En la
historia bíblica se relata que en los tiempos antiguos en que vivía y guiaba a
su pueblo el profeta Abraham, el peor castigo que se podía infligir a un ser
humano por una falta grave era expulsarlo de su tierra natal.
Esta
punición superaba en sufrimiento inclusive a la misma muerte, y solo se
aplicaba a alguien que hubiera perpetrado un crimen o un agravio más grande e
inconcebible que aquello que justificase su ejecución con pena mortal.
Entonces,
y ante esto, la pregunta es: ¿qué delito atroz o crimen horrendo habremos
cometido ahora todos nosotros para que el signo de los tiempos modernos, y que
marca a cada ser humano en particular, sea haber abandonado nuestros pueblos de
origen y autoexiliarnos?
Antes tenía
que ser un delito abominable aquel que justificase antes una expulsión.
Entonces el castigo era dejarlo vivo, pero lejos del lugar donde había nacido y
crecido, y al cual estaba profundamente arraigado, para pasar de un momento a
otro a ser un desterrado de su tierra natal, y sin posibilidad de retorno
porque nadie podía acogerlo.
2.
Desafíos
por
afrontar
Todo
esto, ¿qué nos revela? Que indudablemente es una auto condena haber abandonado
voluntariamente nuestra querencia y la patria nativa que nos vio crecer, que
nos ha sustentado con su leche, su pan y su miel, y que todavía desde lejos,
aunque no lo reconozcamos, nos ampara y nos defiende,
El haber abandonado
casi alegremente todo lo que nos sustenta anímicamente con sus nociones del
mundo, con su espíritu, su cultura, sus contenidos afectivos y hasta con la
energía que se trasvasa por la atmósfera, es un debe, y una deuda pendiente
Aunque el
agravio de nuestra parte es aún mayor: ¡cometer la ofensa de ¡olvidarnos de
nuestra tierra de origen! ¡Que lo hacemos así, además, por creer que de ese
modo prosperamos más pronto y mejor! Ya que volver los ojos atrás es atraso
Como si
fuera un estigma o un lastre haber nacido en un pueblo humilde y pequeño, con
muchos problemas y desafíos por afrontar y muchos asuntos por resolver. ¡Y claro
que eso no es cierto! ¡Peor significado tiene aún avergonzarnos de pertenecer a
una cultura genuina y primigenia como es la nuestra!
3. El
tesoro enterrado
que somos
Por eso,
es imperativo saldar cuentas. Y que los seres humanos volvamos a establecer un
vínculo armonioso y feliz con el espacio y tiempo básicos que dejáramos. Y que
es lo primero que experimentamos en nuestra existencia tan pronto nacimos.
Instancias ni desaparecidas ni deshechas, sino que permanecen apenas escondidas
en el fondo de nuestro ser. Porque nacemos en un lugar para que allí echemos
raíces, para que allí adquiramos vigor, fortaleza. Y echáramos rama y
floreciéramos, y produjéramos fruto.
Fruto con
el cual cargaríamos nuestras ramas al impulso de nuestra savia interior más
prístina, y que el viento, el agua y el sol exterior ayudaron a hacer
consistente y primoroso, prendido a las ramas más altas y bajas del árbol,
inclinando con su peso nuestras ramas hacia el muro y ofreciéndoselos
generosamente a la calle como son los huertos en mi tierra natal.
Y tal y como
son nuestros ancestros los árboles, que en las huertas y sobre los muros
alcanzan hacia el exterior su fruto apetitoso, ya sean naranjas, papayas o
granadillas; ya sean membrillos, duraznos y manzanas; no solo aromemos nuestro ambiente,
sino que cumplamos con la misión de nuestras vidas siendo generosos.
4. Amor
tatuado
Agregando
a todo ello lo vivido. Haciendo una simbiosis de universalidad con lo recogido
en los caminos y en el transcurrir de nuestros días.
En tal
sentido, es importante que se asuma de manera más íntegra lo que somos
básicamente como herencia.
Es
fundamental que nos relacionemos más y mejor, de manera franca y sincera con
nuestro origen y lugar de partida. Que todo eso es fundamental para sentirnos
íntegros
Y
extraigamos aquellos tesoros enterrados que nos mantienen a unos desvelados,
como a otros sumidos en paraísos artificiales y a muchos pasmados en el injusto
desencanto. Y hagamos de todo ello danza, canto a la vida, e himno de esperanza
en el mañana.
Porque es
amor tatuado en las raíces, en las venas, en el sentido, en los nervios y en
los huesos. Porque hay un amor únicamente emotivo, declarativo y nostálgico que
se pierde y desvanece. Y que al final se torna en algo negativo porque se
inclina a identificar lo presente como deterioro y decadencia frente al pasado.
5. Porque
obras
son
amores
Amar
nuestro pueblo natal tiene que ser además de amor entrañable a la vez amor
edificante, constructivo y laborioso.
Afanándonos
cada día de la vida en cómo mejorar aguzando la mirada en sus aspectos más
críticos y dolorosos para corregirlos.
Porque la
espiga rica en fruto se inclina a la tierra. Y, a la inversa, la que no tiene
grano se empina tiesa hacia lo vano y hacia la nada.
El amor a
la tierra natal ha de transparentarse en obras, ya que obras son amores.
Ahora
bien: ¿Y cómo tender las coordenadas y alzar los puentes que cohesionen a las
generaciones? ¡Ese es el desafío! Volver a ser no solo comprensivos sino vastos.
Ser no solo exaltados sino pacientes por lo que verdaderamente constituye
nuestra esencia.
Y ser,
por eso, generosos y dedicados a velar por el desarrollo de nuestros pueblos
desde donde partimos.
6.
Estrechándonos
fuertemente
Estrechándonos
fuertemente en un abrazo con lo mejor de nosotros mismos. Emocionándonos
siempre por el hecho de haber nacido en el lugar en que hemos venido a este
mundo y a esta vida. Y, sobre todo, y a partir de esa constatación, tomar en
cuenta las inmensas y múltiples potencialidades que habitan en el fondo de cada
una de las personas que conforman nuestra comunidad. Y a la cadena de cerros
protectores que vigilan compasivos nuestros primeros pasos. Y a los elementos
terráqueos que les dieron acústica a nuestras primeras sílabas. Y de cómo ser
fieles a las voces de nuestra infancia y al niño que llevamos dentro.
Y
referente a lo cual diré finalmente que algunos títulos de mis libros recogen
nombres de lugares de mi pueblo de infancia, cual es Santiago de Chuco, provincia
del departamento de La Libertad, en el norte del Perú. Región que hasta en los
nombres de sus lugares ubicados en sus diferentes barrios delata su carácter
mágico, hechizado y poético, y dado a los sueños. Así: «La piedra bruja» que es
un promontorio a la salida o entrada de Santiago de Chuco, donde hay la leyenda
que allí se bañan las brujas y adquieren sus poderes sobrenaturales.
7. Amor
para
nutrirnos
«La parva
de la Virgen», es un punto que es eje y epicentro telúrico y que está ubicado
en la parte más alta del pueblo. «El agua del oro», también en la cabecera de
la población, camino a Urupamba. Hay también el «Bosque de los amantes», «Las
guitarras», «La cruz del llanto». Y ni se digan nombres religiosos como son sus
cuatro barrios: San Cristóbal, Santa Mónica, San José y Santa Rosa.
Otro
lugar se llama «Pozo sagrado», que es un manantial, o una red de varios
manantiales, que proveen de agua dulce a todo un conjunto de casas y por donde
se extiende la parte más idílica del pueblo, donde crecen maizales y se erigen
inmensos los eucaliptos, poblados de todos los trinos como del vuelo de alondras,
torcazas y mariposas.
Con ese
nombre titulé uno de mis últimos libros: “Pozo sagrado”, que curiosamente no trata
de algo circunscrito a mi terruño, cuyo tema central es la identidad, que es un
tema universal. Trata del adiós y el regreso, de la auto expulsión de nuestros
pueblos de origen, del desarraigo y ojalá que algún día de la vuelta al lar
nativo.
reproducidos, publicados y
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citando autor y fuente
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