastillas de sulfa, que raspa y esparce el polvillo en cualquier herida,
a fin de combatir las infecciones de cualquier niño que encuentra, sea en la
calle o ya sea en la escuela.
Porque hay épocas
en que se le da en curar las verrugas de las manos de todo pequeño que halla
sentado al borde de la vereda o esperando lo que sea.
Para eso en esos
bolsillos portaba todo un botiquín, compuesto de rollos de gasa y algodón y
esparadrapos en sus bolsas, como de instrumental básico: pinzas, jabón y una
tijera pequeña.
Danilo Sánchez Gamboa
6. En
el alma
de la
gente
Envueltos en breves
madejas, que hace alrededor de sus dedos, carga hilos que enrolla luego en el
centro como si fuera un fideo de corbata.
¡Y todo lo amarra
con esos hilos! Incluso la flor de un rosal asomada al sendero con el peligro
que sus espinas arañen a una persona, lo sostiene amarrándola con manos seguras
y sin que nadie lo vea, salvo yo que muchas veces he ido a su lado.
¡La clase de
humanidad que alentó mi padre se lo podía descubrir a partir de sus bolsillos!
Allí está el maestro, el músico, el sastre y el ciudadano. Y, sobre todo, el
protector de los juegos y los sueños de los niños.
Y, si se lo mira
bien, pensando en la púa de su mandolina infaltable que porta, es quien
mantiene la emoción, y hasta crea la ilusión en el alma de la gente, a quien
él, como maestro, cree su deber consagrarse y proteger.
7. Lo abraza
y arrulla
Esos son sus
verdaderos tesoros y desvelos, porque nunca acumuló una joya que no fueran eso
para él algo que valieran, ni muebles ni propiedades. Nunca tuvo un cofre donde
guardar un anillo, una medalla, un diamante.
Jamás lo vi
atesorar nada que fuera de este mundo. Y esa es la herencia que nos ha dejado a
muchos que fueron sus alumnos y a sus hijos, aquellos tesoros que cabían en sus
bolsillos. Sobre todo, el botiquín.
Con ellos toda la
tierra era suya, los paisajes, los caminos, porque era vasto e infinito para
amar, acoger y adorar al niño, al ser humilde, a su pueblo y a su tierra que
ahora lo abraza y arrulla en su seno.
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le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
ME ENTERNECE la crónica sobre tu padre,no se de otro que tuviera tantas cualidades y valores.
ResponderEliminarME ENTERNECE la,crónica sobre tu padre,no se de,otro que tuviera tantas cualidades y valores.Abrazos para tí Danilo.
ResponderEliminarGracias, Maestro Danilo, por la transparente semblanza verboicónica de vuestro Padre y Maestro, que evocan en mi los recuerdos de mi infancia y de mi Padre, Eugenio Corrales Panchas, también Maestro normalista (45años) y sastre, nacido en Hoja Redonda (Chincha Baja), quien desarrolló su larga labor magisterial en una hacienda de Independencia (Pisco), luego en Pisco Pueblo y, finamente, en Chincha Alta, en dos escuelas: Diurna (director) y Nocturna (profesor). Vivos en la memoria colectiva de nuestros pueblos, siguen presentes en la Educación nacional, pues tuvieron hijos maestros, Danilo y Eugenio, respectivamente, Docentes Sanmarquinos en la especialidad de lengua y literatura.
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