Los adobes arrimados
a una pared, y hasta enlucidos, es a lo que llamamos poyos. Y que casi siempre
se alzan o se tienden a la salida o a la entrada de las puertas como si fueran sus
guardianes o complementos.
Quizá para esperar
a alguien que tarda y que no llega. O simplemente para detenerse en el trajín
de los días y únicamente pensar. Para acordarse de algo, rememorar. Porque
descansar en ellos es sentarse sobre la tierra nutricia, amasada con el aliento
y los sueños del ser persona humana.
Donde se sientan
arrobados esos viejos aún enamorados ilusos de nuestros pueblos pequeños,
íntimos y entrañables. Y es que los poyos se hacen de adobes que siempre
contienen cariño. Es adobe que sabe a ilusiones, pero también a que hay desengaños.
Adobe que sabe a secretos inconfesados, ¡y también a lágrimas!
En los poyos
también vienen a sentarse a medianoche las almas de los muertos que extrañan
tanto la vida en nuestras casas, que, aunque pobre se la evoca tanto que jamás
la olvidamos y queremos volver a vivir en ellas.
2. El
poyo
César Vallejo los nombró
en sus poemas en varias oportunidades. Así:
– “Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa.
Donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: "Pero, hijos...”
– “El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;”
– “…el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia... ¿Y este duelo
que enmarca la portada?”
Y, con menos
tristeza, y más jocundia, lo cita aludiendo a la fiesta del Patrón Santiago,
del siguiente modo:
– “Un poyo con tres patas, es retablo
en que acaban de alzar labios en coro
la eucaristía de una chicha de oro.”
Casa de César Vallejo en Santiago de Chuco
3.
Tener
hermanos
Todo eso es el
adobe, que yo quiero reivindicar para nuestras vidas haciendo que no se lo
remplace ni desconozca ni destierre, como hemos desterrado tanta presencia
hermosa y buena.
Como son los
abuelos a quienes confinamos en los cuartos traseros o en las azoteas de las
casas. Y a quienes ya no llamamos para que presidan nuestras mesas desde las
cabeceras con sus manos titubeantes sobre el mantel bordado.
E incluso estamos prescindiendo
ya de tener hermanos, y desterrándolos de la vida cada vez que son más las
parejas que se casan y que se niegan a tener más de un hijo, si es que lo
tienen, y que no saben a quién decir hermano, o hermana.
Y, entonces,
tampoco hay tíos, porque como desde hace algún tiempo los seres humanos no
tienen hermanos, tampoco tienen tíos.
Capulí en la casa de César Vallejo
4. Alma
noble
Reivindiquemos el adobe y los poyos donde se descansa y desde donde se contempla la vida, porque son como el alma de nuestras casas.
Porque es desde el poyo de la casa desde donde
se miran los caminos de quienes vemos partir y se van, como de quienes regresan
y vuelven para quedarse y ya jamás partir.
Porque es en el poyo donde mejor se lee viendo
morir la tarde, caer la lluvia, encenderse el fuego en la cocina, y donde se
oyen mejor las voces de los niños que juegan. Desde donde se reconoce mejor lo
que es pena y lo que es la alegría en uno mismo y en los demás.
Porque el poyo está hecho de adobe donde se
juntan los cuatro elementos del universo. Alma noble, hecha de tierra, de agua, y de viento que está
en el ichu que amalgama los grumos de barro de que están hechos. Y conformados
también del fuego de nuestros corazones e ilusiones.
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