– Estimados pasajeros. Hemos iniciado el descenso
para el aterrizaje en el Aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. –Y a
continuación anuncia:
Debo comunicarles que desde la torre de control del
aeropuerto nos informan que el nuestro será el último vuelo que intentará el
aterrizaje, antes de ser cerrado por el mal tiempo. Ojalá sea posible, de lo
contrario nos indican que ha de ser en otro estado, por el mal tiempo en toda esta
región.
Este mensaje del capitán del vuelo de la aeronave en
la cual viajo de Lima a la capital norteamericana ha apagado todo rumor
sumiendo a todos los pasajeros en un profundo silencio.
Ante el anuncio volteamos a mirar por las
ventanillas y pese a que recién son las cinco de la tarde el cielo se ve encapotado
y oscuro mientras el avión se sacude y trastrabilla sintiendo cómo vibran las
alas y a ratos se cimbra el fuselaje.
Hay un silencio absoluto y todos estamos atentos a
los ruidos y a las maniobras del avión que sobrevuela la ciudad de Nueva York.
2.
Sentimos el descenso en pleno abdomen. Y cada cierto
fragmento de tiempo, como si se bajara una grada más en el nivel del cielo
anubarrado, atravesado de nubes que chocan, viento y electricidad.
Sentimos el golpe del tren de aterrizaje que baja y
nos cogemos fuertemente a los brazos de los asientos. Se siente que la tensión
es enorme.
– Tripulación, estamos a menos de quinientos pies.
Lista para el aterrizaje. –Se escucha en los altoparlantes.
Quienes tenemos asientos al lado de las ventanillas
escrutamos con la mirada a ver si aparece alguna franja de tierra, algún
vestigio, siquiera el parpadeo de alguna luz, pero ¡nada!
De repente sentimos que el avión se eleva
bruscamente con sus más de trescientos pasajeros; hombres, mujeres y niños.
3.
Pronto aparece el sol rojo del crepúsculo en el
horizonte, lejos ya del cielo anubarrado y la tormenta. Y escuchamos el
anuncio:
– Hemos intentado el aterrizaje, pero no era visible
la pista a pocos pies de altura. Haremos un nuevo intento.
Da el avión un inmenso rodeo y se introduce otra vez
en la masa de nubes negras. Y nuevamente se inicia el descenso entre sacudidas
y tambaleos de la aeronave sin vislumbrarse ninguna evidencia de tierra. Y el
anuncio infaltable:
– Tripulación lista para el aterrizaje.
Y otra vez sentir luego de atroces chirridos cómo se
eleva vertiginoso el avión y aparece la luz muriente del sol en el horizonte,
en la tarde tenebrosa o casi noche en que se ve sumido el universo.
– Por segunda vez no ha sido posible el aterrizaje.
Haremos un tercer y último intento. –Dice esta vez más
escuetamente el anuncio del piloto.
4.
– Tripulación, lista para el aterrizaje.
Esta vez la tensión es mayúscula. Nos miramos tensos
y nerviosos. Sentimos el palpitar de nuestros corazones y hasta el pulso de
nuestra sangre en las arterias. Pasan por nuestras mentes mil imágenes.
El avión se tambalea y sentimos el contacto de las
ruedas con la pista ya en tierra que apenas se esboza con unas luces
parpadeante, débiles y casi ocultas por la espesa neblina reinante y la lluvia
que arrecia.
A los costados de la pista por donde corremos se
aprecian las luces de las ambulancias y los carros de bomberos que luego
desaparecen veloces entre las sombras.
Los aplausos son enormes y hasta los gritos y vivas
que desahogan el nerviosismo de todos los pasajeros.
5.
– He viajado por todo el mundo y nunca había sentido
tanto miedo. –Comenta mi compañero de asiento.
– No se ha visto la pista hasta que el avión ya
estaba corriendo por ella. Es como aterrizar con los ojos vendados.
– Este capitán es reconocido como uno de los mejores
del mundo.
– Solo por la confianza que le tienen le han permitido
este aterrizaje. –Escucho que dice otro pasajero del otro lado del
pasillo.
La señora del asiento posterior escucho que comenta:
– Esta noche, a la hora en que suenen las campanas,
le agradeceré a Dios por conservarme viva.
Y lo deslumbrante que es despertar, pienso yo, para dar un paso
más en esta vida maravillosa, aunque efímera.
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