Que nuestra especie haya
realizado el prodigio de dar concreción a un ser como Jesús de Nazaret, es un
suceso asombroso.
Que haya existido sobre el
planeta un hombre de su intensidad, hondura y pasión, es de por sí un milagro.
Que Jesús haya deambulado por
esta tierra, y que el ambiente de este mundo lo haya rozado, simplemente es
sobrenatural.
Si Cristo no encarnara un
hecho que se explica desde el plano de lo divino, sagrado y providencial, ya es
por sí mismo un acontecimiento portentoso.
Visto descarnadamente desde
lo humano es, inclusive, mucho más admirable su proeza y un misterio supremo.
2. Hondura
y pasión
Que desde la condición humana
se pudiera elevar tanto el espíritu del hombre al punto de remontarse más allá
de las estrellas con Jesús, causa estupor y maravilla.
Que desde nuestra condición
efímera y terrena pudiéramos aspirar a lo eterno al infinito, y horadar la
inmensidad, causa admiración y embeleso.
Que desde nuestro ser mundano
se abra tan dulcemente el ámbito de lo sagrado y divino, causa estremecimiento
y fascinación.
Que un ser tan sublime haya
estado entre nosotros produce pasmo y turbación.
Que se haya internado por las
regiones de nuestra alma con tal hondura y pasión, enternece.
3. Para darnos
prueba
Que alguien como él haya sido
capaz de darnos una versión de un mundo postrero, y que este es el Reino de
Dios, es sencillamente sorprendente.
Que lo haya hecho con tanta
insistencia, compromiso y luminosidad, es estremecedor. Que, para darnos prueba
de ello, sin arrepentirse de lo dicho, haya muerto clavado en una cruz, es algo
que anonada
Que se haya quedado para
siempre en los rincones más luminosos, pero también en los más oscuros del alma
de la gente, es digno de asombro.
Para arañar cierta
certidumbre en este misterio cabe entonces reflexionar así, y resumiendo:
4. Dio
su vida
Premisa uno: En todo sentido,
sea en principios de vida como en cada detalle de su actuación, sea en
filosofía o en hechos concretos y pequeños, sea en cada palabra salida de su
boca, la vida de Jesús es límpida, incuestionable e irrebatible.
Premisa dos: Jesús no se
equivocó en nada. En aquello incluso en que parecía haber cometido un yerro,
bien analizado, concluimos que más bien tenía razón. Como en su Parábola del
Hijo Pródigo, cuando dijimos: se equivocó, debió decir del padre pródigo. Ahora
reconocemos que tanto o más pródigo que perdonar es arrepentirse, reconocer
nuestros errores y enmendarnos.
Premisa tres: Hay algo
extraordinario, dentro de este esquema tan práctico y tangible, cuál es que
luego de un dominio cabal de los asuntos de la realidad, lo sorprendente es que
Jesús nos hable que hay otro mundo después de este, y que aquel es el reino
celestial.
5. Esta vida
no termina
aquí
Premisa cuatro: A este plano
no podemos acceder a fin de constatarlo porque se nos interpone un muro
infranqueable: una pared inviolable que es la muerte. Pero él sí nos ha hablado
de lo que hay detrás de esta valla, frontera o salvaguarda.
Premisa cinco: dio su vida
por estas revelaciones para ofrecernos un camino de salvación, la misma que
humildemente él entregó para dar fe de estos hechos a los cuales por nuestras
propias limitaciones no podemos corroborar desde aquí y con ningún instrumento,
salvo el de la fe.
Por todas estas razones y
siendo así sería insensato y desalmado no apostar junto a él que esta vida no
termina aquí.
Por eso: es inmensa y
grandiosa la proeza de la especie humana de tener un Jesús de Nazaret. Y de
quienes van valientes y convencidos tras él.
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