domingo, 14 de febrero de 2021

14 de febrero. Día del amor y la amistad. / Para vivir en otra eternidad.

 

14 DE FEBRERO

DÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD

 

PARA VIVIR

EN OTRA

ETERNIDAD

 

Danilo Sánchez Lihón

 


 

El amor, escultura de Víctor Delfín



1.

 

Te buscaré

siempre, así como hoy, en todo

sitio. Por

aldeas escondidas y en rincones

inhallables.

En las playas aún por explorar.

Te buscaré

en los camposantos en olvido,

en los lugares

donde nadie va. Tras los muros

y las puertas

derruidas y los huertos sin abrir,

donde

los adobes desvanecidos han

cedido

a la incuria del tiempo, la lluvia

y el olvido.

Al trébol que se apiada, al cadillo

que te sigue

y a la zarzaparrilla compasiva,

que no

sabe sino hablar de ti y de mí.

Te buscaré

en los sitios sin presente, futuro

ni memoria.

Y allí por fin yo sí te encontraré.

 

 

 


Obra de Bolívar Quiñones



2.

 

Te buscaré

por valles donde crecen cardos,

tulipanes y

alhelíes extasiados de vivir sólo

por vivir.

Son cómplices libélulas y abejas

sonámbulas

que atruenan y extasían la calma

con el rumor

azul, naranja y albo de sus alas.

Donde

sólo moramos tú y yo. Y la tarde

desmayada.

Donde las mostazas preteridas

se mecen

con belleza lacerada por saber,

o no saber,

acerca de qué es amar, recordar,

o el morir.

Prendidas a las ramas del olvido,

sin que

nadie pose en ellas ni sus ojos ni

sus alas,

ni siquiera su imaginación. Allí yo

te encontraré.

 

 

 


La Primavera de Pierre Auguste Cot



3.

 

Te buscaré

en todo lo que sea indescifrable

y final.

En el niño que se queda atrás.

En quien no

puede entrar. En la madre que

no vuelve.

En el hijo desaparecido y aquel

sin nacer.

Te buscaré en lo más secreto y

recóndito

de los elementos terrestres. Allí

donde

es imposible llegar y arriesgado

transponer.

Te buscaré en mis derrotas sin

explicación.

Como en lo más callado de mis

triunfos.

Si algún día los tuviera, callado

yo vendría,

silencioso, a ponerlos a tus pies.

Y allí te encontraré.

 

 

 


Obra de Claude Theberge



4.

 

Te buscaré,

como ahora te busco, en el perfil

de las montañas

contempladas en el amanecer.

Mientras

el ómnibus emerge tambaleante

desde

la niebla y la noche intrincadas,

llevándonos a

mí, y dentro de mí también a ti.

Te buscaré

en los arcos iris de las ciudades

sin nombre,

vistos desde la mirilla del avión

mientras se

tambalea y desploma, cayendo

a un abismo

de donde sólo tú te salvas ilesa,

porque

tú eres lo fugaz de la eternidad.

Te buscaré

en la tristeza incierta de quienes

 van a

morir, ¡y no lo saben! Donde yo

sí te encontraré.

 

 

 


La tormenta, de Pierre Auguste Cot



5.

 

Te buscaré

en el estupor de quienes saben

tras

una catástrofe, que lo perdieron

todo.

En la última carta del suicida te

hallaré.

En los reflejos del sol a tientas

se aferra

compasivo a brillar cálido en los

barrotes

de la celda del condenado que va

a purgar

una pena de muerte inmerecida.

En aquel

fulgor que recoge inmenso el día

al ocultarse

y en la noche en que lentamente

se ilumina.

 ¡Entre los desahuciados que ya

no se aferran

a nada, ni siquiera a recordar ni

a rezar!

Entre los resignados a no hallar

perdón

ni consolación. ¡Y yo sé que allí

recién te encontraré!

 

 

 


Obra de Frederic Leighton



6.

 

Avanzaré

a tientas por la nieve, el frío y la

nevasca.

Sabiendo que estás al fondo y

detrás

de todo lo que existe y de lo que

no existe.

Más allá de las banderas izadas

o arriadas.

De los estandartes insepultos y

de las heridas

que sangran o dejan de sangrar,

todo por ti!

Más al fondo de los torreones

que estallan,

de los relojes en punto y de otros

enloquecidos

porque el mundo se descalabró.

Más allá

de los altares que vuelan hechos

trizas, y

de muñecas que flotan después

de una explosión.

Más allá del fin del mundo estás

tú, idéntica a

mi pena y mi delirio. Y allí recién

te encontraré.

 

 

 


El beso, de Mario Urteaga



7.

 

Me asiré,

para eso a un gesto tuyo, a algo

imperceptible.

Quizá a tu manera de voltear y

girar

los ojos al mirar. O al gesto de tu

boca

en los derrumbes. En el crepitar

de la metralla

y los incendios estarás límpida,

fragante

y espléndida, sin que te toque ni

el humo

ni el lodo de las detonaciones, ni

las esquirlas

ni la ceniza demente que flota y

se expande. Y ya

para morir, entre tanto desastre

me acunaré

suavemente recostado y dolorido

junto a ti.

Dichoso de haberte seguido hasta

el fin

de esta vida y de la muerte. Ya

definitivamente

enlazados en esta y en cualquier

otra eternidad.

Y allí por fin yo que te encontraré.

 

 

 

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