De un día como hoy, 13 de febrero del año
1954 en que nació mi hermano Guillermo, quien es el único que ha muerto de los
once hermanos que somos, mi padre anotó en el diario que escribía acerca de
cada uno nosotros cuando nacíamos, lo siguiente:
… la señora Luz (partera o comadrona) llegó cuando
ya había nacido el bebé, pero que continuó hasta que cayó el par.
Pero miren, como si nada anota que la
señora partera llegó cuando el niño ya estaba afuera en este mundo. O sea, él
no esperó. Vino a la hora que él quiso, y sin que llegue todavía la partera. Se
adelantó, como se ha adelantado ahora.
Pero, ¿qué es el par? ¡Yo no lo sé! Y no
está aquí mi madre para averiguarlo, ni nadie de mi lar que lo sepa explicar.
Pesó, ya vestido 5 kilos, o sea descontando la ropa
4 kilos y medio. Vino al mundo en día sábado. Chupó perfectamente su lamedor de
cebolla con miel de abeja. Al succionarlo fue curiosa su desesperación; después
hizo pizpiretas, pero luego emitió dos hondos suspiros y se durmió.
Guillermo Mauro Sánchez Lihón
2.
Nadie
sino
él
En estos detalles que consigna mi padre yo
encuentro todo el perfil de mi hermano, de lo que fuera después: su vitalismo,
su encanto de vivir, sus hondos sentimientos, y sobre todo su autonomía,
graficado también en aquel: “se durmió”.
Porque en realidad él vino y cambió la vida
de mi casa de infancia estricta y severa. Porque trajo pensamiento divergente,
hecho que le costó sacrificios y hasta martirios.
Distinto de sus hermanos mayores compuestos
y temerosos, él se decidió a ser emancipado, a faltar a la escuela, ¡cosa
tremenda, siendo mi padre maestro de esa escuela, ¡y de ese mismo centro
educativo!
Actitud que nunca nos hubiéramos atrevido
Juvenal o yo, ¡jamás!, ni siquiera a concebirlo en nuestro delirio.
Y así es cómo también mi hermano Guillermo Mauro es
el primero de nosotros, y único hermano de los once que somos, quien hasta
ahora ha partido.
Fredy Danilo, papá, Jaime, Juvenal y Guillermo
3. Con amor
simple
Él se
dedicó a andar por los campos, a saber y saborear la vida. Y con ello rompió
esquemas, paradigmas, horarios. Pero a él también le rompieron a latigazos.
Y es que hizo trizas los cánones de nuestra
casa paterna, hecha en base a cumplimientos, tareas y obediencias incuestionable.
Siendo él de los que no se sometían, no se
atenían a felicitaciones por su buena conducta, no le importa un bledo, ningún
halago externo, y eso cuesta dolor vivo.
Nos conmovió por eso siempre su rebeldía,
sus lágrimas solitarias que nadie sino él solo y escondido supo enjugar. Nos
hicieron reír y llorar sus ocurrencias, el amor a su tierra, el ser arisco,
montaraz, inatajable.
Pero solo a él le costó pagar el alto
precio que ser así significaba en el tipo de casa que éramos entonces. Y el de
salirse con las suyas cueste lo que cueste. Y de saber querernos, con amor simple, sincero e ingenuo.
Guillermo bailando frente a la iglesia de Santiago de Chuco
4.
Y
eso
cuesta
Nos mostró sin discursos ni peroratas que
ser sumiso es fácil, lo difícil es ser autónomo.
Que eso cuesta mucho y se paga con
sufrimientos, con chirriar de dientes y ostracismos. Pero pese a sus tremendas
travesuras es el hijo al cual mi padre más quiso.
Su vida de niño era vagar por las colinas,
los ríos, las parvas de trigo. El aventurarse en descubrir el universo tan
prodigo en Santiago de Chuco que es un libro abierto de la naturaleza.
El ir por campos y senderos donde se perdía
todo el santo día, sin poder encontrarlo.
Pero ahora que lo pienso, digo: ¿cómo vivir
en un lugar como es mi pueblo e inhibirse cada minuto al espectáculo del
cosmos, del paisaje y de la vida?
Y así es cómo también mi hermano Guillermo Mauro es
el primero de nosotros, y único hermano de los once que somos, quien hasta
ahora ha partido.
Juvenal, Guillermo, Rosita, Fredy Danilo. Detrás Jaime.
5. Participando
en las faenas
Y del acontecer cotidiano, cuando al paso
se encuentra con gente que va y viene del campo, ¿una piara de mulos o toros,
ovejas y cabras?
¡Como se encuentra una boda, un bautismo,
una procesión, una marcha!; ya sea bajo el sol esplendente o el cielo
anubarrado.
Ya sea que sople el viento bramando entre
los árboles o se meza en las espigas ese aire suave. O completamente quieto con
olor a anís, a yerbaluisa, a panisara o toronjil.
Además, en Santiago de Chuco las calles se
abren a mil caminos que nos llevan a poblados y caseríos donde siempre ocurre algo
inusitado.
Y si queremos, ya estamos en el río, o en
lo alto de una cumbre, o en medio de un bosque, a la vera de los sembríos.
O en los molinos de piedra llenos de gente
donde se muele habas, maíz o el trigo. Y participando en
las faenas con la gente del campo.
6.
Le dolía
dejarlo
¿Cómo perderse entonces todo eso? ¿Cómo
dejar de entrar a una casa donde se celebra algo? ¿O donde se llora a un ser
querido que acaba de morir y aún está allí, presente?
Yo extraño no haber vivido todo eso. Y
muchas veces me pregunto exhausto y cabizbajo recordando alguna puerta: ¿Cómo
sería esa casa por dentro?
¡Cómo perderse los ritos, las costumbres,
los gestos! Él no; él estaba ahí ¡y tenía razón!, aunque después le costara
caro. Aunque después de recibir su castigo tenía el humor para contarnos cómo
era.
Y todo esto hasta un día en que mi padre
cansado de azotarlo más bien decidió quererlo. ¡Y tal como él era! Honda y
fuertemente, conmovido y redimido. ¡Además, con todo el encanto que él tiene y
que subyugaba cuando era niño!
Y así es cómo también mi hermano Guillermo Mauro es
el primero de nosotros, y único hermano de los once que somos, quien hasta
ahora ha partido.
Guillermo con su esposa e hijos en Santiago de Chuco
7. Sentimental
e inerme
Entonces mi padre, antes de poder cambiarlo,
resultó transformado por él, por mi hermano, lo cual fue un hecho heroico,
haciéndolo más tolerante y humano.
Pero en el cariño de mi padre a él, no
entrábamos nosotros. Era un cariño con sus propios códigos, de quien ganó su
derecho a ser auténtico a costa de lágrimas. Y a sentir y pensar por sí mismo:
fuerte, valiente, irreductible.
Por eso, para terminar, contaré un detalle:
estuvimos los cuatro hermanos varones que somos para cargar el ataúd de mi
padre. El lado que le tocó cargar a Guillermo fue también el lado que me tocó
cargar a mí. Yo iba adelante y él atrás.
Y no me explicaba en realidad ¡por qué pesaba tanto! Decía, ¡no puede ser! Más aún al subir la cuesta del cementerio que queda en una colina.
Y es que regresando del cementerio y
mirando a mi hermano, ya en la sala de la casa, concluí que mi padre desde
dentro sentía la esquina del ataúd donde cargaba Guillermo.
Y quería hacernos sentir a nosotros cuánto
le dolía dejarlo, sentimental e inerme, como él era,
en este mundo.
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le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
Que relato tan real, simplemente leyendo fui caminado al lado de ese relato. Cuàn importante amar a los hijos e hijas desde su particularidad, todos son grandes, todos alcanzan el ėxito pero desde su don especial. La historia de Guillermo, una historia maravillosa, desde su hacimiento.
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