1. Agitando
sus pañuelos
En las noches sin luna ni estrellas, en las noches hondas, tenebrosas Y
sin luceros, en que ninguno de los mortales puede verlos, pero sí quizá oírlos,
si es que están atentos a las voces que se entrecruzan en la hondonada,
conversan el Cerro Campana y el Cerro Huacapongo que están en la cuenca del río
Patarata, en la salida de Santiago de Chuco, hacia el lado sureste.
Son cerros que intercambian opiniones y pareceres sobre los asuntos y
sucesos más importantes que ocurren en el pueblo y hasta emiten juicios muy
severos acerca de las autoridades y de los señores importantes de mi comarca.
Pero lo más frecuente es que se llamen para festejar y celebrar
cualquier fiesta, en las que intervienen con sus bandas de músicos, con sus
bailarines y comparsas compuestas de seres que son a la vez hombres, diablos y
animales; quienes salen agitando sus pañuelos, sus enjalmas, sus banderines y
zurriagos; luciendo vestidos de colores brillantes, adornados de joyas de oro,
de plata, de rubíes y amatistas; de diamantes y esmeraldas; y toda clase de
piedras preciosas y raras.
2. La noche
es oscura
Esto ocurre durante las noches oscuras, cerradas y sombrías; cuando no
hay rastros de lámparas, candiles ni mecheros encendidos en el pueblo ni en sus
alrededores.
Cuando eso ocurre, el cerro que despierta primero llama al otro, diciéndole
si es el caso:
– ¡Cerro Huacapongo! ¡Cero Huacapongo!
El aludido, soñoliento, responde desde lo más intrincado con su voz
cavernosa, que espanta incluso a las almas que descansan en la cumbre del Cerro
Campana, donde tiene su asiento el cementerio del pueblo:
– ¡Qué se te ofrece señora y amada mía! ¡Qué quieres contarme y decirme!
¡Ya me estaba quedando dormido! ¿Por qué pues has interrumpido mi sueño?
– Saca tus músicos Cerro Huacapongo. Saca tus comparsas y bailarines. Y
yo sacaré los míos. ¡Vamos a divertirnos un rato mientras la noche es oscura!
¡Mira qué oscura está! No podemos perderla.
3. Ahí van
mis diablos
El Cerro Huacapongo, mientras observa, demora en responder, pero además
porque sus cuevas conducen a galerías y a fosas subterráneas abismales e
intrincadas. Pero por complacer a su consorte, le contesta así:
– ¡De acuerdo! Pero avisa que no vengan arrieros por los caminos para
que salgan mis comparsas. Tú que estás ahí al frente puedes mirar mejor a esta
banda y ver hacia lo lejos si viene gente.
– No viene nadie, así que apúrate.
Y hacia adentro se oye ruido y alboroto, y el rozarse de fierros y metales,
de cómo se preparan músicos, mojigangas y danzantes.
Cuando empiezan a aparecer en la boca de la cueva y a la vera del
camino, desde lo abismal de sus entrañas, sale una voz estremecedora que dice:
– ¡Cerro Campana! ¡Cerro Campana! ¡Ahí van mis diablos, son mis danzarines
que van acompañados de una orquesta! Pero tú saca ya a tus muchachas a que
bailen y se diviertan, para complacernos nosotros.
4. Latigueando
las piedras
– Nosotras también gozamos, ¡qué te crees!
Y de las cavernas del Cerro Huacapongo van saliendo, con sus vestidos de
luces verdes, rojos, azules y amarillos, los diablos con cabezas de diablos,
hombres o animales que bailan y tocan extraños instrumentos.
Lo hacen con un compás frenético y a la vez solemne, al mando de un
diablo mayoral o capataz que con un látigo de cuero de toro trenzado va
azotando las piedras y animando a que su comparsa baile con denuedo, cayendo en
estampida el fuete en el lomo de quien no toca ni hace las figuras del baile ni
pone todo el empeño que debiera en contornearse.
Avanzan hacia lo largo del camino antes de la loma, donde los lugareños
y caminantes han erigido una cruz.
Pero antes de atreverse a llegar hasta ese lugar los diablos voltean por un portillo que hay, bajando hacia el río Patarata.
5. Campantes
y sonantes
Es en ese momento que salen desde el Cerro Campana, en la banda de
enfrente, una comparsa despampanante de bailarinas mujeres.
Son diablas de largas cabelleras erizadas, de movimientos ondulantes y
frenéticos; y miradas que emiten fulgores, relumbres y centellas.
Están adornadas con aretes, ajorcas y zarcillos de oro y piedras
preciosas, encendidas de luces que alumbran su bailar convulsivo y cimbreante,
mientras bajan haciendo malabares y piruetas entre las pencas y los zarzales también
hacia el río.
La música con la que ellas bailan sale desde el Cerro Campana, sin que
aparezca el conjunto o la banda que hace retumbar sus bombos y platillos desde
adentro removiendo las peñas.
En cambio, el agrupamiento de músicos del Cerro Huacapongo ha salido hacia
afuera con sus danzantes, tocando y agitándose campantes, sonantes y
endemoniados.
6. Por allí
desaparecen
Sus instrumentos musicales no son como los nuestros, sino que emiten
unos ruidos broncos y cavernosos, como agudos y chirriantes porque los sonidos
los obtienen haciendo chocar latas, guijarros, metales, como piedras y maderas.
Sus bailes están compuestos por contorsiones y volteretas que nadie que solo
sea de carne y hueso podría jamás ejecutar. Se tiene que ser diablo, hombre y
animal.
Pronto se juntan ambas comparsas y bailan, haciendo un rodeo, por la
última pendiente que da hacia el río en donde, al parecer, hay una entrada
hacia ambos cerros, porque por allí desaparecen.
Pero antes que ambas comparsas se esfumen bailan juntas y se enredan en
enormes y descomunales frenesíes, en orgías y festines descomunales en el
bosque tupido de molles y quinuales que da a las orillas tornándose espumosas
las aguas y las arenas al borde del río.
7. Espantando
las sombras
Cuando un arriero o caminante, que por algún apuro viaja de noche por
estos rumbos y senderos, escucha la música tremebunda que hacen ambas comparsas
infernales, entonces tiene que volverse, o esperar encogido al lado o al pie de
las cruces que hay en ambas lomas a la entrada y salida de este tramo a Cotay,
Cunguay, Calipuy; rezando la oración completa del Ángel de la Guarda, que
empieza diciendo: “Pésame en el alma de haber pecado”.
Eso se hace para que los diablos no sientan a la persona ni le hagan
daño; aunque, en verdad, gracias a que van muy entretenidos en su fiesta para
darse cuenta de lo que sucede a un palmo de sus narices.
Cuando el viajero siente que todo se calma y la ceremonia ya ha
concluido, aún tiene que esperar a que alguna luz en el horizonte indique que
clarea la mañana, que la luna sale o que las estrellas aparecen en el
firmamento emitiendo sus rayos fulgurantes, espantando las sombras de la noche
lóbrega y tupida. En estos casos ya se pueden levantar de donde yacen
entumecidos de pavor y de miedo, y recién otear el camino e intentar pasar este
trecho.
8. Serio
peligro
Y hay personas que han tenido suerte y han encontrado, entre el cascajo,
las piedras y las yerbas del camino, cascabeles de oro.
Otras, algún dije con alguna piedra preciosa incrustada. Otras,
pendientes de esmeraldas caídas de los atuendos de fiesta y los trajes de luces
que visten los diablos y diablas.
Pero no se puede recoger así nomás esos tesoros con las manos desnudas,
sino con algo que nos aísle del maleficio. Con algún cuenco o una prenda. Hay
que saber proceder y al final salir vivos y salvos.
Algunos atrevidos los cogen con la punta del poncho o del rebozo si son
mujeres. Y se los lleva y pone al pie de la cruz de la loma que está en la
curva del camino, sin acercarlo a nuestro cuerpo. Y ahí se le reza.
Solo allí es que se quita todo su hálito maligno y se lo vuelve objetos
sin peligros, encantos ni maleficios.
Luego hay que agradecer al señor por la suerte de hacerse de una fortuna
con una de esas pepitas, que si lo son. Y de haberse salvado de un serio
peligro.
9. Oye
china
Pero los cerros conversan también de otros asuntos de la vida, cuando
las sombras no son muy espesas. Así uno le dice al otro:
– ¡Cómo estás!
– Bien, muy bien.
– ¿Qué te parece la actual autoridad del pueblo?
– El cura está bien. El alcalde si está mal, muy mal.
– ¡Sí pues! ¡Eso mismo pienso!
O el Cerro Huacapongo le dice mirándola detenidamente al Cerro Campana:
– Oye china...
– Sí, cholo. ¡Qué! –Le contesta la que es mujer–. ¿Dime, qué?
– ¡Nada! ¡Nada!
10. Mi querer
y tu querer
– ¡Habla nomás! No tengas miedo, ni seas tímido ni apocado.
– Te quería decir que:
– Un corazón de madera
me voy a mandar hacer
para que no sufra ni sienta
ni sepa lo que es querer.
Y el Cerro Campana le contesta:
– Mi querer y tu querer,
tu pensamiento y el mío,
son como l’agua del río
qu’atrás no puede volver.
Y con esta incitación se jalan uno y otro, y se revuelven por un rato y
después satisfechos se duermen juntos.
Y recién amanece.
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Fascinante pluma del Maestro Danilo Sánchez Lihón.Gracias mil.
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