Llueve en Lima. Se lo
escucha en el rumor de las hojas y en el terciopelo que se extiende por el
suelo. Se lo nota en el parpadeo de los faroles y en el tenue brillo o penumbra
de los letreros de las tiendas.
La gente en el paradero
ausculta con los ojos entrecerrados el reflejo del ómnibus que viene. De donde
bajan y suben arrebujadas las personas. Y parte el vehículo con sus luces
intermitentes a no sabemos dónde con un chasquido en la pista. Garúa que nos
envuelve en una sensación de cercanía y lejanía.
Llueve en Lima. Y todo se
sume en la irrealidad y en el misterio, puesto que entre estas sombras está el
océano inconmensurable cuya otra orilla es tan distante que es un piélago de
islas esparcidas sobre el agua que forman otro continente, como es la Oceanía.
2.
No hay persona a quien no guste y encante la garúa de
Lima, cuando caminamos apurados y encogidos por las calles convertidas en
cristales transparentes o en espejos oscurecidos, porque en cada gota prendida
a un farol, friso o cornisa, o simplemente asida a una pared, o posada en las
hojas de los árboles, o caídas sobre la hierba, o rústicamente extendidas en el
suelo, se refleja en cada una iridiscente el cielo anubarrado, los faros de los
autos y las luces del horizonte desgarrado.
Llueve. Cuando caminamos de regreso a casa, entrando
antes a una panadería, en donde en contraste con la calle, delante y detrás de
las vitrinas todo es cálido, sonoro y sonriente. Donde compramos pan recién
salido del horno que, puestas las manos sobre la bolsa, y hasta abrazándola a
nuestro pecho, junto a alguna barra de mantequilla, o porción de jamón del
país, y aceitunas de botija, nos abriga más que el cuerpo el alma. Y con lo
cual llegamos hasta la casa, y desde la puerta de entrada saludamos, diciendo:
3.
–¿Tomamos lonche? ¡He traído pan caliente!
– ¡Sí! Porque, ¡qué frío hace!
– Es que afuera está lloviendo!
– ¿Está lloviendo? ¿A ver? ¡Sí, y fuerte! Y miren la
escalera, está chorreando agua.
Mientras observamos a través de la mampara deslizarse
en el jardín la llovizna. La garúa de Lima como aquí la llamamos, que es mundo
íntimo y mágico. Es sentirnos tiernos, amorosos y nostálgicos. Es lo que hace
del poblador de Lima un ser familiar, casero, un buen hombre y una buena mujer.
Llenos de sentimientos de adhesión a lo noble, a las
buenas causas, y de protección al hogar, a la casa y al lar que nos guarece y
cobija. Y hace que nos sintamos protegidos, mientras afuera sigue
espolvoreándose las gotitas persistentes de la garúa limeña.
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