1.
Usar llanques u
ojotas es signo de pobreza. Y ninguna familia de clase media, que así mismas se
llaman “decentes”, consentiría que su hijo use llanques.
Porque consideran
nuestros padres que la gente dirá que, pese a serlo, ya somos pobres.
Además, porque se
cree que es de uso de gente marginal, desarrapada y hasta mísera, de campesinos
siempre sumisos y humillados.
Por eso, apenas
siendo niños fue una osadía que decidiéramos con mis compañeros de escuela que
éramos además vecinos de mi barrio en Santiago de Chuco, usar llanques, hechos
de llanta de carro, con sus correhuelas como son las sandalias.
Pero lo hicimos
también porque sabíamos lo difícil que resultaba para nuestros padres
comprarnos zapatos. Fue un acuerdo, una humorada y una curiosidad.
2.
Pero, además,
porque los zapatos de cuero sufrían horrores en aquellos crudos inviernos en
toda la cordillera, porque se mojan, se humedecen y demoran días en secar.
Y cuando eso
ocurre están duros y jetones. También porque la suela se tuerce, se abre y se
destapan.
Como el llanque
se usaba a pie desnudo, es decir sin media, entonces: ¡qué dicha hundir los
pies en las acequias que hace el agua de la lluvia!
¡Qué inmenso
placer dejar que pase el agua de los arroyuelos tibia, fría o helada por encima
de los tobillos haciendo chorreras o burbujas!
Lo que no
habíamos previsto es esta comodidad de los llanques u ojotas en el invierno,
porque se piensa que si hace frío lo que más tenemos que abrigarnos son los
pies.
3.
No sé por qué,
pero más conforme uno está con los pies desnudos, quizá porque el agua con la
tierra es cálida.
¡Ah, chapotear entonces
con ellos sobre los charcos, palpar el barro, la arcilla y la arenisca!
¡Dejar que el
agua de la gotera golpee entre nuestros dedos, que se solazan, dan vueltas y
retuercen felices!
Y descubrir, ¡qué
bellos son los pies! ¡Qué escultura tan fina y primorosa tiene nuestro cuerpo
en los pies!
Nuestros padres
consintieron dejándonos que usáramos llanques. Fue además nuestra primera
revolución cultural, social y económica.
Que indicaba con
quiénes queríamos identificarnos en nuestras luchas, y entregarles nuestras
vidas en solidaridad.
4.
– Pero, ahora la gente ya no
usa eso-
– ¿Qué?
– Eso que dices, llanques,
ya no se usa.
– ¿Así?
– Sí. Ya no se ve.
– ¿Ni la gente del campo?
– A ellos me refiero. Porque
antes eran solo ellos los que lo usaban.
– ¿Estás segura?
– Estoy segura. Soy
profesora rural y ya no veo a nadie que los use.
– ¿Y por qué ya no los usan?
5.
– Por los zapatos chinos,
que abundan y son más baratos.
– Más baratos que los
llanques?
– Sí. Pero, además, se lo encuentra
por todas partes.
– Ah.
– Y hay de todas clases,
como tú quieras. Como botas, hasta arriba. Y son resistentes, de material
sintético.
– Entonces, ¿adiós llanques
y ojotas?
– Sí.
Y yo me quedo pensando. Creyendo
que al cambiarlos hemos perdido una visión del mundo y de la vida.
Como me quedo también
recordando mi infancia, cuando fue que yo usé llanques, creo que en el fondo
por querer identificarme con la gente que más quiero.
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