Javier Heraud
1.
Pregunta
un niño
– Si fuera
tan amable, ¡un cigarrillo, por favor!
– ¿Cómo?
Este aún está vivo. Creía que estaba muerto. Y todavía pide un cigarro.
Remátalo de una vez.
– Déjelo,
mi capitán. Déjelo nomás; de todos modos, va a morir.
– Entonces
lo remato yo. –Y saca su pistola.
– Déjelo.
–Lo dice por compasión el policía. Y arguyó–. Nos puede ser útil por la
información que podemos sacarle.
Esto fue
lo que convenció al capitán y salvó a Alain Elías. Es ya la una y veinte de la tarde del
día 15 de mayo de 1963 y la cacería ha durado hora y media. El sol resplandece,
pero en el alma hay frío, oscuridad y silencio.
En cambio, llegado a la fiscalía el
cuerpo del poeta Javier Heraud es tirado al suelo. Y ahora lo arrastran y lo
arrojan sobre una losa. Los principales del lugar sonríen orondos y satisfechos
poniendo a descansar sus rifles, algunos con las culatas en el suelo y otros sosteniéndolos
en sus hombros.
– Y ¿por qué lo han matado así, papá?
–Pregunta un niño mirándolo, quien a sus ocho años ha presenciado en Puerto
Maldonado todo el operativo y la expiación.
– Porque son guerrilleros comunistas.
– Y, ¿qué es un guerrillero
comunista?
– ¡Un bandido, enemigo de la sociedad!
Puerto Maldonado, donde es abaleado y muere
2. Cruzó
el puente
Cuando se preparaban en Cuba para
iniciar la lucha armada en América Latina, al poeta Pedro Morote se le
distendió el tendón de Aquiles y se le hinchó el pie de tal manera que ya no
podía caminar, ni siquiera asentar el pie en el suelo. En la subida del pico
Turquino, el más alto de Cuba, hay un río que atravesarlo significa tomar el
juramento y la decisión final de hacerse guerrillero de alma. Muchos se
detienen allí para decidir. De cada agrupamiento varios se quedan. Pedro Morote
se sentó adolorido en la rivera. Se acercó Javier, sin desmontar su mochila ni
desprenderse de su armamento, y le dijo, porque lo quería:
– Pedro, tienes que seguir.
Este le enseñó su tobillo rojo,
hinchado y a punto de reventar. Y le respondió:
– Javier, si tú sintieras el dolor
que yo siento te quedarías aquí.
Javier Heraud descargó su equipaje,
se quitó la bota y le mostró la planta del pie que era una llaga purulenta. Tenía
destrozada gran parte de la piel, en carne viva y bañada en sangre. Era una
herida horrorosa. Se volvió a poner la media, se volvió a poner la bota, y sin
decir nada cruzó el puente. Pedro se levantó, pisó el suelo con firmeza y
siguió detrás de él.
Porque ha circulado la tesis
sosteniendo que fue engañado y no sabía a qué lo enviaban. ¡No! La convicción
de Javier Heraud de hacerse guerrillero fue clara y contundente, porque quienes
habían decidido serlo, realizaban un entrenamiento agotador en Sierra Maestra,
aprendiendo manejo de armas, estrategia militar, marchas sacrificadas cargando
pertrechos de guerra y una mochila de campaña. Para ello había que tener mucho
coraje y un convencimiento cabal y pleno. Y no cualquiera se arriesgó. Él sí,
con toda lucidez y convicción.
3. La esperanza
de la patria
Y he aquí esta carta de Javier Heraud,
publicada muchos años después de su muerte, que encargó a la esposa de Abraham
Lama, compañero de combate, con el siguiente acuerdo: que si no pasaba nada la
guardaba, y si moría ella se comprometía a entregarla personalmente a su madre.
Y que ya entregada la madre guardó amorosamente sin darla a luz, donde le dice:
Querida madre: No sé cuándo podrás
leer esta carta. Si la lees quiere decir que algo ha sucedido… y que ya no
podré saludarte y abrazarte como siempre. ¡Si supieras cuánto te amo! ¡Si
supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba para entrar en mi patria y abrir
un frente guerrillero pienso más que nunca en ti, en mi padre, en mis hermanos
tan queridos!
Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el
amor que te tengo, por todo, en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo
hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría
vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me
criaste honrado y justo, amante de la verdad, de la justicia...
Porque sé que mi patria cambiará,
sé que tú también te hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y
de mis hermanos. Y que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza
de la patria.
Te besa Tu hijo Javier
Javier Heraud y su hermana Cecilia
4. La alzaba
en sus brazos
Y cuenta Cecilia Heraud, su hermana:
Generalmente después de almorzar pasaba horas en su cuarto leyendo
o escribiendo. Hacia las cinco o seis de la tarde, solía bajar las escaleras
rápido y haciendo mucha bulla. Gritaba:
"–Vieja, mi lonche"...
Entonces, la alzaba en sus brazos fuertes y la paseaba por la
casa. Ella gritaba, lo amenazaba, se hacía la molesta, pero en verdad, se
sentía encantada. Era el único que podía cargarla y sé que hasta ahora extraña
esos juegos.
La llevaba cargada a la cocina, cuando estaba de buen humor,
y nos sentábamos en la mesa del repostero y conversábamos mientras mamá nos
servía el café con leche, el budín con miel que ella nos preparaba, los panes
con mantequilla o los bizcochos que compraba al panadero que pasaba a las
cuatro con su carretilla blanca llena de pan caliente.
Después le daba un beso a mamá y salía para regresar a veces
a comer, otras veces muy tarde.
Javier Heraud
5. Diálogo
de zorros
Allí termina Cecilia, y yo compuse
este diálogo entre zorros:
Zorro de
arriba: –Era
el poeta más sobresaliente de su generación. De palabra simple, transparente,
visionaria. Había escrito: “Yo no me /
río de / la muerte. / Sucede / simple- / mente, / que no / tengo miedo / de
morir entre / pájaros / y árboles.”
Zorro de abajo:
–¡En
realidad no sabían a quién mataban aquel mediodía!
Zorro de
arriba: –¡Sí, sabían a quién mataban! Porque participaron todos los principales
del pueblo, los ricos, los que tienen el poder. ¡Todos los que ven peligrar sus
intereses! Ellos azuzaron al pueblo.
Zorro de
abajo: –Es una muerte inútil, de un ser valioso.
Zorro de
arriba: –¡Oye Zorro de abajo, ladino y vil! ¿Qué te crees? Que primero alabas
para luego deformar las cosas. Reivindiquemos lo que parece fallido. La muerte
de Javier es una semilla de luz. Encuentro más sentido en todo lo que
aparentemente está perdido que en aquello en donde hay un aparente éxito.
Zorro de
abajo: –¡Pobre su familia! ¿Es necesaria tanta violencia?
Zorro de
arriba: –¡Hay seres que ya no pertenecen a una familia, zorro! Sino que nos
pertenecen a todos. Hay seres que duelen, permanentemente. Son seres símbolo.
Pero es la luz de nuestra esperanza, que la calandria, el cielo y las estrellas
lo guardan en lo más hondo de sus corazones. Y la violencia no es nuestra sino
de los opresores. Si no, para saberlo he aquí esta carta:
Con Cecilia Heraud en el Aula Capulí
6. Con
balas
de cacería de fieras
Carta del
padre del poeta, dirigida al director del diario La Prensa.
Señor
Pedro Beltrán:
El sacrificio de mi hijo Javier ha
sumido a mi familia en el más profundo desconsuelo, tanto por la forma como ha
desaparecido como por la pérdida de una promesa para la cultura y el
pensamiento de mi patria.
Pero mi pena, con ser insondable,
se ha agrandado más aún al saber que mi hijo, que había ido allá urgido por un
ideal, arrostrando los más graves peligros con el más absoluto desinterés,
había sido víctima de una cacería inhumana. Cuando, inerme en una canoa de
tronco de árbol, desnudo y sin armas en medio del río Madre de Dios, a la
deriva, sin remos, mi hijo pudo ser detenido sin necesidad de disparos, más aún
por cuanto, su compañero, había enarbolado un trapo blanco. No obstante, eso,
la policía y los civiles a quienes se azuzó les disparaban sobre seguro, desde
lo alto del río, durante hora y media, inclusive con balas de cacería de
fieras.
Una bala explosiva había abierto
un boquete enorme a la altura del estómago de mi infortunado hijo y muchas
balas más se habían abatido sobre el cadáver de mi hijo que, con sus 21 años y
sus ilusiones, había tratado de hacer una incitación para que cesen los males
que, según él, debían desterrarse de nuestra patria.
Ciudad de Lima donde nace Javier Heraud
7. Epílogo.
Por eso, niños
Por eso niños, es bueno que esta
historia la conozcan tal como fue, en cada detalle, en donde se puede ver el
ideal de un ser prístino y generoso. Y los males que aún subsisten, que están
vigentes y en nada han cambiado.
Javier murió entre dos espejos de
agua, hundido en un leño calado, convertido primero en canoa y ahora en árbol
que se eleva inhiesto, para que lo tengamos muy en cuenta en nuestras vidas.
Él amó mucho su casa, su familia y a
sus hermanos, como todos nosotros. Y todo lo dejó, por legarnos una patria
digna. No era pobre pero tampoco era rico. Su padre era maestro y en su casa
todos tenían que trabajar para poder sostenerse.
Pero con igual amor adoraba a su
pueblo y no quería que en él hubiera miseria. Todo lo dejó por cambiarlo y redimirlo,
aún cautivo de males aberrantes e infames. Nosotros tenemos que decirle:
Javier, no te defraudaremos, nuestro
país aún hecho llaga y harapo lo transformaremos con arrojo, con cariño y
valentía como tú nos lo enseñaste.
Tu vida nos inspira a ser verdaderos,
a ser personas con compromiso, y aquel país que soñaste advendrá por mano
nuestra, porque es la luz que brota de tus heridas, del brillo de su ausencia,
aquel país hermoso como una espada en el aire.
Te lo prometemos y juramos, Javier,
hermano del alma.
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