– ¡Guau! –Es su ladrido
cada vez más débil y lastimero en la noche tupida. Ya hace dos horas que lo
busca desesperado por atajos y boscajes, hoyas y cañadas, y no lo encuentra. Y
corre.
¡Por Dios! ¡Que ya
responda! ¡Que ya aparezca! ¿Dónde está? Quiere que él ya esté aquí. Anhela
verlo a su lado; encontrarlo en este instante. Y nunca más olvidarse que lo
quiere, que lo ama en todos los instantes sucesivos de esta vida.
– ¡Guau, guau, guau!
O quizás Rodrigo ha
caminado hasta el otro extremo del valle, vadeando el río cuya corriente
amengua en el día y se acrecienta en las noches, pero que yo sí sé cómo cruzar
saltando entre las piedras.
Si es así ha subido por el sendero de pencas y magueyes desde donde ambos han contemplado muchas veces las flores escarlatas y visto trazar sus arabescos en vuelo loco a las torcazas de los buenos y malos tiempos.
2. Veloz
como un rayo
Corre hacia allá,
conteniendo en la garganta ya reseca los últimos ladridos que le quedan antes
de caer fulminado, y a fin de que él pudiera oír y responder, ya esté en una
cumbre o ya esté en una hondonada. O hundido en la hojarasca en donde
seguramente Rodrigo yace atrapado.
¡Oh, Dios! ¿Por qué no
responde? Tal vez esté enredado en algunas lianas, sin poder caminar por alguna
luxación o fractura de alguna pierna herida, en la cadera, o en el tobillo,
producto de alguna caída.
Y agotado de tanto haber
corrido, pero hinchando todo lo que puede sus pulmones Valiente ladra con un
apuro supremo:
– ¡Guauuuuúúú! ¡Guauuuuúúú!
¡Guauuuuúúú! –Y su aullido se parece ya a un lamento:
Que Rodrigo escucha estando
ya casi helado e inconsciente. Lo ha escuchado y grita con sus últimas fuerzas:
– ¡Valienteeee!
¡Valienteeee!
El perro lo ha oído. Salta sorprendido,
ladra esta vez en esa dirección.
– ¡Valiente! ¡Estoy aquí! –Susurra
con voz casi inaudible, pero que el perro percibe.
3. Tira
con más
fuerza
Eso basta. Valiente sale
corriendo en estampida, pero esta vez con rumbo a la casa, ya de regreso, veloz
como un rayo.
El padre, con la mamá y el hijo
mayor, Emilio, están sollozando en la puerta, agotados de buscar a Rodrigo y ya
impotentes, junto a otros familiares y vecinos.
Valiente frena su carrera,
pero aun así rueda por el suelo hasta quedar detenido pero hecho un ovillo por
una mata de flores y hojarasca.
Se recupera y tira del
pantalón del papá de Rodrigo queriendo arrastrarlo. Jala con tanta fuerza que
lo hace tambalear.
– ¡Guau, guau, guau!
–Vuelve a ladrar.
– ¡Zafa, perro! –Le grita
el padre, impaciente.
Pero Valiente salta, lo
vuelve a coger y tira con más fuerza.
– ¡Este perro me va a
romper el pantalón! –Se irrita.
A punto está de darle un
fuerte zapatazo, alterado como se siente. Pero su hermano Guillermo le
advierte:
– El perro está tratando de
avisarnos algo.
4. ¡Espera!
¡Tranquilo!
– Papá, de repente Valiente
te está diciendo que ya encontró a Rodrigo. –Añade Emilio.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
–Aúlla el perro, como si entendiera lo que acaba de decirse. Y se echa a correr
por el campo humedecido.
– ¡Tratemos de seguirlo!
El papá, la mamá, el hermano,
el tío y otras personas lo siguen a toda carrera por el bosque, perdiendo a
veces los ladridos de Valiente, que avanza adelante y a toda velocidad.
– ¡Guau, guau, guau! –Se
escucha a lo lejos, como un ladrido ya enronquecido.
Hasta que llegan a la base
de un árbol muy alto. Allí el perro ladra con todas sus fuerzas hacia arriba.
Desde lo alto Rodrigo responde:
– ¡Valiente!
– ¡Rodrigo!, –grita el
papá–. ¡Espera hijo! ¡Espera tranquilo! Ya te escuchamos. ¡Vamos a subir a
bajarte!
Y alumbran con linternas y
reflectores la copa del árbol.
– ¡Espera!
5. Cogido
fuertemente
– ¡Papá!
– Tranquilo. Subiré a
bajarte. ¡Pero tú sujétate bien! –¡Y ni te muevas! –Grita otra vez.
–Hijito, espérate. Agárrate
fuerte. No te vayas a caer. –Ruega la mamá. Y llora de felicidad en silencio.
– ¡Mamá! –Exclama Rodrigo
desde arriba.
– ¡No te muevas! ¡Espera!
El papá se desabrocha los
zapatos, se los saca y las medias también. Y empieza a subir. Y avanza hacia lo
alto firme y seguro. Detrás lo sigue tío Guillermo. Mientras la mamá se abraza
a Emilio, temblando de miedo.
Sube el papá hasta la copa
del árbol y encuentra a Rodrigo helado de frío, cogido fuertemente de una rama,
apagada su voz y acalambradas las piernas. Detrás está el tío Guillermo para
ayudar a sujetarlo.
Lo han cogido fuertemente. El
padre arrimándole su espalda le indica que se coja de sus hombros. Junto con su
hermano lo amarran con sus correas y sus chombas, bien sujeto a la espalda del
papá quien empieza a descender.
6. La cabeza
erguida
Cuando llegan al suelo, la
mamá y demás familiares desatan a Rodrigo, lo abrazan y envuelven en sus
abrigos, porque le castañetean los dientes.
– ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
–Salta de gozo Valiente.
Y emprenden el camino de
regreso a casa. Rodrigo turnándose en las espaldas de su padre, del tío y
algunos vecinos a quienes los padres no dejan de agradecer.
La mamá le envuelve los
pies. Y Emilio saltando de alegría carga sus zapatos humedecidos.
Delante va Valiente, como
un capitán que avisa que el camino está libre y no hay peligro.
Ya en la cocina de la casa,
tomando la sopa caliente y sintiéndose bien, Rodrigo dice, mirando a Valiente,
que está sentado, pero con la cabeza erguida:
– Si no hubiera sido por
Valiente yo me hubiera muerto.
7. Lleno
de caricias
Todos voltean a mirar a
Valiente, al que le brillan de orgullo los ojitos. Y asienten moviendo la
cabeza.
– ¡Sí! –Recalcan todos–.
Valiente se ha portado corno un verdadero valiente.
Entonces Emilio va y trae
una bolsa de galletas, que abre y deposita en el plato del bravo perrito.
La mamá trae un rico
chocolate hecho con maní y frambuesa, que ha guardado para una gran ocasión.
Le quita la envoltura y lo
pone delante suyo, y que él lame contento.
Valiente agradece a todos
con sus ojitos y mueve la cola.
El papá va y trae su pipa,
le enciende un poco de tabaco y lo pone en su plato. Valiente lo mira
sorprendido. Y niega con la cabeza en señal de protesta. Tose, y todos ríen de
la ocurrencia.
De cualquier modo, nuestro
héroe agradece sacando su mejor sonrisa y saltando a los brazos de Rodrigo, que
lo llena de caricias.
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