martes, 12 de enero de 2021

12 de enero. Nace Charles Perrault, 1628. Día del folclor literario. / El danzar de los cerros.


12 DE ENERO 
NACE CHARLES PERRAULT, 1628 
DÍA DEL FOLCLOR LITERARIO 

EL DANZAR 
DE 
LOS CERROS 

Danilo Sánchez Lihón 




El toro en buey. El buey en instrumento. 
El dios en cisne. El cisne en energía. 
El río en mar. El mar en joyería 
En lamento el dolor. La voz en viento. 
Alejandro Romualdo 

 

1. Agitando

sus pañuelos

 

En las noches sin luna ni estrellas, en las noches hondas, tenebrosas Y sin luceros, en que ninguno de los mortales puede verlos, pero sí quizá oírlos, si es que están atentos a las voces que se entrecruzan en la hondonada, conversan el Cerro Campana y el Cerro Huacapongo que están en la cuenca del río Patarata, en la salida de Santiago de Chuco, hacia el lado sureste.

Son cerros que intercambian opiniones y pareceres sobre los asuntos y sucesos más importantes que ocurren en el pueblo y hasta emiten juicios muy severos acerca de las autoridades y de los señores importantes de mi comarca.

Pero lo más frecuente es que se llamen para festejar y celebrar cualquier fiesta, en las que intervienen con sus bandas de músicos, con sus bailarines y comparsas compuestas de seres que son a la vez hombres, diablos y animales; quienes salen agitando sus pañuelos, sus enjalmas, sus banderines y zurriagos; luciendo vestidos de colores brillantes, adornados de joyas de oro, de plata, de rubíes y amatistas; de diamantes y esmeraldas; y toda clase de piedras preciosas y raras.

 

2. La noche

es oscura

 

Esto ocurre durante las noches oscuras, cerradas y sombrías; cuando no hay rastros de lámparas, candiles ni mecheros encendidos en el pueblo ni en sus alrededores.

Cuando eso ocurre, el cerro que despierta primero llama al otro, diciéndole si es el caso:

– ¡Cerro Huacapongo! ¡Cero Huacapongo!

El aludido, soñoliento, responde desde lo más intrincado con su voz cavernosa, que espanta incluso a las almas que descansan en la cumbre del Cerro Campana, donde tiene su asiento el cementerio del pueblo:

– ¡Qué se te ofrece señora y amada mía! ¡Qué quieres contarme y decirme! ¡Ya me estaba quedando dormido! ¿Por qué pues has interrumpido mi sueño?

– Saca tus músicos Cerro Huacapongo. Saca tus comparsas y bailarines. Y yo sacaré los míos. ¡Vamos a divertirnos un rato mientras la noche es oscura! ¡Mira qué oscura está! No podemos perderla.

 


3. Ahí van

mis diablos

 

El Cerro Huacapongo, mientras observa, demora en responder, pero además porque sus cuevas conducen a galerías y a fosas subterráneas abismales e intrincadas. Pero por complacer a su consorte, le contesta así:

– ¡De acuerdo! Pero avisa que no vengan arrieros por los caminos para que salgan mis comparsas. Tú que estás ahí al frente puedes mirar mejor a esta banda y ver hacia lo lejos si viene gente.

– No viene nadie, así que apúrate.

Y hacia adentro se oye ruido y alboroto, y el rozarse de fierros y metales, de cómo se preparan músicos, mojigangas y danzantes.

Cuando empiezan a aparecer en la boca de la cueva y a la vera del camino, desde lo abismal de sus entrañas, sale una voz estremecedora que dice:

– ¡Cerro Campana! ¡Cerro Campana! ¡Ahí van mis diablos, son mis danzarines que van acompañados de una orquesta! Pero tú saca ya a tus muchachas a que bailen y se diviertan, para complacernos nosotros.

 

4. Latigueando

las piedras

 

– Nosotras también gozamos, ¡qué te crees!

Y de las cavernas del Cerro Huacapongo van saliendo, con sus vestidos de luces verdes, rojos, azules y amarillos, los diablos con cabezas de diablos, hombres o animales que bailan y tocan extraños instrumentos.

Lo hacen con un compás frenético y a la vez solemne, al mando de un diablo mayoral o capataz que con un látigo de cuero de toro trenzado va azotando las piedras y animando a que su comparsa baile con denuedo, cayendo en estampida el fuete en el lomo de quien no toca ni hace las figuras del baile ni pone todo el empeño que debiera en contornearse.

Avanzan hacia lo largo del camino antes de la loma, donde los lugareños y caminantes han erigido una cruz.

Pero antes de atreverse a llegar hasta ese lugar los diablos voltean por un portillo que hay, bajando hacia el río Patarata. 




5. Campantes

y sonantes

 

Es en ese momento que salen desde el Cerro Campana, en la banda de enfrente, una comparsa despampanante de bailarinas mujeres.

Son diablas de largas cabelleras erizadas, de movimientos ondulantes y frenéticos; y miradas que emiten fulgores, relumbres y centellas.

Están adornadas con aretes, ajorcas y zarcillos de oro y piedras preciosas, encendidas de luces que alumbran su bailar convulsivo y cimbreante, mientras bajan haciendo malabares y piruetas entre las pencas y los zarzales también hacia el río.

La música con la que ellas bailan sale desde el Cerro Campana, sin que aparezca el conjunto o la banda que hace retumbar sus bombos y platillos desde adentro removiendo las peñas.

En cambio, el agrupamiento de músicos del Cerro Huacapongo ha salido hacia afuera con sus danzantes, tocando y agitándose campantes, sonantes y endemoniados.

 

6. Por allí

desaparecen

 

Sus instrumentos musicales no son como los nuestros, sino que emiten unos ruidos broncos y cavernosos, como agudos y chirriantes porque los sonidos los obtienen haciendo chocar latas, guijarros, metales, como piedras y maderas.

Sus bailes están compuestos por contorsiones y volteretas que nadie que solo sea de carne y hueso podría jamás ejecutar. Se tiene que ser diablo, hombre y animal.

Pronto se juntan ambas comparsas y bailan, haciendo un rodeo, por la última pendiente que da hacia el río en donde, al parecer, hay una entrada hacia ambos cerros, porque por allí desaparecen.

Pero antes que ambas comparsas se esfumen bailan juntas y se enredan en enormes y descomunales frenesíes, en orgías y festines descomunales en el bosque tupido de molles y quinuales que da a las orillas tornándose espumosas las aguas y las arenas al borde del río.

 


7. Espantando

las sombras

 

Cuando un arriero o caminante, que por algún apuro viaja de noche por estos rumbos y senderos, escucha la música tremebunda que hacen ambas comparsas infernales, entonces tiene que volverse, o esperar encogido al lado o al pie de las cruces que hay en ambas lomas a la entrada y salida de este tramo a Cotay, Cunguay, Calipuy; rezando la oración completa del Ángel de la Guarda, que empieza diciendo: “Pésame en el alma de haber pecado”.

Eso se hace para que los diablos no sientan a la persona ni le hagan daño; aunque, en verdad, gracias a que van muy entretenidos en su fiesta para darse cuenta de lo que sucede a un palmo de sus narices.

Cuando el viajero siente que todo se calma y la ceremonia ya ha concluido, aún tiene que esperar a que alguna luz en el horizonte indique que clarea la mañana, que la luna sale o que las estrellas aparecen en el firmamento emitiendo sus rayos fulgurantes, espantando las sombras de la noche lóbrega y tupida. En estos casos ya se pueden levantar de donde yacen entumecidos de pavor y de miedo, y recién otear el camino e intentar pasar este trecho.

 

8. Serio

peligro

 

Y hay personas que han tenido suerte y han encontrado, entre el cascajo, las piedras y las yerbas del camino, cascabeles de oro.

Otras, algún dije con alguna piedra preciosa incrustada. Otras, pendientes de esmeraldas caídas de los atuendos de fiesta y los trajes de luces que visten los diablos y diablas.

Pero no se puede recoger así nomás esos tesoros con las manos desnudas, sino con algo que nos aísle del maleficio. Con algún cuenco o una prenda. Hay que saber proceder y al final salir vivos y salvos.

Algunos atrevidos los cogen con la punta del poncho o del rebozo si son mujeres. Y se los lleva y pone al pie de la cruz de la loma que está en la curva del camino, sin acercarlo a nuestro cuerpo. Y ahí se le reza.

Solo allí es que se quita todo su hálito maligno y se lo vuelve objetos sin peligros, encantos ni maleficios.

Luego hay que agradecer al señor por la suerte de hacerse de una fortuna con una de esas pepitas, que si lo son. Y de haberse salvado de un serio peligro.

 


9. Oye

china

 

Pero los cerros conversan también de otros asuntos de la vida, cuando las sombras no son muy espesas. Así uno le dice al otro:

– ¡Cómo estás!

– Bien, muy bien.

– ¿Qué te parece la actual autoridad del pueblo?

– El cura está bien. El alcalde si está mal, muy mal.

– ¡Sí pues! ¡Eso mismo pienso!

O el Cerro Huacapongo le dice mirándola detenidamente al Cerro Campana:

– Oye china...

– Sí, cholo. ¡Qué! –Le contesta la que es mujer–. ¿Dime, qué?

– ¡Nada! ¡Nada!

 

10. Mi querer

y tu querer

 

– ¡Habla nomás! No tengas miedo, ni seas tímido ni apocado.

– Te quería decir que:

– Un corazón de madera

me voy a mandar hacer

para que no sufra ni sienta

ni sepa lo que es querer.

Y el Cerro Campana le contesta:

– Mi querer y tu querer,

tu pensamiento y el mío,

son como l’agua del río

qu’atrás no puede volver.

Y con esta incitación se jalan uno y otro, y se revuelven por un rato y después satisfechos se duermen juntos.

Y recién amanece.

 

Ilustraciones de:
Andrés Rucana


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