Los pueblos donde
nacimos son nuestro patrimonio y constituyen nuestra identidad más preciada.
Deben ser por eso
inalienables.
Defender su
fisonomía propia, original y genuina, es proteger su esencia, su entraña y su
alma, sin lo cual no somos nada.
No se puede en ellos
cambiar el nombre de sus calles sino ahondar más en su esencia y significado.
No se puede sustraer
una moldura, un adoquín o un azulejo sino hacer que luzcan mejor. Ni siquiera
es dable deshacer el mandoble de un balaustre sino sujetarnos más a él.
Tampoco la piedra que
forma parte de un muro puede ser menoscabada; menos desgajar de cuajo un
balcón, o un alero o una ventana. Es crimen de lesa humanidad hacerlo.
blancas
He aquí esta casa añeja,
con paredes de adobe enlucidas de blanco ya desteñido por los años. Sobresale
el techo de maderas amarillentas, ojosas y ya cimbradas por el tiempo.
Unas tejas ocres que
han contemplado arremolinarse los nubarrones previos a las tempestades se
sostienen obstinadas, aunque ya inevitablemente torcidas.
Las macetas aún
prendidas a los pilares hacen brotar no sé cómo flores lozanas entre tiestos
polvorientos.
¿Cuántos amaneceres
y crepúsculos han contemplado desde esta atalaya?
¡Como también han
visto despejarse estos restos de estantes y repisas las nubes en el cielo
azulino de la mañana, del mediodía y la tarde!
Hay encima de los muros abandonados un estallido de flores que nadie riega; de intensas buganvillas escarlatas recortadas sobre muros derruidos y los retazos de nubes blancas que bogan en el cielo, unas quietas y otras apresuradas.
3.
Sin motivo
aparente
Y al lado
campanillas de un vibrante color amarillo. Y estas espadañas que inhiestas han
visto a la luna aparecer y desaparecer; y al sol haciendo cada día su línea
curva serena por el cielo azul.
Y entre tantas
glorias y desgracias esparcidas, entre tanto coraje y tanto desastre, ¡las
puertas!
¿No van a conmovernos
estos altares, peanas y sagrarios de la vida inolvidable, de la única que nos
consta, y por los cuales se ha entrado y se ha salido?
A veces llenos de
ilusiones, a veces desengañados, y ¿muchas veces sin motivo aparente? Y que
yacen aquí unas pasmadas y quietas en sus muros, y otras ya caídas en el suelo.
Unas apenas movidas
de sus sitios, pero ya inútiles en cuanto a ver pasar la vida, salvo el brotar
de las flores, la sacudida de las aves y el ronroneo de los insectos que aquí
moran.
4. Encima
de
los muros
Otras puertas con
sus alas rotas, sin que cuadren ya en ningún sitio, lineales u oblongas que
yacen echadas a un lado como se echara inmisericordes lo mejor de la vida.
Y que no solamente las
siento humanas, sino que también sabias. ¡Todas estas son presencias
venerables, hieráticas y sagradas!
Como lo es cada
barandal vetusto de este mirador desde el cual divisamos el valle con todos sus
matices de verdes y ocres.
La neblina blanca
pugnando con el añil del cielo y el verde de los campos. Y el canto de los
gallos que atruenan señalando que la vida es indetenible y que un nuevo día ya
comienza.
No se puede por
tanto derrumbar aquí impunemente un muro, una ventana ni extraer una teja, una
armella o una voluta siquiera sino más bien salvarlas, como son estos vestigios
los que nos salvarán en este y en otros mundos.
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