1. Llama
votiva
Así como alimentarse es una
función natural, insoslayable e inherente a la vida, quizá paralelo a ello y al
mismo tiempo que el primer hombre deglutía sus alimentos, requería que le
contasen hechos, sucesos e historias.
O el inventarlas, suponer que
habían sucedido, convencerse asimismo acerca de su ocurrencia. Y narrarlas.
Urdir detalles acerca de lo que se había observado, o de lo que les había, no
importa si era en sueños, acontecido.
O que él mismo, con sus sueños
y fantasías y su capacidad de transformar la realidad, lo había perfilado en su
alma, inventándolas primero para sí mismo; y poco a poco animándose a contárselas
a los demás.
Y tanto ha debido ser así, que
es probable que no solo hayamos pasado de lado por esa hoguera, llama votiva o sementera,
sino que es posible que hayamos participado atávicamente de sesiones continuas
y abundantes en el relato y narración de cuentos como una práctica ineludible y
ancestral.
2. Caudal
vivificante
De este modo nacía esa otra
forma de nutrirse o sintonizar con la vida que es formularse historias, recrear
la realidad, imaginar y fabular acerca de lo grande y pequeño, de lo lejano y
desconocido, como de lo cercano y entrañable.
¿Para qué? ¿Con qué sentido y
propósito? Acaso, ¿por mero espejismo, deliquio y desvarío? No. No es por nada
frívolo, ni ligero ni fútil. No es por perder el tiempo ni hacérselo perder a
los demás.
Con la narración de cuentos
estamos entonces acercándonos a un arroyo, a un río, o ante un inmenso caudal vivificante, verdadero río antiquísimo que corre
y cada vez aumenta más de volumen e intensidad.
O mar que se extasía y se
renueva, y que nos llega desde lejos, desde hace milenios de milenios, desde
que el hombre es digno de llamarse tal.
3. Nacieron
con el mundo
Estamos así ante un hecho, un
bien y un actuar hasta ahora imperecedero.
Pero, así como el agua es
antigua y cada día es nueva, igualmente la narración de cuentos cada día se
renueva y vuelve a nacer.
Y se lo hace cada vez con la misma
lozanía, inocencia y frescor con que nació el primer día en que el hombre se
hizo presente sobre la faz de la tierra.
Porque los cuentos nacieron con
el mundo y se hicieron explícitos con la vida y el ser hombres humanos.
Por eso, no hay pueblo que no
tenga cuentos, relatos y leyendas, así como tampoco hay hombres que no tengan o
carezcan de historias. O aquellas que les hayan sucedido o aquellas que las
haya imaginado.
4. Más que
la realidad
Ahora bien, ¿por qué el hombre
necesita de estas representaciones para seguir viviendo? La respuesta es
sencilla: porque hay muchos dilemas, angustias y preguntas que nos atenazan y
que debemos resolver.
Cuestiones que no son menudas o
superficiales sino problemas profundos y esenciales, hondos y abismales;
algunos de vida o muerte.
Situación en la cual las historias
fantásticas, la narrativa popular, los cuentos universales sirven de asidero y
dan respuesta a esas inquietudes esenciales que nos formulamos los hombres.
Por eso Federico Schiller tenía
razón cuando hablando de sí mismo decía que:
"El sentido más profundo reside en
los cuentos de hadas que me narraron en mi infancia, más que en la realidad que
la vida me ha enseñado".
5. Arte
esencial
En uno de los cuentos de
"Las mil y una noches" que Jorge Luis Borges tradujo y cuyo título
específico es "Los dos que soñaron", en donde se superponen los
sueños de dos personas y luego se alían sueños y realidades, hay allí una frase
que bien definiría al narrador de cuentos, en donde se dice:
"Has ido errando de ciudad en
ciudad bajo la sola fe de tus sueños".
En el fondo, narrar cuentos es
ese ir de uno a otro lado con la fe de nuestros sueños; oficio éste
aparentemente olvidado pero que todos tenemos impreso con huellas indelebles en
el fondo de nuestra alma. La narración de cuentos no sólo es el don más antiguo
del hombre sino, un arte esencial para nuestra formación como seres humanos.
Y esto tanto cuando somos
oyentes asombrados como cuando ensayamos narrar un suceso y organizamos
secuencias y relievamos los significados de un relato, con lo cual tejemos con
el hilo más fino sutil la urdimbre maravillosa de la vida.
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