En el Patio de los Naranjos de la Facultad de Letras de la
Casona de San Marcos donde estudiábamos, solíamos encontrarnos los que ya para
ese entonces escribíamos, y compartíamos titubeantes nuestros textos, yo apenas
con mis 16 años recién cumplidos. Andrés Cloud, que era con quien más
congeniaba, tenía candor y al mismo tiempo temblor, pasmo y asombro para captar
lo escondido, secreto y sutil de la vida y el mundo.
Había nacido y se había criado en Huánuco, tierra igualmente
honda, misteriosa y sufrida. Y de ahí traía ese estremecimiento y esa fina
lucidez para captar lo que solo se ofrece con ahínco y por revelación. Pero,
frente a lo abismal a lo cual él solía asomarse y mirar indudablemente con
riesgo de caer, tenía al mismo tiempo el coraje y el valor para no cejar, ni arredrarse,
ni dejarse asustar.
Danilo Sánchez Lihón
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