Rubén Darío
1.
Una nueva
escuela
Rubén Darío nació el 18 de enero del año 1867 en
Matagalpa, hoy ciudad Darío, en Nicaragua. Tenía 22 años cuando viajando de
Chile a Nicaragua el barco se detuvo en el Callao y él quiso conocer en persona
al tradicionalista Ricardo Palma, quien había asumido la dirección de la
Biblioteca Nacional del Perú después del expolio y la barbarie cometida en
contra de esa institución de parte de la tropa chilena que ocupara nuestro país
en la Guerra del Pacífico.
Él mismo narra su visita en una crónica publicada en
El Perú Ilustrado, en octubre de 1890, donde expresa su profunda admiración y
hasta reverencia por don Ricardo Palma, encuentro que ocurrió el día miércoles
20 de febrero del año 1889, aunque él en su crónica lo consigne como ocurrida
el año 1888.
Para entonces Rubén Darío ya había publicado el libro
de poemas “Abrojos”, en 1887, y gran parte de los poemas y prosas del libro
“Azul” que dan nacimiento a una nueva escuela y movimiento artístico literario como
es el modernismo que él encabeza. A su edad ya es un poeta reconocido que
encarna las voces de renovación más destacadas de toda la América Latina, que
por primera vez toma el liderazgo en el mundo de las letras y del espíritu ante
tradiciones literarias de tanta enjundia y jerarquía como eran las europeas y
asiáticas.
Ricardo Palma, el tradicionalista
2.
Reverencia
y
admiración
El encuentro de Rubén Darío con don Ricardo Palma es
de una inmensa significación y de un extraordinario valor simbólico entre un
representante egregio de las letras castellanas, que encarna lo castizo, con
una historia vivida con pasión, riesgo y gloria, como es la de don Ricardo
Palma, frente a un joven que se abre paso en el ámbito letrado y quien encarna
la innovación más acrisolada de la poesía en lengua española.
Es el gozne de una literatura de la mejor tradición
hispánica y el de un movimiento reciente y brioso, pujante y pleno de
renovación, en donde pese al exotismo de algunos de sus temas hay también un
asumir la identidad americana con emoción y deslumbramiento, como ocurre en
nuestro caso con Manuel González Prada y José Santos Chocano.
Es la de una literatura que se contempla a sí misma y
otra que busca lo nuevo, lo abierto y exótico. De una literatura con brillos y
lauros canónigos, por un lado, y otra buscadora de nuevos ritmos, compases y acordes.
Conmueve en esta entrevista le reverencia
y la admiración con que Rubén Darío se refiere a don Ricardo Palma, así
como en este la extraordinaria información que tiene acerca de la joven poesía
de toda la América hispana. Solo publicamos fragmentos de la crónica que tiene
también apuntes valiosos sobre la ciudad de Lima en este su aniversario de
fundación de una nueva e igualmente venerada ciudad del Nuevo Mundo.
Ciudad de Lima
EL PERÚ ILUSTRADO
Fui desde el Callao a Lima, por sólo conocerle, en
febrero de 1888. De a bordo a tierra iba con un chileno que me decía:
— “¡No vaya usted a verle; es como un ogro de
terco!”. Yo pensaba para mi colleto:
— “De un regaño no ha de pasar…” Y ¡cáspita! recordaba
mi Canto épico a las Glorias de Chile!
Llevado por un coche que encontré en la calle de
Mercaderes, después de caminar un buen rato por aquellas calles de la alegre
ciudad de los virreyes, me encontré a las puertas de la Biblioteca Nacional.
Entré y, tras pasar largos corredores, llegué al departamento del señor
Director. Frente a la puerta de su oficina me detuve un momento, para admirar
el célebre cuadro de Montero, La muerte de Atahualpa. Por fin, valor y
adelante. Dos golpecitos en la puerta. . . De un regaño no ha de pasar. . .
***
— “¡Oh, mi señor don Darío Rubén!” Ante una mesa toda llena de papeles nuevos y viejos, viejos, sobre todo, estaba Ricardo Palma y me recibía con una amable sonrisa, que me daba ánimos, debajo de sus espesos y canosos bigotes retorcidos. ¡Figura simpática e interesante en verdad! Mediano de cuerpo, ágil a pesar de su gruesa carga de años, ojos brillantes que hablan y párpados movibles que subrayan, a veces, lo que dicen los ojos; rápido gesto de buen conversador, y palabra fácil y amena, ¡tal era el ogro! — “Oh, mi señor don Darío Rubén” … Así me saludó, así, poniendo el apellido primero y el nombre después.
Biblioteca Nacional del Perú
***
Mientras él me hablaba de sus nuevos trabajos, y de
que pensaba entrar en arreglos con un editor de Buenos Aires, para publicar una
edición completa de sus tradiciones, yo recordaba que, en el principio de mi
juventud, me había parecido un hermoso sueño irrealizable estar frente a frente
con el poeta de Armonías, de quien me sabía desde niño aquello de
¡Parto, oh patria, desterrado!De tu cielo arreboladomis miradas van en pos.Y en la estelaque rielasobre la faz de los mares,¡ay! envío a mis hogaresun adiós;
y con el autor de tanta famosa tradición, cuyo nombre
ha alabado la prensa del mundo, desde El Fígaro de París hasta el último de
nuestros periódicos. Y veía que el ogro no era tal ogro, sino un corazón
bondadoso, una palabra alentadora y lisonjera, un conversador jovial, un
ingenio en quien, con harta justicia, la América ve una gloria suya.
***
Pero eso él, el impecable, el orfebre buscador de
joyas viejas, el delicioso anticuario de frases y refranes, aplaude a Díaz
Mirón, el poderoso, y a Gutiérrez Nájera, cuya pluma aristocrática no escribe
para la burguesía literaria, y a Rafael Obligado, y a Puga y Acal, y al chileno
Tondreau, y al salvadoreño Gavidia, y al guatemalteco Domingo Estrada.
Ciudad de Lima
***
Es la primera figura literaria que hoy tiene el Perú
junto con mi querido amigo el poeta Márquez, insigne traductor de Shakespeare.
Y -a propósito de poetas- en una de sus cartas me decía una vez don Ricardo:
“Yo no soy poeta”. Ante esa declaración, no hice sino recordar su magistral
traducción de Víctor Hugo, donde aparece formidable y aterrador aquel ojo que,
desde lo infinito, está fijo mirando a Caín en todas partes. En cuanto a sus
versos ligeros y jocosos, pocos hay que lo aventajen en gracia y facilidad.
Tienen la mayor parte de ellos algo encantador, y es la nota limeña.
¡Lima! Ya lo he dicho en otra parte: Si Santiago es la
fuerza, Lima es la gracia. Si queréis gozar, ¡oh, los que leáis estas líneas!
id a Lima si tenéis dinero; y si no tenéis, también id. Hallaréis un delicioso
clima, muchas flores, un cielo azul y radiante. Y, sobre todo, allí
encontraréis a la andaluza de América, a la mujer limeña, breve de pie y de
mano, de boca roja, y ojos que hipnotizan, incendian y enloquecen. Id al
hermoso paseo de la Exposición lleno de kioskos, alamedas, jardines y verdores
alegres; id en las tardes de paseo, cuando están las mujeres entre los árboles
y las rosas, como en una fiesta de hermosura, o en concurso de gracias,
dominadoras y gentiles. O pasad por los portales, cuando envueltas en sus
mantos negros, pasan las damas que sólo dejan ver algo del blancor rosado del
rostro, en el que, incrustados como dos estrellas negras, están encendidos de
amor los ojos bellos.
El pueblo de Lima canta en arpa. La cerveza de Lima es excelente. En la ciudad de Santa Rosa se fabricó un palacio, la alegría. Lima gusta de los toros, como buena hija de España. Sus teatros son a menudo visitados por buenos troupes, y el público es inteligente y entusiasta por el arte. Flota aún sobre Lima algo del buen tiempo viejo, de la época colonial. Lima tiene paseos, plazas, estatuas. Sobre una gran columna, que conmemora el célebre 2 de mayo, se alza líricamente una fama que emboca su sonoro clarín. En otro lugar he visto a Simón Bolívar en su caballo de bronce, con la espada victoriosa en su diestra de héroe. Lima es católica, pero está llena de masones. En Lima hay familias de noble y pura sangre española. En el pueblo de Lima se puede notar ahora la más extraña confusión de razas: chino y negro, blanco y chino, indio y blanco, y las variaciones consiguientes. -El cholo es débil, pero canta claro y es añagacero. Lima es pintoresca, franca, hospitalaria, garbosa, complaciente y risueña. El que entra a Lima está en el reino del placer. En Lima no llueve nunca. La tradición, -en el sentido en que Palma la ha impuesto al mundo literario- es flor de Lima. La tradición cultivada fuera de Lima, y por otra pluma que no sea la de Palma, no se da bien, tiene poco perfume, se ve falta de color. Y es que, así como Vicuña Mackenna fue el primer santiaguino de Santiago, Ricardo Palma es el primer limeño de Lima.
****
Me despedí de él con pena. ¡Quién sabe si volveré a
verle! Y ya en el coche, que volaba camino del hotel, -donde tenía que ver a
Eloy Alfaro- con los ojos entrecerrados, satisfecho de mi visita, sonreía al
pensar en que el ogro no era como me lo pintaba mi amigo el chileno; y guardaba
con orgullo, en mi memoria, para conservarlo eternamente, el recuerdo de aquel
viejecito amable, de aquel buen amigo, de aquel glorioso príncipe del ingenio.
RUBÉN DARÍO
César Vallejo
3. Hasta el pétalo
de una flor
Rubén Darío,
también llamado “El Príncipe de las Letras Castellanas” y “Padre del
Modernismo”, murió el 6 de febrero de 1916, suceso que fue un sismo de 10
grados en la escala del Dante. Que hizo temblar a varios continentes,
derrumbando torres, cúpulas y templos; causando maremotos que hundieron a
varias ciudades.
Murió después de
una larga y dolorosa agonía en la ciudad de León, en Nicaragua, a la edad de
apenas 49 años, pero bajó a tierra en olor a multitudes.
Las honras
fúnebres que se desplegaron en sus exequias, duraron varios días; y donde cada
persona que asistió a sus funerales viajando desde lugares distantes, buscaba
llevarse hasta el pétalo de una flor para guardarla
como reliquia histórica.
En el mismo año y
mes de aquella luctuosa muerte, el grupo La bohemia de Trujillo, después
conocido como el Grupo Norte, al cual perteneció el poeta César Vallejo,
organizó un homenaje espontáneo en honor al poeta de Azul y Prosas Profanas, en
aquella ciudad del norte del Perú, capital del departamento de La Libertad.
Ciudad de Trujillo
4. Tradición
gloriosa
En dicho acto
académico, de auténtico tributo y reconocimiento del ícono nicaragüense,
ocurrió un hecho inusitado que revela el fervor que desde sus tempranos años
suscitó entre sus amigos el poeta César Vallejo.
En él Antenor
Orrego pronunció un discurso, y mirando a César Vallejo terminó con estas
frases: “Muerto el poeta de América Rubén Darío, viva el poeta de América César
Vallejo”.
Presto Víctor Raúl
Haya de la Torre fue al jardín e improvisó una corona de laurel que ciñó en la
frente del poeta de Santiago de Chuco, aplaudieron todos. Y con exclamaciones
de adhesión pidieron que él hable. Este más bien no hizo sino llorar.
Con estos ribetes
de oro y de fuego se unen la vida y la obra de Rubén Darío con uno de nuestros
máximos prosistas, como es don Ricardo Palma, como también el suceso luctuoso
de su muerte, con el caudal de poesía peruana cuya cima la representa César
Vallejo.
Y, en conjunto,
con una tradición literaria como la del Perú desde la época del Incanato, la
Colonia y la República que, asimismo, es reconocida en el mundo como
sobresaliente y gloriosa.
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Gracias por tu poderosa in formación, ..... Eloy alfaro le dió credenciales diplomáticas a VARGAS VILA en el vaticano tiene también su libro sobre RUBEN DARIO .... https://mdc.ulpgc.es/cdm/ref/collection/moralia/id/199
ResponderEliminarhttps://espelunco.wordpress.com/2017/08/28/ruben-dario-escribe-un obituario/ ,,,
Te comparto esta información con respeto y admiración
Valiosa crónica de enlaces literarios de tres grandes :Dario ,Dario y Vallejo. Gracias Maestro Danilo Sánchez Lihón.
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