miércoles, 2 de diciembre de 2020

2 de diciembre. Silencio en los Andes. / Fuego y estrella matutina.


2 DE DICIEMBRE 
SILENCIO EN LOS ANDES 

FUEGO 
Y ESTRELLA 
MATUTINA 

Danilo Sánchez Lihón 



José María Arguedas


1. Utopía 
andina

“Vallejo es el principio y el fin”, es la frase con que José María Arguedas concluye uno de sus testamentos literarios antes de morir el 2 de diciembre del año 1969.

Lo escribe en aquellos momentos en que sabiendo que ha de ocurrir lo ineluctable, hace un balance y síntesis suprema de todo. Y con el valor más absoluto, porque en tales circunstancias ya no nos está permitido equivocarnos. ¡Menos aún mentirnos a nosotros mismos!

Esta alusión dicha por Arguedas en la víspera de morir y en su carta de despedida, diciendo de aquel en su testamento que era el principio y el fin, traza un arco de alianza, como antes y después lo hace con José Carlos Mariátegui, porque en otro momento afirma:

Fue leyendo a Mariátegui… que encontré un orden permanente en las cosas.

 


César Vallejo

2. Dulce

y cruel

 

Por ser así, su proeza y su legado es que no claudicó, y su vida es ejemplo de honestidad, consecuencia y esperanza.

Él asume y encarna la utopía andina, que es actuante y es moral incluso frente a un fenómeno como es el de la globalización.

Y con ello y aquí tenemos ya inhiestas a las tres montañas tutelares de nuestra identidad: César Vallejo, José Carlos Mariátegui y el mismo José María Arguedas, claves fundamentales para fundar el orden nuevo que es un imperativo ético asumirlo como una espada en el aire.

Y es que ellos tres son seres con raíces milenarias, con ancestro cósmico, con trasfondo mítico.

Además, cuyas vidas por alguna razón simbolizan el Perú que Basadre definió como país dulce y cruel.

 

El amauta José Carlos Mariátegui


3. Apus

tutelares

 

Ellos son las entelequias que por la parábola de sus vidas extraordinarias y significativas han fijado su residencia permanente en la tierra como destino y promisión.

Que están incrustados a la gleba fértil que somos también como peñascos, adheridos con el grumo de nieve eterna y al cielo azulino de nuestra cordillera y de nuestra inquietante identidad.

Y son así para mejor retar a los abrojos, desde donde muchas veces emprendemos una jornada. Y observándolos nos permiten mirar el infinito y lo entrañable de la condición del hombre sobre la faz de la tierra.

Son Vallejo, Mariátegui y Arguedas nuestros apus tutelares, ejes fundamentales de nuestra identidad; próceres y mártires de lo que había que refundar aquí, estos tres hombres de una ética sin dobleces, que jamás claudicaron ni al mercado, ni a la propaganda, ni a la impostura.

 


Árbol de pisonay

4. Flor

de pisonay

 

José María Arguedas, alma y dolor del Perú profundo, símbolo de lo más prístino y transido de nuestro pueblo.

Quien encarna lo mejor y más doloroso que somos y tenemos, ha de ser motivo siempre para dedicar reflexiones a cada línea que él dejó escritas.

Pero también es fundamental para reflexionar con grandeza acerca de cada pasaje de nuestras vidas.

Porque es él apu tutelar nuestro, flor translúcida de pisonay.

Y río profundo más que todos los ríos abismales del planeta. Y humana fortaleza solo comparable a Sacsayhuamán.

 

Río caudaloso y profundo


5. Arrobado

y convulso

 

Quien nació en el fulgor de dos relámpagos que luchan afirmándose y negándose la vida el uno al otro.

Y que se encontraron solo una vez para herirse de muerte y dar nacimiento a una nueva vida, en un lugar y circunstancias que han quedado envueltos en el más tupido e intrincado de los misterios.

Y quien murió a los 58 años de edad con el alma agobiada, incapaz de alentar a su cuerpo a que dé un paso más.

Donde los dos balazos que él mismo se descerrajó en la sien interrumpieron una vida que latía en un cuerpo robusto, que no padecía de ninguna enfermedad salvo la oscurecida.

En donde la esperanza lo rescata a él como el más prístino emblema de luz, síntesis de un Perú que es fuego y estrella matutina.

 

José María Arguedas


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