Sentado en la mecedora de mimbre en el porche de su
casa en el país extranjero, el inmigrante ausculta los años vividos, reflexiona
y rememora algunas imágenes.
Y, de repente, solloza en la sombra. ¿Qué lo aflige?
¿Quizá lo que hizo? ¿Tal vez lo que no hizo?
Y rompe a hablar consigo mismo, como si se confesara:
– Extraño los caminos que recorrí de niño, el hablar
de su gente, el detenerse a saludar en la calle fresca y empedrada. No puedo
más ocultarlo ni disimular. Quiero volver a mirar el perfil de los cerros que
es lo primero que pude ver desde el lar donde naciera, el atardecer en
lontananza. Quiero volver a escuchar las voces en la casa cuando las personas
se van quedando dormidas. Extraño mi tierra y anhelo volver a mi país natal.
– ¡Cómo vas a irte, papá! Pero si aquí lo tienes todo.
– Es cierto, aquí lo tengo todo en cuanto a recursos
materiales. Aquí todo marcha bien, porque todo es ordenado. Y funciona a la
perfección.
2. Hasta
de repente
– Si te pasa algo aquí, papá, todos los servicios de
atención están garantizados.
– Sí, hija mía.
– Y todo sincroniza. Los chequeos en los servicios de
salud son de rigor, precisión y excelencia.
– Totalmente de acuerdo. Eso no lo voy a negar.
– Si en estos momentos te sobreviniera un infarto al
corazón todo está previsto para que las comunicaciones sean operativas y
eficaces al máximo.
– Y es casi seguro que se me llevará hasta en
helicóptero, porque hay un helicóptero que para este fin sobrevuela en el aire día
y noche.
– Sí. Todo eso es cierto, hija mía.
Pero mejor es callar y meditar hacia adentro. Pienso,
hablando conmigo mismo que, si algo aquí me sucediera, allí mismo se me ha de
aplicar los primeros auxilios. Todo está montado sobre una maquinaria de
eficiencia.
3. Lo
sé
Y hasta de repente allí mismo me operarían, porque las
ambulancias como los helicópteros están dotados de un cuerpo de médicos y
paramédicos de primer nivel y con todo su equipamiento.
Llegarán en un santiamén donde está previsto todo para
salvarme. Y si un helicóptero atiende una emergencia otro subiría de inmediato
y estará ronroneando en el aire. Así es aquí. Todo es de lujo y está previsto.
¡Pero eso no me basta!
¿Pero de qué vale, digo yo, salvar a un corazón
entristecido como el mío? ¿De qué vale darle salud a mi cuerpo si no se ha de
salvar mi alma?
Ya hace varios años que me siento indefenso,
nostálgico y añorante de mi pueblo y de mi tierra natal. Y me digo: ¿Para qué
tanto éxito a fin de eternizar la pena más desgarradora que siento?
Me salvarán, ¿pero sabe la máquina lo que mi corazón
anhela, siente y desea?
¡No!
4. Solos
con nuestro destino
Si le preguntaran a aquel corazón que salvan con tanto
esmero, ahínco y desvelo si verdaderamente quiere o no quiere seguir viviendo y
siquiera que lo salven él responderá que no.
Porque es cierto que estamos en un país extranjero amable,
por cierto. Pero donde no construimos nosotros aquello que se nos asignara
hacer a favor de quienes más sufren y padecen.
Pero es seguro que no nos pregunten nada. Aquí todo es
resultados, logros, trabajo y no se habla de uno mismo.
Salvo si es para llenar unos formularios, y digitándolo
todo con algunos números para alguna tarjeta de crédito de un banco.
Ni les cabe en la cabeza imaginar que alguien sufra de
pena entre tanta comodidad y abundancia.
En ese punto la eficiencia no funciona, ni la
automatización alcanza a penetrar en el corazón humano. Y es bueno que así sea
sino todo estaría perdido.
5. De día
o sea, de noche
Y es que para aquel ámbito del alma no hay máquinas
que funcionen. Allí estamos solos con nuestro destino al que no puede captar
esta tecnología de punta ni cabe hablarle con números ni computadoras.
Mi ser es el de un pueblo atávico y salvaje, donde
todavía todo es origen y felizmente noche primordial. Lo sé desde que empecé a
vivir aquí, en donde lo que no se salva es el alma.
En cambio, en mi pueblo no hay comodidades. Sopla y
aúlla el viento helado. Sin embargo, allí lo que más prevalece es el espíritu.
¡Y no sé por qué ahora lo extraño tanto!
Incluso pareciera que todo el sentido del mundo
estuviera concentrado allí, en mi pueblo de origen. Y aquí no hubiera nada.
Pero no puedo olvidarlo.
No puedo desprenderme de él, ni sumergirme
aparentemente en el olvido, ahora sea de día o sea ya de noche. En mi vigilia y
en mis sueños. Y en mis desvelos al amanecer, como es ahora, es solo mi pueblo
el que aparece.
6. ¿Quién
eres?
Pues bien, les contaré que después de los diez
primeros años de estar aquí regresé. Y tal como lo dejé, mi pueblo estaba
idéntico, incluso un poco más viejo y más acabado. Lo sentí más triste y
abandonado. Y sus calles más torcidas todavía.
Sus muros más llenos de agujeros y hierbajos por
doquier. Y por donde hundí mis manos como si acariciara a un niño abandonado. Incluso
lo hallé más vacío y más mísero, que cuando lo dejé. Entonces, caminando
absorto y silencioso por sus calles, le hablé de este modo:
– Pero, ¿qué me atrae hacia ti? ¿Qué me cautiva, dime?
Pareciera que incluso no es moral que yo te tenga este cariño y te prefiera
sobre todo lo racional, ordenado y eficaz como es aquel otro mundo. Porque es
como el gusto por lo que quedó atrás. Aunque me corrijo: esto no me gusta. Más
bien me aflige, me subleva y me duele. ¡El atraso no me gusta! Y es lo que más
me lastima. ¿Qué tienes entonces, di?
Y la respuesta que yo mismo me di fue: ¿Tuviste razón
en abandonarme? Desde la lógica la respuesta es sí. Pero desde el alma la
respuesta es no. Y eso lo digo no por mí sino por ti. Fue lo que me dijo.
7. La casa
de infancia
Ahora siento que voy a morir, pero sueño con una casa:
Esta es una casa antigua, añeja, pero en pie. Introduce en ella el olvido sus
dedos entre piedra y piedra intentando hacer que esta casa se derrumbe. ¡Y no
puede derrumbarla!
La lluvia y las tempestades han golpeado tanto sus
techumbres que las tejas están ladeadas, pero no puede aún hacerlas pedazos, ni
traer la casa abajo. Los años con sus atroces olvidos e incuria intentaron
demolerla, pero resiste, permanece y se empina más cada día.
Hay más bien encima de su cumbrera un estallido de
flores que emergen inhiestas ante el cielo azulino y anaranjado de la mañana.
– ¡Qué tienes! ¿Quién eres? –Le pregunto–. ¡Contesta!
– Soy la casa de tu infancia que te espera. –Dice.
– Y, ¿qué tienes para mí?
– Te tengo a ti. –Es su
respuesta.
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