1.
¿Quién
las
ve?
En este tiempo de
adhesiones a una y otra causa, a una y otra idea, propuesta o personaje; en
este período de denominaciones acerca de cómo debe llamarse una y otra cosa, yo
propongo también junto a todas las otras respetables sugerencias, siquiera por
este período de invierno en la serranía: ¡defender los tejados!
En esta época de
reconocimientos y honores a este y al otro tótem, nombro yo por lo menos en
esta página recatada, solitaria y estremecida a mi personaje de este tiempo, a
¡la teja!
¿Por qué? Porque
resiste heroica el embate del agua que cae, del viento que aúlla, y del fuego
que se descarga a través de los relámpagos y truenos.
Y eso
sencillamente es heroico, es un sacrificio callado, sin que nadie lo vea, como
el de las madres cuando nos acunan y se acuestan a nuestro lado en las noches
desveladas, a defendernos de monstruos, endriagos y esperpentos.
2. Del
lar
nativo
Y se quedan hasta
que amanece para librarnos de los miedos tanto de los hechos reales como de los
fantasmas. ¿Quién las ve? ¿Quién las reconoce? ¡Nadie!
¡Y ni siquiera
ellas mismas saben qué es abnegación, qué es renuncia y que todo eso es caridad
y sacrificio! Ellas si saber lo que es. Solo sirven, se entregan y se
consagran.
Para ellas no hay
renuncias, ni privaciones. Simplemente lo hacen. Así, e igual, las tejas. Todo lo
dan, lo rinden y ofrecen contentas, ¡Y serían desdichadas si no lo hicieran!
¡Y, ¡soportar los relámpagos y truenos que se descargan furibundos. Y que, al menos en mi región y lar nativo, ¡son espeluznantes!
3.
Subir
al
terrado
¡Y supone un valor
muy arduo y supremo, cual es interponerse entre nosotros, que dormimos
apacibles, y los cielos que se rompen y se desploman horrendos y enfurecidos!
Claro, hay que
ayudarlas subiendo al terrado como hace en estos momentos el niño obedeciendo a
su padre que le ha pedido subir con él al terrado.
El niño, ¡yo mismo
he sido ese chiquillo!, ha subido con él a poner baldes donde se ha producido
un resquicio, por donde el agua se cuela debido a que la teja se han movido un
dedo o basta una pizca, destrenzándose de la hermana de al lado, sea de arriba
o de abajo, sea de la izquierda o derecha.
Para que cuando
escampe y sea de día acomoden esa abertura, o a veces rajadura, con un pedazo
más grande o con una teja entera.
Quizá nueva si
hemos sido previsores de que las lluvias no iban a ser tales sino tempestades enloquecidas
y fuera de todo tino como lo vienen siendo este año.
4. Defienden
la
vida
Pero, ¿qué sería
si no hubiéramos tenido las tejas ni siquiera a pedazos que han esperado
calmadas en algún recodo para que ocurra este momento de subir y enfrentarse a
las horas aciagas que se han desatado y están en pleno fragor?
De allí que los
tejados no solo son bellos, ¡argumento que al parecer no conmueven ni convencen
a nadie para defenderlos!, sino que son valerosos y protegen la vida.
Las tejas nos
llenan de consuelo. Quizá porque dentro de ellas estamos nosotros, bajo su mano
compasiva.
No permiten que ni
la lluvia perturbe nuestro sueño. Pese a que ha llovido toda la noche.
No protestan, ni
chirrían ni gritan. Ni tamborilean como hacen las calaminas.
5. Mil
batallas
Soportan la lluvia
en silencio, la atenúan y la derraman en lágrimas hacia sus bordes y costados. La
teja la subsume en su entraña, se empapa de lluvia, y se torna vieja con ella.
Hasta florecer por dentro, haciendo que aparezca un jardín hacia afuera.
La teja es tan
madre que hace crecer desde sus rendijas a las malvas, a las achupallas y hasta
a los shayapes, haciendo que los tejados sean floridos.
Por eso insisto
ahora que la teja es madre. O es hermana mayor, que nos acuna y ampara. Que nos
acoge, y alivia nuestras penas. Porque vigila que los duendes no bajen hasta
nuestras camas.
Porque exorciza
los males que nos acosan y amenazan. Ellas las espantan, imbuidas de valor y de
coraje. No permiten que se nos acerquen.
Resguardan nuestra
casa con su talante de guerreras que han afrontado y siguen afrontando mil batallas.
A ellas mi rendida adoración y homenaje.
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