El mundo andino tiene alma y vida matinal, que se
inicia antes y espera despierta la salida del sol.
Espera feliz, alegre y jubiloso con cánticos y bailes.
Saludando y agradeciendo la presencia de lo sagrado en lo simple y elemental de
nuestras existencias.
Donde el día se inicia como debiéramos hacerlo
siempre, como maravilla y portento de la creación. Y de la vida apegada y llena
de compromiso y afecto.
Y luego de prepararse para la faena diaria alistando
las herramientas, celebrar el nuevo día con la comida más fuerte de toda la
jornada, y que se sirve a esas horas y cuál es el “cushal”.
Y es que el alma andina es reverente, agradecida e
inocente, inmersa en la vida misma. Que sabe adorar y venerar, coherente con la
naturaleza a quien reconoce como madre y maestra.
2.
El día en el mundo andino empieza en el alba y al
rayar la aurora.
Se inicia con el despertar de la naturaleza y de
amanecida.
Comienza con el trino de las aves en los árboles y sus
primeros revoloteos por el cielo azul y sereno.
Empieza con el enderezarse de las espigas y su
balanceo. Con la brisa que sopla en el alero de la casa y en los campos
fragantes.
Con el correr cristalino de las aguas en los arroyos y
en las acequias.
Y el desprenderse del vaho húmedo que se eleva de la
tierra hacia el cielo.
En donde las plantas ofrecen y abren las corolas de
sus flores.
En donde la tarde es muriente. Y la noche representa
casi todo lo que es negación.
3.
En cambio, la índole de la cultura occidental es
nocturna.
De allí que en las ciudades la noche sea el espacio más
henchido, festivo y preponderante, donde las calles, los bazares, los
supermarkets como las cafeterías cobran vida.
Que es cuando las reuniones y fiestas de noche son
profusas y abundantes. Y es por la noche que se programan las principales
actividades.
Para lo cual las personas lucen sus mejores trajes, atuendos
y atavíos; y se predisponen a las celebraciones más resonantes.
De allí que en este contexto la noche sea para ellos y
para ellas más bella que el día.
Y hasta la oscuridad les resulta amable, amiga y
confidente, que es lo que ocurre en las grandes ciudades, siendo durante el día
apenas lugares fabriles, comerciales y burocráticos.
4.
En cambio, en el mundo andino la noche se ha hecho
para descansar. Y es porque aquí se elige la mañana y lo radiante, lo luminoso
y resplandeciente del amanecer como es la salida del sol.
Donde el astro rey bruñe cada partícula de aire, agua
y tierra con su fuego. Y todo brilla: el verde de cada planta, y el rocío de
cada hoja y hasta el adobe y la piedra tienen fulgor. Donde todo es claro y
nítido, transparente y lleno de frescor.
Mundo donde todo celebra y canta, valioso sobre todo
por los valores que acrisola; y que son fundamentales para el futuro de nuestro
pueblo, como por ejemplo la conservación del medio ambiente.
Como el ser de espíritu colectivo genéticamente.
Porque en el mundo andino no se deja que tu chacra la cultives solo, ni que
teches tu casa individualmente, sino que se te ayuda haciendo minga,
sirviéndonos un cashallurto, o la patasca de maíz rubricada con la chicha.
5.
Por eso, cuando me preguntan a qué ideología me suscribo, yo respondo siempre
que a la del mundo andino.
De allí que aquí se forjaron culturas sublimes imbuidas de sueños y no
de pesadillas; de sabiduría como de grandes anhelos y utopías.
Y que es lo que nosotros como país hemos aportado de valioso a la
cultura universal. Así la papa, el maíz y la quinua que son aportes de nuestra
tierra y de nuestra naturaleza.
Como el ser un pueblo prístino, con la solidaridad, la ternura y el
candor por delante, cultura conscientemente viva de la reciprocidad.
Mundo andino imbuido de universalidad, y que tenemos que reivindicar
volviendo a nuestros lugares de origen y construyendo desde adentro e
irradiando lo valioso que tenemos hacia el mundo global.
En donde es tan natural el dar, el ofrecerse y ofrendar el amor prístino
que surge hasta entre las piedras y los abrojos.
Todas las fotos de
Jaime Sánchez Lihón
reproducidos, publicados y difundidos
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