Lo primero que hemos de decir y reconocer
como una constante en César Vallejo es su adhesión, su emoción profunda e
identificación, afectiva y plena, a favor de todo lo que es el ámbito de la
educación.
Tanto esto es así que la frase que
él escribe en el poema final de «España, aparta de mí este cáliz», cual es:
«¡Niños del mundo!», y que es ese poema como un testamento, la frase podría
erigirse, en verdad, como una proclama, un lema y una consigna. Y hasta como
una apelación final a los niños.
Como el último recurso para salvar
al mundo, como lo único que nos queda al final de todo, siendo el niño quien encarna
la esperanza; poema, además, donde todo el contexto es la escuela, y las
alusiones las de un profesor que les habla a los niños mencionándoles el
tintero, las sílabas y letras, y hasta los lápices sin puntas.
Y es que César Vallejo tuvo muy en
alto el valor a la educación, como una actividad humana fundamental para
alcanzar el bienestar de la humanidad. E inspiración para consagrarnos a la
causa más insigne del hombre, cual es ser fraternos, motivo de su posterior
sacrificio e inmolación.
Iglesia en Santiago de Chuco
2. Fuera
de lo común
César Vallejo fue excelente alumno
desde cuando cursaba la Educación Primaria en su aldea nativa, donde recordemos
que fue su maestro don Abraham Arias Peláez quien, al estar por concluir el año
lectivo, y al ver en la Plaza de Santiago de Chuco a su hermano mayor Víctor
Clemente, y que era un hombre ya adulto y con hijos, se acerca a él, comedido.
Y fue para expresarle que su último
hermano, el «shulca», era un niño excepcional. Y no solo por la brillantez de
su mente, ni solo por su percepción cabal acerca del mundo y su comprensión
exacta de los fenómenos naturales como también de los acontecimientos sociales
e históricos, sino en general, excelente en todos los diversos asuntos de la
existencia; sobre todo, en lo que es el sentido moral.
Por lo que le recomendaba
encarecidamente que la familia haga todo el esfuerzo posible para enviarlo a
estudiar la Educación Secundaria en Huamachuco, ya que ese era el lugar más
próximo y parecido a nuestro pueblo. Y todo esto porque advertía en aquel niño
dotes extraordinarias y manifestaciones de un talento fuera de lo común.
Patio y alumnos de la escuela de Vallejo
3. Fervoroso
y agradecido
Hizo alusión el maestro de aula y
director del plantel, don Abraham Arias Peláez, a su razonamiento agudo y
profundo, a su memoria prodigiosa, a sus habilidades para las ciencias como
para las letras; a las asociaciones inauditas que establecía y de las
explicaciones que daba acerca de esto y aquello, causando asombro entre sus
compañeros. Además de la inmensa atención y el respeto que tenía por las clases
que se impartían
Un detalle que corrobora la enorme
filiación emocional de César Vallejo con la escuela es la manera tan
encomiástica cómo recordó siempre a sus maestros. Teniendo en el alma, como una
huella indeleble, los dichos y las acciones de quienes fueron ellos, evocándolos
hasta el final de sus días con elogios y entusiasmo.
Inclinación que se constata a su vez
cuando dedica su tesis de bachiller, titulada: «El romanticismo en la poesía
castellana» a uno de sus profesores, al Dr. Eleazar Boloña, dedicatoria que
estampa junto a la que ofrenda a su hermano Víctor Clemente quien había
solventado gran parte de sus estudios secundarios en Huamachuco, y
universitarios en la capital del departamento que lo era Trujillo.
Campana de la escuela de Vallejo
4. ¿En dónde
se ha visto?
Ya como alumno en el nivel de la
Educación Secundaria en la ciudad de Huamachuco, César Vallejo fue
sencillamente portentoso e increíble; un hecho desde todo punto de vista
insólito.
Solo para poner un ejemplo: El
primer año de estudios de 11 cursos que consigna el programa alcanza en 9 de
ellos la nota final de 20 como promedio. ¿En dónde y cuándo se ha visto eso?
Pero lo convincente es la
regularidad, lo parejo, y lo uniforme; cual es que no hay un curso flojo o
fallido, ninguna materia con nota pobre, escasa o ausente.
Lo reflejan sus certificados en
donde constan sus notas, documento que emitido en copias facsimilares u
ológrafas por el Colegio San Nicolás de Huamachuco circulan como volantes.
Esto ocurre en el primer año,
cursado en 1905. En el segundo año, cursado en el año 1906, lleva 10 cursos, de
los cuales en 7 obtiene nuevamente la nota final de 20.
Escuela de Vallejo en Santiago de Chuco
5. Nato
y ejemplar
Ahora bien, la nota máxima de 20
casi siempre es de naturaleza utópica, idealista y quimérica; y, por lo tanto,
inalcanzable. Hay que ser un alumno para quien ya no alcanzan los elogios, para
conseguir que, de 21 cursos, sumando los dos años, en 16 de ellos obtenga la
nota de 20.
Hay que señalar que por ser intensos
los estudios en horario de mañana y tarde en aquel tiempo solo se estudiaba la
Educación Secundaria en cuatro años.
De manera que, en los dos años
siguientes, que abarca el período de 1907 a 1908, César Vallejo por
limitaciones de carácter económico ya no puede asistir como alumno regular, pasando
al estatus de alumno libre, es decir sin asistir a clases. Etapa en que sus
notas se mantienen en el nivel de excelencia.
Esto que acabamos de decir pese a no
contar con el auxilio de profesores, ni siquiera cercanía con alumnos regulares
que le hubieran informado acerca de los temas que se estaban desarrollando en
las diferentes materias, lo que prueba que también era un autodidacta nato y
ejemplar.
6. Día
radiante
Pues bien, en ese período,
correspondiente a los dos años finales, sus notas promediadas arrojan la
calificación de 18, asistiendo solo a dar exámenes en Huamachuco, residiendo
para ello en su tierra natal, trabajando en todo lo que se ofreciese y se le encarga,
ayudando en las labores que se requerían en la casa.
Como también apoyando a su padre en
los menesteres propios de su oficio, principalmente redactando escritos que su
progenitor tenía que presentar en su desempeño de persona ligada a la abogacía,
al derecho y a las leyes.
Siendo así, llenémonos de confianza
en nuestras aulas reconociendo a César Vallejo como un hecho glorioso. Y un
triunfo de la escuela peruana, porque en él y con él no nos equivocamos,
acertando en todo.
En quien su vida y devenir es un
hecho feliz y valeroso de una relación feliz de la escuela con el arte, de la
poesía con el aula de clases, del magisterio y el mundo de la cultura. Y diana
triunfal. Como lo es de la aldea y ante el globo terráqueo en el amanecer de un
día radiante.
Plaza de Armas de Trujillo
7. Orgullo
claro
Ingresado que hubo a la Universidad
de La Libertad, como se denominaba en aquel entonces a la actual Universidad
Nacional de Trujillo, su desempeño como estudiante alcanza ribetes de leyenda:
arrasando con todos los premios.
Era aplaudido en clase y en diversas
oportunidades salió cargado en hombros de sus compañeros, logrando lo que pocas
veces se consigue: ser el mejor, pero a la vez el condiscípulo más querido, el
más popular y entrañable.
Obtiene en sus calificaciones lo
mismo que en su poesía: ser de excelencia, y con aquello con que se identifica
el pueblo.
Y un detalle que nos lo presenta de
cuerpo entero es que aún no culminaban sus estudios y ya concluye de redactar
su tesis, la misma que sustenta y aprueba con la máxima calificación,
obteniendo su grado académico de Bachiller en Letras.
Siendo así preciémonos de contar en
el sistema educativo nacional con un paradigma y un ejemplo, y el de un modelo
irrefutable a seguir. Es decir: imbuyámonos de un orgullo claro, cierto e
irrebatible.
Jaime Sánchez Lihón
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