La poesía de César Vallejo es poesía ritual,
ceremonial y litúrgica, en la cual interactúan varios planos o niveles de
significación, siendo uno de ellos el sustrato religioso de enorme
entroncamiento con el cristianismo auroral, que en Vallejo es una fuente en su
formación y estructura anímica por formar parte de sus raíces y haberlo
absorbido de sus ancestros familiares, culturales y hasta telúricos.
Poesía en cuya trama ocurren varias muertes, y como
en el evangelio cristiano varias resurrecciones, la más conocida es la que sucede
en el poema “Masa”, en donde el motivo central es la resurrección de un hombre
por la solidaridad colectiva de la humanidad unánime.
Pero también otra resurrección notable es la que acontece en el poema III de España, aparta de mí este cáliz, más conocido como “Pedro Rojas”, y cuyo primer verso es: Solía escribir con su dedo grande en el aire, teniendo a los padres y hombres, maridos y más hombres, que militan y luchan a favor del bien. Y cuyo personaje, pese a su condición común y corriente, humilde y cotidiana, asume la representación de todo el género humano para luchar por la causa del hombre.
2. Muertes
militantes
Hay
muertes que son militantes, que se dan en el frente de batalla, en un reducto o
en un relicto desde el cual se defienden sagrados e irrenunciables intereses
humanos, y esa es la condición de la muerte de Pedro Rojas, quien:
Solía escribir
con su dedo grande en el aire:
“¡Viban los
compañeros! Pedro Rojas”,
de Miranda
de Ebro, padre y hombre,
marido y
hombre, ferroviario y hombre,
padre y más
hombre, Pedro y sus dos muertes.
Papel de
viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de
carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos los compañeros pronto!
Pedro
Rojas es la muerte de un individuo, pero en representación del mundo, que con
en este episodio se da un paso a la redención colectiva, que se traza cuando se
muere defendiendo la causa de la humanidad entera frente a las hordas de la destrucción
y la muerte.
3. Pasa
por mí
Palo en el
que han colgado su madero,
lo han
matado;
¡lo han
matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los
compañeros
a la
cabecera de su aire escrito!
¡Viban con
esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Lo
han matado al pie de lo más personal, propio e ínfimo que él tenía, cuál es su
dedo; que es así, pese a ser su dedo grande, que es el más suyo y a la vez el
más desconocido e intransferible.
Muertes
en las cuales hay un vínculo que nos une indisolublemente a todos los hombres
de la tierra. Porque en todas las vidas y en todas las muertes hay aquel lazo
de sangre que corre por nuestras venas.
Que
es un río que viene desde muy lejos, hace milenios; que pasa por mí, por ti,
por él y por todos; que hoy me cubre y cobija, y que yo lego a mis hijos. Es por
eso que:
4. El árbol
de la sangre
Registrándole,
muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo
un gran cuerpo, para
el alma del
mundo,
y en la
chaqueta una cuchara muerta.
Pedro
también solía comer
entre las
criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y
vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Puesto
que es el árbol de la sangre el que aquí se ausculta, que no me pertenece a mí
solo, porque pertenece a todos como especie, como hermanos que somos, como “padres
procesales”. Frase que le sale límpida, que borbota y que chispea como en el
fogón la leña y en el corazón que ama la pasión por consagrarse a lo noble y
trascendente.
Y esta
cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o
bien cuando dormía, siempre,
cuchara
muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos los compañeros pronto!
5. El hombre
que vendrá
Plano
en el cual todo lo redime ser hombre; donde Vallejo pone la categoría de ser
hombre por encima de toda entelequia y de todo paraíso soñado. Más alto que
todo Olimpo y de toda tierra prometida. O de toda divinidad a secas:
¡Viban los
compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han
matado, obligándole a morir
a Pedro, a
Rojas, al obrero, al hombre, a aquél
que nació
muy niñín, mirando al cielo,
y que luego
creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.
Que
nació, creció y se hizo hombre. Abrazó una fe y murió por ella. Y por ello resucita.
Transido y lúcido. Tránsito también a una resurrección colectiva, porque la
acción o proeza lo hace no un ser individual sino imbuido de fe en lo colectivo.
Donde
el resurrecto es la colectividad que encuentra su poder, en la dialéctica de la
solidaridad. De allí que de lo que se trata es de pelear para que el individuo
sea un hombre, el caballo sea un hombre y hasta el cielo todo un hombrecito
como entendimiento de lo que es un ser humano.
6. Lleno
de mundo
Es
el canto del hombre que vendrá. Es el estruendo de la esperanza y la utopía
andina. Claro que es utopía que todos los hombres se amen. Pero es una utopía
válida.
Porque
la esencia moral de una utopía, cualquiera sea, es irrebatible. Y está lejos y
libre de todo juicio administrativo. Porque constituye un ámbito que ya no
puede juzgarse con la razón sino con las motivaciones del alma, que son las únicas
verdades trascendentes:
Lo han
matado suavemente
entre el
cabello de su mujer, la Juana Vázquez,
a la hora
del fuego, al año del balazo
y cuando
andaba cerca ya de todo.
Pedro Rojas,
así, después de muerto,
se levantó,
besó su catafalco ensangrentado,
lloró por
España
y volvió a
escribir con el dedo en el aire;
“¡Viban los
compañeros! Pedro Rojas”.
Su cadáver estaba lleno de mundo.
7. Se levanta
para adherirse
Pedro
Rojas murió así recostado sobre el cabello de su mujer, en los sueños de las
personas que lo amaban, La primera es su pareja, la Juana Vásquez. ¡Y esa es su
grandeza! Porque, ¿dónde finalmente se muere sino es en la quimera de los seres
que nos aman, en donde ya no es muerte sino resurrección?
En
los sueños de los seres con los cuales compartimos la vida, aquellos con
quienes nos frecuentamos y nos cabe el encanto de compartir este mundo, cerca
ya de todo, en el frontis y a las puertas de nuestra realización definitiva.
Porque
Vallejo como Cristo se ocupó de los humildes, que son a la vez los valientes y
heroicos, porque son quienes asumen siempre la causa social. Su héroe es el
hombre común y corriente que es el verdadero hombre auténtico y el verdadero
Mesías.
Pedro
Rojas es la realización máxima de la humanidad consciente; por eso su cadáver,
que está lleno de mundo, se levanta para adherirse a su propia muerte. Entonces
besa su catafalco ensangrentado y él mismo se brinda aliento. Y vuelve a
escribir, no anónimamente sino calando su firma en el aire: “Viban los
compañeros! Pedro Rojas”.
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