1. Y mírame
siempre
Rímac, hijo de Pachacamac,
sufrió un colapso cuando se enteró y fue consciente del sacrificio y ausencia
definitiva de su hermana Challhua convertida en garúa. Vagando sin rumbo fijo y
totalmente perdido profería gritos de dolor.
– ¡Ya ves Challhua, ya ves
hermana querida! –Grita hacia lo alto–. ¿De qué ha valido tu sacrificio? ¿Has
podido acaso ser lluvia? En cambio, me has dejado a mí solo, triste y con el
corazón hecho pedazos, sin compadecerte de tu hermano ni tampoco de tu padre
que te veneramos. ¡Ingrata!
– ¡Rímac, escúchame!
– ¿Así te has portado con
nosotros? ¿Para quién traeré ahora flores y frutas del campo? ¿No te he
importado nada? –Y golpea las rocas con los puños hasta bañarse en sangre.
– ¡Rímac. escúchame! ¡Soy
Challhua!
– Challhua, ¿por qué has
hecho esto? ¿Sin importarte lo que yo siento por ti? ¡Por qué te has ido!
– ¡Rímac, claro que me
importas mucho! ¡Y muchísimo! Mira, estoy aquí a tu lado, más que antes. ¿Acaso
te he abandonado? ¡Estoy aquí! ¿Acaso me he escondido? Tú sabes dónde estoy y
puedes hallarme. Y hablarme. Y mírame siempre, que yo te estoy mirando. ¿Acaso
en esencia soy otra de la que siempre he sido?
2.
Los colores
del
vestido
– ¡Sí! ¡Te has ido para
siempre! ¡Me has dejado! ¡Ya no puedo abrazarte!
– ¡No, Rímac! ¡Sí puedes!
– ¡Oh, padre!, –Pero, no
oye. Ruega y corre enloquecido.
– ¡Rímac, hijo mío, no
creas que yo no sufro también por lo ocurrido! ¡Pero los hijos también tienen
una voluntad que hay que respetar!
– ¡Oh, padre!, al menos en homenaje
a Challhua insúflale poder y has que llueva, que las plantas germinen y tengan
frutos como ella tanto ha querido, para que su muerte no sea en vano.
Pero es inútil. La garúa en
que se ha convertido Challhua no alcanza a germinar ninguna hoja, ni una hierba
siquiera, salvo un breve musgo que ahora los campesinos llaman Challhua.
Que es liquen pegado al
suelo, de flores mínimas, amarillas, violetas y blancas, que son los colores
del vestido que gustaba lucir Challhua y tenía puesto cuando ella misma se
entregó a la tierra.
Ya fuera de sí, Rímac
abandonó la morada de su padre. Y se dedicó a caminar cada vez más lejos y
hacia las cumbres de la cordillera, subiendo por los contrafuertes andinos.
3.
Lo ayudó
a
cumplir su destino
Se palpa el rostro. Se mira
las manos con heridas e impregnadas de sangre y a la vez de unas breves gotas
de lluvia. Y las besa diciendo:
– Challhua, ¡Challhua! ya
viste. Tu corazón es grande, pero débil. ¿En qué te has convertido? ¿Alcanzas a
ser acaso chubasco? ¿Siquiera llovizna? No. ¡Nada!
Rímac en su vagancia ha
subido hasta la serranía.
Y le basta ver el cielo
despejado, sin nubes ni neblina para sentirse más llamado por Challhua,
entonces busca cualquier recodo. Suspira y se esconde a llorar. Y todas sus
lágrimas se han ido juntando y haciendo arroyuelos.
Su desconsuelo es también
que Challhua hubiera fracasado. Y que no alcanzara a ser lluvia como quería.
Que no tuviera fuerzas. Que poco a poco se iría convenciendo que su vida había
sido en vano, sin alcanzar a cumplir su destino de fecundar la tierra. Y eso sí
la haría morir definitivamente.
– ¿Qué harás Challhua
cuando veas que tu sacrificio ha sido inútil? ¿Qué de tus gotas impalpables, menudas
y leves, y que se secan sin alcanzar a hacer brotar flores ni madurar frutos, ni
crecer plantas ni menos elevarse árboles como tú querías, te irás secando
entonces y morirás de pena?
4.
Y se hizo
río
Y es eso lo que le angustia
más todavía. Y lo atormenta a más no poder.
Por eso, subiendo a las
montañas ve que de sus lágrimas surgen ya enormes torrentes.
Entonces se inclina y se tiende
en el suelo con dos orificios en el lugar de sus ojos y sus lágrimas de donde
empiezan a correr más abundantes caudales de agua cristalina.
Y ya es un río.
De sus lágrimas se van
formando arroyos diversos, luego torrentes que cada vez son más grandes y ahora
es un río caudaloso.
– ¡Pero yo te ayudaré,
Challhua! –Exclama, a ratos contento–. Yo te ayudaré. –Grita de júbilo–. Ahora
me uno yo a ti hermana mía. Y empiezo a bajar aullando otra vez, alborozado,
feliz y retozón como he sido siempre.
Se despoja de sus
sandalias, se remanga la túnica que viste y se desliza por los pedruscos ágil y
pleno.
Y se hace un río impetuoso.
¡El río Rímac!
Así le entregó todo su
aliento, su sangre y su corazón a Challhua. Y baja fuerte, lleno de alborozo,
cantando y estallando en exclamaciones de entusiasmo, como él ha sido siempre.
Y con él empieza a florecer
y a fecundar la tierra de este valle.
5.
Se unieron
cuatro
hermanos
Challhua es la neblina y la
garúa que nos alivia del calor sofocante dándonos frescura. Y nos enternece la
vida. Quien nos da gracia y esplendor. Y aureola con su traje de flores mínimas
estos paisajes.
Rímac calma nuestra sed, lo
estamos probando a cada momento. Y fecunda el valle del Rímac. Eso sí, es de
carácter indomable, impredecible y estacionario. ¡Pero nosotros lo queremos
así!
Es el agua que bebemos
todos los días.
Su padre Pachacamac se ha conmovido
mucho al enterarse de su sacrificio y del amor a su hermana. Y ha enviado a
cuatro hermanos que quisieron acompañarlo a su lado siempre, perennes y firmes;
y estar compartiendo con él su cauce y su destino.
Pachacamac dispuso que los
cerros se abrieran para que ellos se juntaran. Ellos son los ríos: Santa
Eulalia, San Mateo, río Blanco y río Surco, que acrecientan su torrente.
Y otro hermano bullicioso
como él quiso correr siempre paralelo a su lado, haciéndole la corte, como
príncipe que es. Es el río Chillón que desemboca muy junto a su bocana en el
océano.
6.
La flor
de
amancaes
Y Pachacamac ha dispuesto
que el cauce del Rímac sea el más hermoso de todo el continente. Que alrededor
de sus playas hubiera campiñas y en torno a sus chorreras se alzaran huertos,
bosques y comarcas.
– Mi cariño hacia ti,
Rímac, hijo amado, es que alrededor tuyo surjan muchos pueblos y la ciudad más
hermosa que derivará de tu nombre y que se llamará: Lima. Será además una
ciudad acicalada de flores. También la llamarán “Ciudad jardín” y “Ciudad de
los amantes”.
Será una perla bellísima
que coronarán incluso reyes lejanos. Con gente que será como tú, generosa,
pujante y plena de cariño, con puentes airosos y alamedas de encanto. Y te
celebrarán festejos por haberte consagrado al amor de tu hermana y de tu
pueblo.
– Padre amado, estoy feliz
otra vez de ayudar a mi hermana y a quienes moran en estos lugares. Te
agradezco por tus regalos. Pero quiero pedirte un favor. Siento ser música al
bajar entre rocas y piedras donde yo arrullo y canto, pero quiero ser también
palabra que enseña y defiende.
– Concedido, hijo mío.
Serás palabra sabia y el oráculo más respetado en el confín de la tierra. Y
fundo ese pueblo digno arrojando esta semilla a tus aguas, que florecerá en tus
orillas: la flor de amancaes, símbolo de majestad, además de verdad y
esperanza.
7.
De aquí
al
infinito
Lima ha tomado la figura de
Challhua: misteriosa, susurrante, soñadora y de Rímac su fuerza, su ímpetu y su
alegría. Tiene en sus ojos el misterio de los crepúsculos de Challhua, que
estallan en los confines del océano. Su
clima es benigno y primaveral siempre. Y tiene el arrojo de Rímac con los dones
que le diera su padre.
Así empezaron a fundarse
aquí los primeros señoríos, las casas de adobe y de quincha. La flor de
amancaes floreció en el patio del palacio del gobernante, y la adoptó como
emblema el cacique Taurichusco.
El dios Kon, de la aridez y
el desierto, fue confinado a habitar en las profundidades donde se mueve y se
lo siente revolverse, entonces la tierra tiembla y se sacude, y se desatan
temblores y terremotos.
– ¡Kon! –Le advierte Pachacamac–
¡Respétala! ¡Esta ciudad es sagrada, es la ciudad de mis hijos, desde que ellos
la han ungido y venerado inmolando sus vidas! ¡Es ciudad sublime! ¡Me escuchas,
Kon!
Y Kon se calma. Challhua y
Rímac fundaron Lima y Pachacamac la ha consagrado. La flor de amancaes luce en
el patio del Palacio de Taurichusco, donde ahora se levanta el Palacio de
Gobierno del Perú.
Así se creó Lima, Ciudad de
los Dioses, en un tiempo ya remoto. Después Ciudad de los Reyes. Siempre
“Ciudad de los Amantes”. Y ahora Ciudad de Todas las Sangres. Ciudad Sagrada,
de aquí al infinito.
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