Hay varias presencias conmovedoras que
se erigen para mí como símbolo de lo que es mi aldea natal, o mi pueblo nativo,
queo es Santiago de Chuco; como son: el horno, el pan, el candil colgado en la
pared, los ajíes.
También el batán donde se muele de
todo, la batea donde se amasa la harina. La plancha de carbón, con la cual
calentaba los pañales de los hijos tiernos y la ropita de mis hermanos y
hermanas recién nacidas en los meses invernales.
No deja de ser un símbolo de la
identidad de mi comarca el soplador de la cocina que es un tubo de fierro o de
carrizo, con una embocadura y un agujero pequeño al otro extremo; y con el cual
revivimos el fuego y alentamos a que las llamas del fogón crezcan y se
expandan.
Pero elijo otro, más de afuera de la
casa, como es: el florecer de los muros; o los jardines en lo alto de las
tapias, que son paredes que cercan los patios, las huertas y los corrales, colindantes a la casa, que también dan a la calle por
donde deambula la gente con sus ilusiones y sus penas, con sus alegrías y
quebrantos.
Flores que crecen porque sí
2.
Por
el
azar
No creo que los Jardines Colgantes
de Babilonia, considerados como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo,
sembrados de palmeras, dátiles y cocos, me hubieran impresionado tanto.
O más de lo que significan para mí
estos vergeles que se alzan en la cumbrera de las pircas o tapiales de mi
pueblo de origen. Ni creo que los superen en belleza suprema.
Muros o cercas que culminan a veces en
tejas bien sujetas por la tierra que allí se echa, y las raíces que allí se
entretejen, y que el tiempo ha removido a uno y otro lado de la pared.
O bien que rematan en rastrojos, que
son los tallos ya secos de lo que ha sido el trigo o la cebada de las parvas
que hasta allí ha subido y que nosotros más bien cosechamos en nuestros campos
fragantes.
O bien puede ser el ichu o paja de
las alturas que allí solemos tender para que por allí se deslice el agua de la
lluvia inclemente y no dañe la pared.
Se prenden a los muros
3. Nubes
blancas
Encima del rastrojo o paja y a fin
de que esta asiente y no se deslice ni se mueva solemos echar tierra que se
junta de cualquier rincón del corral o del patio, en donde sin que lo sepamos
va la vida, pienso yo, para que crezcan esos jardines profusos de flores.
Son los granos de frutos soltados, o
las semillas de algún cereal, o por último tallos o raíces caídos y que, por el azar, la suerte o el destino suben a estar
empinados en donde la lluvia, el sol y el aire los hacen germinar nuevamente
cuando echamos palanadas de tierra a los muros para que sujeten las tejas o la
paja brava que allí ponemos.
En donde sin que los sepamos va la
vida que con las lluvias después brota y florece allí en lo alto, haciendo un
jardín prodigioso, encantado e inútil, como son las presencias más conmovedoras
de esta existencia. Que se recorta en el cielo azulino del amanecer, del
mediodía o del crepúsculo.
Casi siempre arremolinado de nubes
blancas que bogan hacia los confines como rebaños extraviados, buscando a su
pastor o a su pastora que se ha embelesado mirando algún muro como este que
ahora contemplo.
La paja brava de las alturas con que techamos
4. Donde
el trébol
Son jardines mágicos donde la pared
estalla en capullos, que como repito y no me cansaré de decirlo, se recortan
sobre el azul del cielo, o bien contra las nubes blancas sus copones de oro.
¿Qué crecen allí? A veces incluso
algún maíz insólito que nos hace reír de gracia como si se hubiese perdido, y
que quizá haya brotado de algún grano que se le dio de comer a las aves de
corral y que no vieron.
Y que por no ser recogido tiene ahora
la gloria de ir a crecer en lo más empinado y a mostrar la
maravilla de su choclo que es el maíz tierno, y su caña y sus hojas
extasiadas.
Pero lo que más crece allí son
tréboles, las malvas y las mostazas ensimismadas. Y los gláciles tallos de
cebada, de lino y de avena.
Donde el trébol se extiende al pie de estas divinidades, haciendo como una alfombra sumisa y lleva de veneración, de un verde parejo y oscuro que parece terciopelo.
Cómo se hacen los muros
5.
Joya
más
hermosa
Luego se erigen las malvas, de un
verde tenue. Y más arriba las mostazas de estallantes flores amarillas.
Y radiantes, por uno y otro sitio,
geranios rojos, clavelinas anaranjadas y alguna siempreviva de color fucsia o
grosella, que son las flores que a mí más me consuelan.
Todas de ramas ondulantes que se
balancean con el viento, contentas y fascinadas de estar allí y admirar algún
balcón o prendarse de algún tejado.
Cuando se secan son aún más bellas
porque el verde intenso se torna en un amarillo gualda y se vuelven lánguidas
sus hojas y capullos. Entonces, ¡qué finas me parecen! ¡Qué delicadas en morir,
contemplando por la calle el paso de la gente!
¿Puede haber joya
más hermosa que una simple vaina recogida ya seca? En donde se envuelve un
fruto primoroso que, por más ínfimo que sea, no deja de ser prodigioso.
Muchacha de mi comarca
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